La resurrección de María
11-Abril-2009 Juan José Tamayo- En este artículo publicado ayer en El Correo, que nosotros hemos preferido colocar en el Sábado Santo, el autor reflexiona sobre María Magdalena, primera testigo de la resurrección. Su creciente actualidad no se debe sólo a literatura de escaso valor, pues de ella se ocupan hoy con seriedad muchos teólogos. Asegura el autor: «sin las mujeres, el movimiento de Jesús no hubiera continuado ni hubiera existido la Iglesia cristiana».
¿Responden estas imágenes a la realidad o son mera ficción literaria? ¿Pertenecen a la historia o a la leyenda? ¿La María Magdalena así descrita es un personaje real o puramente imaginario? Sobre su existencia no parece haber dudas. Las pruebas son tozudas al respecto como demuestran investigaciones recientes de gran solidez científica en el terreno histórico-critico. Sirvan dos como botón de muestra. Una es La resurrección de María Magdalena, de Jane Schaberg (Verbo Divino, Estella, 2008), rigurosa investigación interdisciplinar de las fuentes cristianas canónicas de la Biblia hebrea y del Testamento cristiano, así como de los escritos gnósticos y de la arqueología, del arte y de las leyendas, que recupera la figura de María Magdalena liberada de las imágenes negativas que sobre ella ha construido la ideología patriarcal desde los propios textos canónicos hasta la exégesis actual. Otra es La historia oculta. María, madre de Jesús, y María Magdalena, de Lluís Busquets Grabulosa (Destino, Barcelona, 2009), que, analizando los mismos textos de la obra anterior, deja sin argumentos la contraposición que algunas comunidades cristianas establecieron interesadamente entre María de Nazaret, considerada madre virginal de Jesús y de los creyentes cristianos, y María Magdalena, comparada con la Eva pecadora.
A pesar de su fuerte sesgo patriarcal y androcéntrico, los llamados evangelios canónicos (Mateo, Marcos, Lucas y Juan) ofrecen una imagen de María Magdalena diferente de los estereotipos vigentes. La ciudadana de Magdala pertenecía al grupo de seguidores y seguidoras de Jesús de Nazaret de la primera hora, es decir, acompañaba a Jesús desde el comienzo del movimiento en Galilea. Quizás formara parte del colectivo de mujeres galileas que disponían de autonomía económica y se reunían para celebrar comidas comunitarias, realizar prácticas de curaciones y celebrar encuentros de reflexión teológica. Este movimiento se inscribía en las luchas emancipatorias contra la opresión política y patriarcal, y posibilitó, sin duda, el carácter igualitario del grupo de seguidores y seguidora de Jesús de Nazaret.
María Magdalena acompañó a Jesús en los momentos más difíciles de su vid pública, cuando, sólo ante el peligro, sus más cercanos seguidores lo abandonaron y algunos le negaron descaradamente. El más dramático fue el de su muerte, dolorosa y humillante en extremo, como era la crucifixión, el suplicio más cruel e ignominioso, según Cicerón, reservado a los delitos de carácter político o militar. En el caso de Jesús, judío y súbdito -no ciudadano- romano, convergían los dos rostros de la ignominia: era maldito de Dios, como decían las Escrituras judías (”Maldito el que pende de un madero”), y sedicioso político. No resultaba fácil mantenerse seguidor hasta el final de un condenado a muerte por subversivo y blasfemo, y menos aún continuar su causa, como hizo María Magdalena. Todo lo contrario: era muy peligroso ya que el poder ponía tomar represalias contra quienes acompañaban al condenado por considerarlos cómplices.
Otra prueba, quizás la más importante, del reconocimiento del liderazgo de María Magdalena en los evangelios canónicos es su presentación como primera testigo de la resurrección. Testimonio que le concedía una autoridad especial y la situaba en un lugar preferente en el movimiento de Jesús. Es ella la primera que experimenta la resurrección del Maestro en un encuentro de hondo contenido místico y la que se lo comunica a los demás discípulos, que no creen en sus palabras porque, al ser mujer, no la consideran ni fiable, ni creíble, ni relevante. Es precisamente de la experiencia de la resurrección del Crucificado, vivida y testificada por María Magdalena y las mujeres que la acompañaban, de donde nace la Iglesia cristiana, que da continuidad al movimiento puesto en marcha por Jesús de Nazaret en Galilea. Por tanto, sin las mujeres el movimiento de Jesús no hubiera continuado dicho movimiento, ni hubiera existido la Iglesia cristiana.
Los evangelios apócrifos, especialmente el Evangelio de Felipe, el Evangelio de Tomás, el Evangelio de María, Pistis Sofía, Diálogos del Salvador y el Evangelio de Santiago ofrecen otros elementos igualmente importantes para reconstruir la figura de María Magdalena. Destaquemos algunos, siguiendo el análisis de Jane Schaberg, si bien de manera tentativa y provisional. Ella existe como personaje y memoria en un mundo cuyos textos acusan un lenguaje androcéntrico y patriarcal y se expresa con atrevimiento y osadía en un mundo real y simbólico dominado por varones. Esto le da un relieve especial. Es una persona preeminente entre los seguidores y seguidoras de Jesús, posee autoridad espiritual y ejerce un liderazgo en igualdad de condiciones con los discípulos. Recibe visiones privilegiadas y mensajes de Jesús que no tienen los discípulos. Es presentada como compañera íntima de Jesús. Está en conflicto con algunos discípulos varones por la fiabilidad de su testimonio. Éstos llegan a protestar por la cercanía de María de Magdala con Jesús. Aparece como consoladora y maestra de los demás discípulos. Es elogiada por su inteligencia superior.
En los textos analizados, tanto los canónicos como los apócrifos, la Magdalena aparece como continuadora de la tradición profética de Israel, iniciadora de la creencia cristiana en la resurrección, sucesora de Jesús de Nazaret y heredera de su autoridad espiritual. La teología feminista recurre a ella como fuente de autoridad y un punto de referencia para la puesta en marcha de un cristianismo alternativo, sin las discriminaciones de género que perviven en la mayoría de las Iglesias cristianas hoy.
María Magdalena es, sin duda, una figura para el mito y la leyenda, pero también un icono en la lucha por la emancipación. Creo que responde al perfil de Ethel Smyth, personaje de una de las novelas de Virginia Woolf: “Pertenece a la raza de las pioneras, de las que van abriendo camino. Ha ido por delante, y talado árboles, y barrenado rocas, y construido puentes, y así ha ido abriendo camino para las que van llegando tras ella”.
Juan José Tamayo es director de la Cátedra de Teología y Ciencias de las Religiones, de la universidad Carlos III de Madrid y autor de Nuevo Diccionario de Teología (Trotta).
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