Lugar de Encuentro de lo sagrado y lo profano

DIVINO=CRISTIANO=ECLESIASTICO

12-Agosto-2009    Josemaría Sarrionandia

Estos son los tres niveles en que se desarrolla la vida de las personas. El misterio de la vida empieza y termina en la divinización del hijo que reedita la imagen del padre. En Cristo, en su vida y en sus enseñanzas, se revela el misterio. Desde la Iglesia se difunde a toda la humanidad el Reino de Dios. La voluntad de Dios Padre es que todos se salven. El Verbo Encarnado, la conciencia humana, muestra el camino, la verdad y la vida de la salvación. La Iglesia, fiel y santa, es obra del Espíritu Santo.

Dios, con el sólo acto de su Ser, crea, redime y santifica. La persona, libre y responsable por naturaleza, puede aceptar o rechazar, definitivamente, la acción divina. También puede fluctuar entre la aceptación y el rechazo. La aceptación es la salvación, la vida. El rechazo es la condenación, la muerte. En la medida en que la humanidad acepta su destino divino cunde en el mundo la paz, la justicia y el amor pero, en la medida en que lo rechaza, se expande la guerra, la injusticia y el odio (en lo que se llama el «pecado original»).

La creación, la redención y la santificación son, en Dios, absolutas: sin temporalidad ni continuidad que las destruya y sin localización ni espacialidad que las confine. Esta absolutez e independencia de las coordenadas espacio temporales en las que navega nuestra inteligencia les da ese carácter de misterio que las hace inaccesibles a la mente pero accesibles por la fe a las intuiciones del corazón.

La revelación del Reino de Dios (nuestra salvación) por Jesucristo también se dirige al corazón y a la fe, es decir, a la libertad humana. Toda la vida de Jesús es dar testimonio del Padre para que el que crea se salve. Sólo unos pocos creyeron en El, se hicieron cristianos, y sólo después de su muerte, con la venida del Espíritu Prometido, fueron confirmados en su fe.

Ahora, con lo eclesiástico, entramos en el nivel más problemático. Jesús deja todo librado a la libertad de conciencia, pero en la iglesia, entra a jugar el factor de la autoridad y la obediencia. En la medida en que esta obediencia sustituye a la libertad de conciencia en lugar de servirla, nos apartamos de las enseñanzas evangélicas y nos hundimos en un mar de dudas e incertidumbres.

Obediencia absoluta sólo es debida a Dios y no hay ninguna otra instancia que pueda eclipsarla. La sociedad humana crea estructuras de poder que violan la iniciativa individual. El respeto democrático es más tema de discursos y declaraciones que realidad de convivencia, convirtiéndose en una máscara para disfrazar la injusticia de las guerras y el sadismo de los poderosos que oprimen a los pobres socialmente desheredados.
Si recorremos la historia de las iglesias observamos que también prosperan estructuras de dominio que sofocan la iniciativa de los fieles. Comportamientos ritualistas y legalistas hay que anulan las responsabilidades personales, exigiendo, con mayor o menor exageración, el conformismo y la sumisión incondicionales. Estas degeneraciones llevan a competir con los poderes civiles y a sobrevalorar la cantidad de sus miembros en lugar de la calidad.

El Concilio Vaticano II quiso corregir tantos abusos que se habían institucionalizado pero la reacción de los conservadores de lo establecido luchó por sus fueros y provocó la profunda crisis de cuestionamiento a las autoridades establecidas. Lo saludable de esta crisis es que abre un nuevo cauce a las responsabilidades de los fieles sin, por eso, justificar las exageraciones que también se cometen.

La fidelidad sólo es total para con Dios y su Cristo. La fidelidad para con las iglesias es relativa siempre y cuando ellas mismas sean fieles a Cristo y a su Dios. Es así como actúan los santos, a pesar de los inconvenientes que se les crean con las jerarquías enemigas de las innovaciones.


Josemaría Sarrionandia (Joxema en Atrio)
sagusein@gmail.com
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TORNQUIST - Argentina

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