Lugar de Encuentro de lo sagrado y lo profano

¿Patinazo pastoral?

08-Mayo-2006    José Ignacio González Faus

La Conferencia Episcopal publicó el pasado 30 de marzo un documento (Teología y secularización en España) del que la prensa habló como un texto “contra los teólogos y los medios de comunicación que los jalean”. Sin entrar ahora en su contenido, me parece justo añadir que algunos obispos también sufrieron con ese texto. Y que algunos datos de procedimiento merecen ser conocidos.

1. El texto se presenta como instrucción pastoral, cuando es totalmente doctrinal. Un prelado (cuyo nombre considero mejor no revelar) pidió presentarlo como documento doctrinal, pero no fue escuchado. Y es que, si fuera doctrinal requeriría una práctica unanimidad más la aprobación de Roma; mientras que un texto pastoral no necesita eso.

2. 16 obispos no aprobaron el texto (7 y 9 entre votos negativos y abstenciones).

3. Se quiso despachar la aprobación del documento en una mañana y, para eso, se trató de quitar la palabra a quienes proponían enmiendas. Hasta que intervino el presidente, Msr. Blázquez, para pedir que “al menos escuchemos las enmiendas”. Según parece, el texto entonces ya estaba en la imprenta y, si aparecen versiones distintas, será debido a que algunas enmiendas se incorporaron luego de impreso el documento.

4.
En aquella sesión surgieron preguntas como éstas: en otros países de Europa ¿no hay problemas parecidos a los nuestros? ¿No hay también teólogos allí? ¿Son considerados culpables esos teólogos? ¿No deberíamos preguntarnos si algunas actuaciones nuestras, como la defensa sin matices de la Cope o la presencia selectiva en manifestaciones, alejan a la gente de la Iglesia, más que las voces críticas de algunos teólogos?

Todos estos datos afectan al procedimiento, sin abordar el contenido del texto. Sobre éste, me pronosticó un amigo que, en el futuro, será visto como el documento menos afortunado del episcopado español, al menos desde la famosa pastoral de 1936 a favor de la insurrección franquista. Sin entrar aún en contenidos, añadiré tres observaciones históricas de ayer, de anteayer y de hoy.

Primera observación. Hace unos veinte años, se intentó ya publicar un documento como éste. Entonces hubo al menos un obispo (y ahora sí que puedo decir su nombre: Echarren, hoy dimisionario de Las Palmas) que se opuso preguntando:

    ¿no deberíamos comenzar por examinar qué culpa tenemos nosotros los pastores en que tanta gente se aleje de la Iglesia?
    ¿Hemos sido fieles al evangelio?
    ¿Hemos dado un auténtico testimonio cristiano?

Entonces, la correlación de fuerzas en la asamblea episcopal hizo posible que el proyecto no siguiera adelante. Eran tiempos más taranconianos y menos recios, en los que incluso había diálogos entre obispos y teólogos, que continuó don Gabino cuando fue presidente de la Conferencia Episcopal. Ya sabemos que en esos diálogos no se unifican posiciones, pero al menos el contacto personal permite decir aquello de no es tan mala persona. Luego viene lo de dice algunas cosas que son verdad. Quizá más tarde se preguntan algunos cómo encajar esas cosas en las propias verdades. Y sólo desde aquí matizamos o modificamos posturas.

Segunda observación: en el siglo XVI español tuvieron problemas con la Inquisición nombres como san Juan de Ávila, Luis de Granada, Luis de León, el arzobispo Carranza (una de las figuras más grandes de la Iglesia de aquel siglo, que murió tras 17 años en la cárcel de la Inquisición), Teresa de Jesús, Ignacio de Loyola… Se puede proponer como modelo la fidelidad de aquellos hombres a pesar de todo; y yo quisiera añadir con san Ignacio que “no hay tantos grillos y cadenas en Salamanca, que no quiera yo llevar más por amor de Cristo”. Pero también sería bueno que la autoridad eclesiástica recapacite un poco: porque aquello de tropezar dos veces en la misma piedra parece ser un pecado muy humano pero, sobre todo, muy eclesiástico.

Finalmente, el documento critica el “disenso silencioso” que existe hoy en la Iglesia. No dice que, cuando el disenso deja de ser silencioso, puede costarle a uno la cátedra, por decisiones meramente administrativas, o presiones indirectas sobre las autoridades académicas, y sin ninguna posibilidad de defensa. En cualquier caso, mi disenso sobre los procedimientos no quiere ser silencioso: puedo ampararme para ello en las olvidadas palabras de Pío XII sobre la opinión pública en la Iglesia (una Iglesia sin opinión pública será una Iglesia enferma), y en lo que dice el Catecismo sobre la legitimidad de la crítica pública cuando la autoridad se aparta del Evangelio. Añorar luz y taquígrafos es tan necesario en la Iglesia como en la sociedad.

Si hubiese que añadir algo sobre contenidos, me parece muy simplista el argumento que oímos desde hace años: “la Iglesia española ha perdido credibilidad y culpables de ello son los teólogos (sobre todo los profesores de eclesiología)”. Lamento además que unas autoridades tan obsesionadas por la moral y la dignidad del ser humano en lo que afecta a la ética sexual no tengan una voz que levantar contra usos sociales quizá legales pero totalmente opuestos a la moral católica, y que ofenden la dignidad de los hijos de Dios (acumulación de pisos vacíos que ni Ruiz-Gallardón se atreve a expropiar, especulación del suelo o el trato que muchos católicos dan a empleadas de hogar inmigrantes, en cuanto a salario, seguridad social y demás).

Siento molestar con estas cosas. Pero creo que tenía razón Ratzinger cuando preguntaba hace años: el que no se oigan hoy las críticas del pasado, ¿significa que hay más amor, o que el amor a la Iglesia se ha vuelto romo y prefiere no correr riesgos? Dios lo sabe. En cuanto a nosotros, sería mejor que nos dijéramos aquello de san Pablo: “Reconozco que tienen celo religioso, pero mal entendido. Pues olvidan la forma como Dios justifica a los hombres y porfían por buscar esa justificación a su modo” (Romanos, 10 2-3).

[LA VANGUARDIA, 8-5-2006]

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