Lugar de Encuentro de lo sagrado y lo profano

El debate teólogico

01-Mayo-2006    Antonio Duato

¿Quién diría que un escrito teológico sobre “La tumba de Jesús y la fosa de los crucificados” publicado en ATRIO hace sólo cuatro días iba a suscitar tantos comentarios y tanto debate serio en este y en otros foros paralelos? Es una prueba contra quienes creen que los foros de Internet sirven sólo para que la gente se desahogue e insulte, deteriorándose cada vez más la comunicación. Siempre hemos creído que, manteniendo unas normas de higiene dialogal que nada tienen que ver con la censura, tesis colgadas como la referida serán siempre visitadas por quienes quieren plantearse los temas a fondo.

Sin interferir en el debate abierto por le texto de Xavier Pikaza –se vale él de sobra para aclarar y contestar a todos, con la lucidez y paciencia que le caracterizan– sí que me gustaría resaltar algunas de las conclusiones que yo he sacado de esa discusión. La veo como un corrillo en este inmenso atrio de Internet, donde nos seguimos preguntando con absoluta y estrenada libertad sobre todo lo divino y lo humano.
El tema de la resurrección de Jesús es el tema central de la fe. Tan central que no ha habido sobre él definición dogmática para encajarlo en unos determinados conceptos, como ha pasado con otros temas de la fe. A la Trinidad y a la Encarnación las metieron los primeros concilios en la jaula platónica de naturaleza y persona-hipóstasis que Santo Tomás enriqueció separando los conceptos de esencia y existencia-subsistencia. La presencia eucarística de Jesús fue definida dogmáticamente en Trento con la distinción entre sustancia y accidente. ¿Qué inteligencia aportan hoy a la fe estos conceptos en desuso? Sólo sirven para impedir cualquier teología que no sea meramente repetitiva de fórmulas dogmáticas y no iluminadora de la fe del hombre de hoy.
Menos mál que en el tema de la resurrección sólo se exige a un cristiano pronunciar la afirmación de que Jesús, el Cristo, murió y resucitó. La profesión de fe que se ha visto obligado a hacer Xabier en medio del debate para acallar posibles acusaciones que querían ver increencia en su postura, es bien clara: “Creo en el Dios que ha resucitado a Jesús de los muertos y en Jesús, el Resucitado, que está vivo y actúa en la iglesia. No creo sólo en la fe de los creyentes, sino en Cristo que funda su fe”. Cumple todas las exigencias dogmática y hasta debería tranquilizar al papa, cruzado de la campaña contra el relativismo, que ayer mismo decía en la plaza de San Pedro: “La resurrección de Cristo es el dato central del cristianismo, verdad fundamental que hay que reafirmar con vigor en todos los tiempos… Negarla, como de varias maneras se ha intentado hacer y se sigue haciendo, o transformarla en un acontecimiento puramente espiritual, es hacer vana nuestra propia fe”. Esperemos que deje espacio el papa a que los teólogos expresen lo que queremos decir los cristianos de hoy cuando afirmamos la resurrección de Jesús, sin lanzar precipitados anatemas contra Xabier y otros, juzgándols, sin oirles, por negar o transformar el hecho de la resurrección. ¿O nos van a definir también lo que es la Resurrección y el imaginario con el que hay que representararla, obligándonos tal a pronunciar una fórmula sobre la estructura física (¿emplerán los conceptos modernos de átomos, estructura molecular, ADN?) que debe tener un verdadero cuerpo resucitado para no ser un acontecimiento “puramente espiritual”?
No hay que matar en su surgir la teología que necesitan los hombres de hoy para entender la fe. Fides quaerit intellectum, la fe busca entendimiento. Sobre todo lo necesita quien, a partir de la palabra inicial heredada, creyó infantil e ingenuamente en Jesús, entregó después su vida entera a Él y necesita hoy, por tanto , al hacerse adulto y perder la ingenuidad, saber a quién y por qué ha entregado su vida. Quien prefiere mantener su fe de niño –por no decir “de carbonero”–, tal vez porque la tiene como una reliquia o un seguro más, pero no ha apostado por ella la vida, no necesitará replantearse nada. Dice Luigi Lombardi, el sobrino del padre Lombardi, en la introducción del libro “Negra Luz” que está a punto de aparecer en español: “La creencia del crédulo se sacia de las proyecciones de la caverna administradas por la autoridad. La fe del creyente no, no se sacia: quaerit intellectum, busca entender. No puede resignarse a que sea una ilusión aquello por lo que ha apostado la vida. En este sentido, la certeza, el no plantearse problemas intelectuales es casi seguramente un síntoma de tibieza en la fe”.
Para algunos la fe es tanto más grande cuanto más acepta la intervención milagrosa de Dios contra las leyes de la naturaleza. Es más, el milagro físico, realísticamente considerado, es la prueba mayor de fe y el termómetro de una fe verdadera y no contaminada por el deletéreo racionalismo desmitologizador. Es curioso que en la discusión sobre la resurrección algunos pidan afirmar la milagrosa reanimación del cadáver, como Alexis Carrel afirmó los milagros de Lourdes, basando en ellos su conversión a la fe cristiana.
Otros pensamos que Dios no se manifiesta actuando en el cosmos, en las estructuras del espacio y del tiempo, en contra de las leyes físicas que rigen el universo y que el hombre va progresivamente descubriendo. Lo mismo que no actúa, cuando quiere, cambiando las constantes matemáticas, que también son una construcción humana. Pero tampoco somos ingénuos determistas como los cintíficos de antaño- Hay cosas “raras” que suceden en la naturaleza, muchas manifestaciones que la ciencia no logra explicar por ahora o que se deben a un desencadenamiento de energías poco controlables. Y muchos andan a la búsqueda de esas posibles improbabilidades que se sabe que suceden, sobre todo en el complejo psicofísico, para atribuirlas a Dios, al demonio o al fundador que se quiere beatificar. Y al resistirnos a rechazar esas “pruebas” no somos increyentes sino en todo caso “incrédulos”, no propensos a la credulidad que es algo bien diferente de la fe pues se trata de una predisposición cultural. Me atrevería a decir que el rechazo de la credulidad manifiesta más bien una profunda fe y un respeto mayor al verdadero Misterio de Dios, el Misterio último no el penúltimo.
Lo que está por decidir es si cabe la aceptación mutua de estas dos culturas que marcan a creyentes y teólogos haciéndoles tan dispares o se va a imponer como exclusiva la concepción sacral y crédula de que Dios –¡y el demonio!, no olvidemos la finalidad irresponsablemente apologética y “moralizadora” con que se está difundiendo las prácticas exorcistas– intervienen en la historia con hechos contra la naturaleza, visibles y tangibles. ¿Nos permitirán a algunos desbrozar caminos para que la fe cristiana pueda vivirse también con pleno sentido entre los auténticos buscadores de inteligibilidad y razonabilidad, reacios a aceptar las ingenuas creencias pre o paracristianas de toda la vida?
Pongamos un caso a debate. Un artículo de Luis Rojas Marcos en El País del sábado 29 de abril: “No receís por mi, gracias”.
Para algunos será una tontería querer medir científicamente la oración como factor terapéutico y no se plantearán revisar la eficacia de la oración de petición. Este artículo será una prueba más de la persecución que sufre la religión en un mundo dominado por la dictadura de la secularización y el relativismo, que adora al hombre y no se inclina ante Dios.
Para otros el artículo es una buena respuesta a la mentalidad neofundamentalista que se está imponiendo en América. Se constata una conocida evidencia. Las pestes en Europa dejaron de hacer estragos no por la eficacia de tantas rogativas sino porque Pasteur descubrió las vacunas. Ya es hora de que el tema de la oración de petición se lo replantee la Iglesia en el sentido que propone Luis Rojas o como lo sugiere Andrés Torres Queiruga en un magnífico artículo de Iglesia Viva, Mas allá de la oración de petición, (nº 152, 1991, pgs. 157-193), así como en sus dos libros sobre el tema de la resurrección: “Repensar la resurrección”, Trotta, 2005; y “Esperanza a pesar del mal: la resurrección como horizonte”, Sal Terrae, 2005.
Esperanza es la que produce, a pesar de las presione episcopales, el que en ATRIO y en otros foros se pueda dialogar y hacer teología, libremente, educadamente, sin tirarnos los trastos a la cabeza ni echarnos unos a otros al infierno.

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