Lugar de Encuentro de lo sagrado y lo profano

Religión esencial - Religión institucional

08-Mayo-2006    Fej Delvahe

De nuevo un veterano colaborador nos envía un texto con una reflexión libre e interesante sobre la esencia de lo religioso. Es muy extenso pero se resume así: la esencia de la religión como búsqueda se frustra con frecuencia cuando se institucionaliza. A partir de ahí surgen las contradicciones y la tentación de “pasar” de la religión. Pero hay que seguir optando por la religión a pesar de todo.

I. DOS DEFINICIONES PREFERIDAS DEL CONCEPTO «RELIGIÓN»

Una primera sería: Religión es la relación que se establece entre el ser humano y Dios (entendiendo por Dios a lo INEFABLE, lo TRASCENDENTE, el BIEN y la SABIDURÍA que nos creó, nos integra y nos envuelve, donde radican todas las últimas preguntas del porqué de nuestra vida o el sentido profundo de la misma, y que abarcan desde el antes de nacer pasando por la vida que llevamos hasta el más allá de la muerte).

Otra, o segunda definición, puede ser: Religión es la búsqueda de la VERDAD trascendente de la existencia; la búsqueda que antropológicamente se reconoce que ha sido siempre un hecho humano desde los primeros hombres primitivos hasta hoy; porque la religión es una característica propia del ser humano; surge del misterio y de la fragilidad que experimentamos.

Una vez aclarado que «religión» es la relación humana con Dios o la búsqueda humana de Dios y de todo lo que el concepto «Dios» conlleva aparejado, podemos entrar a distinguir entre la RELIGIÓN EN ESENCIA y la RELIGIÓN INSTITUCIONAL.

II. RELIGIÓN EN ESENCIA

La religión en esencia es bastante común en casi todas partes, culturas o pueblos; es decir, CONJUNCIÓN CON EL BIEN (hacer el bien, hacer lo bueno, es religión porque tiene que ver con Dios, que es el Bien y el Bueno por excelencia) y RECHAZO DEL MAL (que es un fenómeno contrario, antagónico, que se da o permite en el cosmos quizás como una especie de elemento equilibrante o quizás probatorio en el sentido de que —EL MAL— decanta el valor real de cada ser en tanto lo enfrenta o se deja embelesar por tal potencia negativa).

Lo mismo da que uno sea chino y confucionista, marroquí e islamista, israelita y judío o dominicano y cristiano, si uno se halla a un emigrante desorientado, buscándose dignamente la vida como cualquiera en el mundo, y uno le ayuda independientemente de su color, su nacionalidad o su condición económica, uno en verdad está siendo religioso, se está relacionando con Dios en ESENCIA, uno se está salvando del existir convencional e indeterminado y para nada le desmerece el no haber recibido sacramentos, ni que esté o no casado oficialmente, tampoco que visite o no los templos ni que lea o deje de leer escrituras de las llamadas «sagradas»: ese ser humano por su entendimiento o misericordia ante otro está haciendo la religión en esencia (y en esta esencia de amor y de misericordia coinciden todas las maneras evolucionadas de interpretar el hecho religioso; aunque baste como ejemplo el siguiente, que es de los más antiguos de la historia escrita y está proclamado por la religión judía en su texto de Levítico 19, 33, donde dice: «No hagan sufrir al extranjero que viva entre ustedes. Trátenlo como a uno de ustedes, ámenlo, pues es como ustedes», esencia que parecidamente puede hallarse en otros textos de las principales religiones de la Tierra).

Un punto muy importante a tocar cuando se aborda lo que es la religión esencial es la llamada «ley de oro», la cual recogen casi todas las corrientes religiosas en el mundo, con pequeñas variantes: desde el «No hagas a otros nada que te doliere si te lo hicieran a ti», del Mahabharata hinduista; siguiendo por «No ofendas a los demás como no quisieras verte ofendido», del Udana-Varga budista; hasta «Lo que no quieras para ti, no lo quieras para tu prójimo», del Talmud judío; o el «Haced vosotros con los demás hombres todo lo que deseáis que ellos hagan con vosotros», del Evangelio de Mateo, cristiano, y el «Ninguno de vosotros será verdadero creyente, a menos que desee para su hermano lo mismo que desea para sí mismo» del Corán islámico.

Al abordar la religión en esencia hay que hacer mención del rito. El rito es parte integral de lo humano, e igualmente de la religión. Cuando hablamos de rito, hablamos de actos habituales, repetitivos, tradicionales que se dan en todas las sociedades humanas y llegan a formar parte intrínseca de la existencia, que van desde el rito de transición de la niñez a la pubertad a los ritos de novatadas cuando alguien llega nuevo a un grupo cerrado, desde el rito de pedir la bendición o el visto bueno al protector, anciano o padrino, hasta el rito de enterrar o preparar a los muertos para que pasen con las mejores intenciones posibles de esta vida a otra dimensión de «más allá», etc. Hay ritos de muchas clases: celebrativos, purificativos, de sexo o género, de iniciación, funerarios, de conmemoración, de consagración, etc, etc. El rito le brinda al ser humano control, especialización, satisfacción, evolución, etc. El rito es una chispa de metafísica, de belleza, de poesía, de símbolo, de mito, de dimensión relajante, de «inutilidad» provechosa o vital, sin el cual es imposible describir la condición humana.

También, otro tema que corresponde a la religión en esencia es el de la ética, la inclinación al bien en el obrar. La ética es una derivación de la religión esencial, manada del hecho religioso; es decir, la ética se desprende de la relación que el ser humano ha tenido desde sus orígenes, con Dios o lo Inefable. Aunque actualmente se desliga a la ética de la religión —sobre todo por parte de personas que eligen la opción de “no creer en Dios” o que no tienen claro qué es eso de Dios, o que no quieren considerarse ligadas a ninguna religión concreta, o porque es la corriente que más parece soplar en nuestros días dentro de las aulas de docencia pública, etc., lo cual es un
derecho que tienen y por el que son tan respetables como quien más—, lo cierto es que para sostener la separación tajante entre ética y religión se inventan argumentos endebles como decir que la ética es completamente independiente de la religión o de la relación del ser humano con Dios, que en modo alguno procede de ahí, dado que budistas, confucionistas, estoicos, epicúreos, jainistas, etc., actuaron éticamente desde tiempos antiguos y no hacían gala ni de Dios ni de religión. Parece que los pro-éticos que hoy por hoy quieren izar una ética sin conectarla al mastil de la religión en esencia, olvidan que esa gente citada, así como los antiguos pensadores “ateos” se comportaron éticamente en base a su idiosincrasia humano-religiosa; lo quieran o no, se relacionaban con algo que consideraban Trascendente, Inefable, aunque no le llamasen «Dios» y precisamente el efecto de ello fue proceder éticamente o al menos intentarlo. Incluso hoy en día, los que interpretan la religión como algo demasiado superficial (casi estúpido), los laicistas contrarios al hecho religioso o los del último invento mental anti-religioso, por tratarse de seres humanos, son irremediablemente religiosos y metafísicos, y como tales sospecho que tienen una relación con algo Inefable (le llamen o no le llamen Dios) y de dicha relación sacan precisamente las consecuencias para ser éticos.

Me fundamento en la premisa antropológica de que EL SER HUMANO ES RELIGIOSO POR NATURALEZA, POR IDIOSINCRASIA HUMANA. Esto sí es una característica del ser humano, de lo humano —está demostrado y se puede verificar en cualquier parte del mundo—. Tal realidad está bastante asumida incluso a nivel científico (ya en la antropología como en la sociología)
en general.

De igual forma es más que evidente que lo que expresa el ser humano por su boca o escribiendo, por lo general poco tiene que ver con lo que hace, cree o es en su profundidad existencial.¿Quién niega a estas alturas de la historia humana que el ser humano es religioso por naturaleza?

Admitamos que algunos o muchos seres humanos hayan podido llegar a ese estadio desde el que afirman que no creen en Dios y no admiten ser considerados religiosos en ningún sentido, aun así eso no niega el argumento bastante científico de que la ética procede, ha surgido y se deriva precisamente de la religión. O sea, puede que hoy por hoy haya gente que se sitúe en el imperativo de una ética sin religión-sin Dios, pero es algo a lo que se ha llegado históricamente tomando como referencia a LA RELIGION Y A DIOS, es algo a lo que se ha llegado como derivación de la esencia antropológica del hecho religioso, o dicho en máxima: la ética es hija de la religión y del hecho religioso.

En definitiva: La religión en esencia es ni más ni menos que la activación humana de nuestro oído metafísico. Porque el ser humano no sólo tiene oído físico sino sobre todo posee oído metafísico, a través del cual puede escuchar el Más Allá, al Inefable, a Dios, la clave profunda transmitida por el Misterio del universo, que constituye la esencia de la religión.

III. RELIGIÓN EN INSTITUCIÓN

a) La cara.- La organización de la religión la pervierte en gran medida. Antes o después, ya organizada o institucionalizada, la religión se convierte en algo que viola y degenera sus mismos principios de libertad y de amor.

Cuando la religión se organiza, irremediablemente adopta estilos, marcos y características tan diferentes que entonces pasa a clasificarse como eso que la gente llama “religiones”. Por supuesto que dichas religiones u ordenamientos institucionales conservan un meollo de la religión en esencia; pero lo envuelven con tal número de burocracias, ritual-manías, añadiduras y vainas, que a veces es difícil hallar entre toda esa costra o maraña dónde queda la religión en esencia. Esto es: la organización religiosa conlleva en gran medida la pérdida de perspectiva de lo originario esencial, tergiversándolo y haciendo relevante lo que sólo es mediocremente irrelevante; convierte lo anecdótico en primordial y viceversa.

En verdad no hay que temer por la religión en esencia, pues ésta no muere jamás. Mientras existan seres humanos que se relacionen con lo Inefable (Dios), es imposible que muera la religión esencial. Sin embargo, la que sí debe temer por su sobreviviencia es la religión institucionalizada, en muchas de sus organizaciones, ordenamientos, regulaciones y modelos; dado que toda religión como estructura organizada tiene su nacimiento, juventud, período de consolidación, vejez y acaba muriendo. Así muchas religiones han pasado, por ejemplo, de los millones de egipcios que creyeron en Amón-Ra durante siglos, ¿queda hoy —institucionalmente hablando— alguno? Obviamente no.

Sólo Dios es absoluto, las religiones son relativas y además en su institucionalización contraen grandes dosis de ambigüedad —un ejemplo de gran ambigüedad de la organización religiosa se encuentra en el judaísmo institucional, donde se presenta a Dios como patrocinador del NO MATARÁS (Éxodo 20) y a la vez como el tutelador de matanzas a gente inocente, p.ej, el caso de los habitantes no guerreros de las ciudades medianitas destruidas, según Números 31, 1 ss., e igualmente en el episodio de la cruel matanza de inocentes ordenadas a Moisés en Levítico 20, 1-27, por poner sólo dos muestras.

Y es que la religión en institución va adquiriendo complejidad burocrática, lo cual hace que en un momento dado lo que era un potencial liberador, una vez organizado, resulte un constitutivo esclavizador del ser humano; es decir, con el tiempo se absolutiza o hace principal lo que sólo era secundario y relativo. El propósito original liberador se torna todo lo contrario. Jesús de Nazaret
representa una de las voces más excelentes o trascendentales en defensa del ser humano como amo y señor de la ley, amo y señor del ordenamiento, amo y señor de la norma o de la regulación, amo y señor de la religión institucional; lo cual es una llamada a estar siempre bien atentos, de manera que no nos dejemos convertir en esclavos de la legalidad, del ordenamiento o de la institucionalización.

El capítulo 23 del evangelio de Mateo nos ofrece un brillante análisis, con ejemplos, de la religión esencial tornada a religión institucional y profesionalizada. Se dice en este capítulo que los profesionales de la religión organizada dejan a un lado la esencia religiosa y se vuelven abusadores, incluso se constituyen en los mayores obstáculos para la misma religión: son los que dan gran importancia a las normas legales relativas y se olvidan de la justicia y de la misericordia del día a día; son los que enarbolan la generalidad y no hacen caso de los casos individuales concretos que no contemplan las legislaciones; son los que limpian muy bien por fuera sus zapatos, sus vestimentas, sus uñas, presentan adornos delicados, pero por dentro están llenos de impurezas.

Además hay que añadir que la decadencia máxima de la religión es cuando se ve elevada a religión del Estado, pues entonces las personas que la detentan o controlan se inflan con un orgullo demasiado improcedente, tornando la religión en cortesana, dogmática, dictatorial, absolutista y haciéndola perder muchísimo de su esencia, sencillez y atractivo natural.

Es decir, por desgracia la organización conlleva casi siempre añadiduras meramente históricas, como aparataje coercitivo de ceremonias o ritualismo demasiado pesado y cansino, gente viviendo de eso y dedicada en exceso a lo meramente intranscendente y relativo. Con frecuencia esta gente que vive de dicha institucionalización, se olvida que la estructura y reglas están al servicio de la esencia y no al revés.

Si bien es cierto que el rito pertenece a lo humano y a la religión en esencia, la religión institucional es la que lo potencia y le sirve de vehículo en gran medida. Sin embargo, la organización puede llegar a encumbrar el rito más que al ser humano, e incluso con tantísimos ritos no pocas veces provoca hastío, náusea y rechazo en bastantes miembros de la institución religiosa que los impone. Aunque, quede claro que reconozco la razón de ser del rito en esencia y en su justa medida en la institución, ya que forma parte esencial de lo humano; pero no comparto que tengamos que supeditarnos nosotros al rito como si éste fuera amo y señor nuestro. Por ejemplo, el rito de reunirse a comer, rezar y beber en memoria de un magistral ser humano-divino como Jesús de Nazaret, siendo en principio algo natural, agradable, atractivo, tras la institucionalización se convierte en demasiado artificioso y reduccionista, se transforma en una clerigolatría absolutizadora de normas relativas, como la que obliga a que el referido acto se realice a diario y con la presencia imprescindible de un ordenado sacerdotal, además de un vestuario, etc. De manera que, de un rito en esencia libre, maravilloso y grato, con el tiempo y lo institucional pasa a degenerar en una absolutización abusadora donde el creyente parece haber sido creado para formar parte servil de ese ritual, en vez de ser ese ritual concreto el que fue dispuesto o creado para servir al creyente.

En consecuencia, la religión aparece ante los ojos de muchos como un teatro y lo que era la esencia espiritual, siempre portadora de espíritu subversivo y perturbador (en el mejor sentido) se degrada a mero nivel de decorados y adornos innumerables. De ahí que no es de extrañar que haya gente que se separa de los ordenamientos, organizaciones o entramados religiosos para poder ser religiosos. El siguiente poema del poeta alemán Friedrich Schiller evidencia precisamente esto mismo cuando dice:

«¿Qué religión confieso yo?
¡Ninguna de las que tú me nombras!
¡Y por qué asi, por qué ninguna!
¡Por religión!»

En resumen, los inconvenientes graves de la institucionalización religiosa son: que acorta el campo libre de decisión del individuo; que provoca proselitismo adocenador, clientelismo y prioridad hacia la presentación de la fachada más que hacia la pureza del interior; que ahoga bastante las iniciativas personales. Pero lo peor de todo es que la institucionalización declina a convertirse en fin de sí misma.

b) La cruz.- Por otra parte, conviene no olvidar que el ser humano tiene dos dimensiones; una, la propia corpórea, y la otra la dimensión social. O sea, lo que quiero dar a entender es que el ser humano, además de todo lo dicho hasta ahora, es institucional por naturaleza.

No es posible vivir humanamente sin estar inserto en unas relaciones socio-institucionales, pues sólo así se adquiere el lenguaje, el conocimiento de la cultura que se va acumulando y los beneficios o logros del esfuerzo cultural común.

Entonces, la religión en esencia se organiza como todos los aspectos culturales humanos, por propia idiosincrasia natural-antropológica; porque esa es la naturaleza humana y sólo así podemos los humanos conservar, proteger, transmitir y adquirir el peso investigativo o científico que llevará a mayores niveles de sabiduría y evolución a toda la especie, simplificando la vida y limando muchos obstáculos que individualmente nos serían muy gravosos.

En pocas palabras más, es inevitable pasar de la religión en esencia a la religión en institución. La huella social de la religiosidad del individuo depende en buena parte de la acción que ejercen determinados humanos, con especiales dotes religiosas, sobre el resto. Incluso, los hombres y mujeres menos dotados religiosamente necesitan de guías que quizá les tengan que enseñar recogimiento interior o a ir conociendo las claves de la verdadera esencia religiosa. La importancia del asunto refuerza aún más la tendencia a la institucionalización, pues cuanto más decisivo y trascendente es algo para los humanos tanto más tratamos de institucionalizarlo, esto es, de asegurarlo, de regularlo, de conservarlo, de transmitirlo, de fomentarlo.

La fuerza sugestiva que poseen los modos de comportamiento y los roles institucionales, contribuyen sin duda a despertar la vida religiosa de los individuos, les da apoyo en el tiempo y les ayuda a preservales de parcialidades subjetivas.

En definitiva, es un proceso lógico que la religión en esencia se institucionalice u organice, pero también lo es —y la historia de las religiones está llena de ejemplos— que el proceso religioso personal experimente tensiones y a veces rupturas con las instituciones religiosas.

IV. RELIGIÓN A PESAR DE TODO

Sí, porque es una característica antropológica, que genera y cultiva la moral comunitaria (enseña a la gente a distinguir el bien del mal, con el fin de optar por el primero) y contribuye a la civilización de los seres humanos. La religión refuerza las normas y los valores de la sociedad. De tal manera es así, que una sociedad donde se prohiba la religión, degenera en sociedad inhumana y además no logra impedir que aunque sea a escondidas la religión se practique y acabe resurgiendo con más fuerza. La religión jamás se extinguirá mientras existan seres humanos; los que sí expirarán son los modelos concretos y circunstancialmente históricos de organización religiosa.

Sí, porque la religión es portadora de utopías, muchas de las cuales han ido tomando cuerpo historicamente. La religión aboga, en su esencia, por las causas perdidas, por ir contracorriente, por contestar lo que los intereses creados tratan de absolutizar o marginar atropelladoramente. La religión produce contestatarios, profetas, gente disidente, incoformistas y no pocas veces propicia o contribuye al cambio social libertario ( «Moisés y el Éxodo de Egipto», «Lutero y la Reforma Protestante», «bastantes clérigos y cristianos de base promovieron la Revolución Francesa», «Montesinos, Las Casas y la defensa de los indígenas américanos», «Gandhi y el movimiento de independencia de la India», «los baptistas, Martin Luther King y el Progreso de los Derechos de los afroamericanos en EE.UU.», etc., etc.).

Sí, religión a pesar de todo porque no hay sociedad mínimamente cohesionada sin creencias religiosas (esto lo afirma la propia doctrina científica de la sociología); es decir, no puede hablarse de sociedad irreligiosa. Incluso los que se proclaman increyentes, en definitiva creen otro tipo de creencia. Pero tienen su papel en la vida y es respetable, pues ya los agnósticos o los ateos sirven de revulsivo, de instancia crítica contra los hechos alienantes de la religión organizada. Así, cuando Carl Marx definió la religión como el «opio del pueblo», estaba en realidad ejerciendo de «profeta» secular que critica y perturba en pro de un saneamiento de la esencia religiosa.

Sí, puesto que la religión crea y potencia la solidaridad social, eleva el sentimiento de ser parte de algo más grande que uno mismo. No se puede negar que tantas ONG como existen hoy en día ejerciendo la solidaridad con los más necesitados del mundo, son de inspiración religiosa o descendientes de la praxis religiosa, fundamentalmente de la praxis religiosa judeo-cristiana.

Sí, pues, incluso gracias a la religión, muchísimos seres humanos a lo largo de la historia, han logrado llevar el peso del dolor, del «sin sentido», y además gracias a la religión han podido afrontar dignamente y sin miedo la muerte.

Sí, claro que sí, y dado que la religión conlleva su espacio institucional, asúmase esto; pero sin renunciar a la propia cabeza pensante, con su discernimiento correspondiente; pues se trata de hacernos más trascendetes y buenos dentro del marco o la institución religiosa, pero no de enajenarnos ni convertirnos en meras «gallinas de corral».

Verdaderamente quien atienda y entienda la parábola evangélica del «juicio final» (consúltese en Mateo 25, 31-46), comprende cual es el quid de la cuestión, comprende qué es religión en esencia. Luego, inevitablemente, a eso se le pega mucha costra y lapas. La religión auténtica se comprende en la misericordia, caridad o amor que somos capaces de regalar a los que lo necesitan, o mejor aún, a los que más lo necesitan.

V. EPÍLOGO: 10 APOTEGMAS UNIVERSALES ACERCA DE LA RELIGIÓN

1. La religión está en el corazón, no en las rodillas. Y el corazón no se vende, se regala.

2. La religión sí tiene que ver con la política, indudablemente que sí, pues ¿cómo puede ser un hecho vivencial antropológico y no político?

3. La religión se basa en que todo lo que existe se alimenta de lo inverificable.

4. Ninguna religión institucionalizada posee el monopolio de la virtud ni de la verdad ni de la salvación.

5. Absoluta, no es la religión. Absoluto es Dios.

6. En religión en esencia, se trata a Dios de «tú» en vez de «Excelentísimo, Eminencia o Reverendísimo Sr.». En religión institucional se trata a los «jerarcas transitorios» que ocupan circunstancialmente el puesto de mando, de «Excelentísimo, Eminencia o Reverendísimo Sr.» en lugar de «tú» simple y llano.

7. No olvidemos, por Dios, que el ser humano es más importante que la palabra, que los títulos honoríficos, que los conceptos o símbolos.

8. La religión tiene un corazón llamado amor, misericordia, compasión, caridad, o algo parecido, y quien palpite según este «motor trascendente» es un ser fundamentamente religioso.

9. La religión, a pesar de sus prostituciones, mantiene la referencia de la esperanza para la humanidad: que el bien triunfará sobre el mal y la verdad sobre la mentira.

10. Jesús de Nazaret es uno de los hombres más impresionantes de la historia, representa a la Religión en Esencia, al Espíritu, al Bien, a la Verdad, a la Esperanza y al Ser-Dios que vive en el universo.

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Fej Delvahe, 2006, ®©

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