Lugar de Encuentro de lo sagrado y lo profano

Santiago, camino de todos

14-Noviembre-2009    Honorio Cadarso

La Cristiandad europea creó, como réplica al Camino musulmán de la Meca, los tres caminos de Tierra Santa, Roma, y Santiago de Compostela. Hoy, los tres sobreviven, pero con ciertos matices que los diferencian. De hecho, atraen a peregrinos diferentes.

Tierra Santa y Roma atraen más bien a movimientos católicos de talante conservador (Opus, Quicos…), mientras que Santiago congrega a peregrinos de mentalidad entre agnóstica y laica. Uno se pregunta si antes el Camino de Santiago no era así, o quizá siempre el Camino de Santiago tuvo este carácter entre liberal y no alineado, pero con esa llamada a la espiritualidad.

El Camino de Santiago debió caer en desuso con la Guerra de 1938 y la siguiente Guerra Mundial de 1940. Luego, desde el ministerio de Información y Turismo de Franco, Fraga lo promocionó junto con el lote de Paradores Nacionales de Turismo. Hoy es un fenómeno de masas, una cita turística, deportiva y de encuentro universal en la que se funden todas las edades, todos los europeos, todos los pueblos del mundo en un clima de encuentro amistoso, de diálogo y de reflexión espiritual, por encima de cualquier diferencia religiosa o de la distancia entre creyentes y no creyentes. Uno diría que, a diferencia de los monasterios orientales a los que acude una “élite” tipo Richard Guere o parecido, el Camino de Santiago congrega también al pueblo llano…

Tal vez podría aventurarse que es este sello universalista, de espiritualidad sin religión, el que le ha devuelto al Camino su mordiente y su “glamour”, mucho más que las campañas publicitarias del Ministerio de turismo y la Xunta de Galicia.

El Camino, la convivencia en un régimen de austeridad y sencillez en los albergues, que esta es otra de sus características, el gozo de la llegada y el encuentro con una ciudad tan europea y cosmopolita como Santiago, viene a ser una cita para la paz, tanto entre las personas como en el interior de los individuos, y para el encuentro con la Trascendencia, El que Es. Hasta las distancias entre analfabetos y sabios parecen borrarse, los montes se allanan y se elevan las hondonadas.

¿Es esta vocación de universalismo, de pluralismo religioso e ideológico, algo nuevo en la historia del Camino de Santiago, o quizá siempre ha sido así?

Da que pensar el hecho de que los seguidores de San José María Escrivá de Balaguer prefieran otros “Caminos” a éste; o que los Kikos hagan un gran monumento religioso en Tierra Santa más que en Tierra de Campos…

Históricamente, el Camino de Santiago discurre por rutas o calzadas que vertebraban toda la Europa romanizada; de esas rutas, las que unían Francia con la península ibérica debieron ser objeto de un tráfico muy intenso, y de un intercambio cultural importante. La extensión del cristianismo parece que generó una corriente del diálogo entre las iglesias de las Galias y de Hispania, y lo que luego sería Camino de Santiago fue uno de los lugares de intercambio más importantes. Intercambios que se producían cuando todavía la Iglesia no se había centralizado, a imagen del Imperio, en Rona y en el Papa de la sede romana., en un clima de libertad y espontaneidad que no condicionaban ni el Obispo de Roma ni los emperadores.

Al hilo de este intercambio en libertad surge una figura que marca los destinos del Camino de Santiago, Prisciliano. Un historiador francés aventuró hace tiempo que el está enterrado en Compostela no es el apóstol Santiago, sino el hereje Prisciliano,”runrun” aplaudido por Unamuno y otros escritores “librepensadores”. Prisciliano es precisamente el primer cristiano ajusticiado por el Poder civil, con la aquiescencia del poder religioso de la Iglesia católica. Un Prisciliano que criticó enérgicamente a todo contubernio entre el poder civil y el religioso, que predicó y tuvo discípulos en Hispania y Las Galias, que fue centro de atención y discusiones para escritores y obispos como San Ireneo de Lyon o San Ambrosio de Milán, y para emperadores como Gracia, Teodosio y otros. Y que, ajusticiado en Tréveris, fue traído hasta Galicia y enterrado en ella por sus discípulos.

A lo largo de la Edad Media, el Camino de Santiago ha sido la ruta del románico y el gótico entre Francia y España; en Sahagún se produce además un cierto encuentro de estos estilos de norte europeo con el mudéjar, en edificios donde la piedra es sustituída por el ladrillo. Y uno se atreve a aventurar que esos dos estilos, manejados por artistas populares, reflejan una espiritualidad y una religiosidad con ciertas “veleidades” agnósticas…

Pero el Camino es ante todo el diálogo de la persona humana, el peregrino y la peregrina, con una naturaleza cambiante; la “dulce” Francia, el Pirineo, los valles que bajan hasta el Ebro vestidos de viñedos y choperas, las parameras ascéticas de Castilla, la Galicia paradisíaca, son en conjunto una invitación al encuentro con el Absoluto. O pueden serlo. No menos que ese otro Camino paralelo que denominamos la Vía Láctea, el otro Camino de Santiago.

Resumiendo uno se atreve a aventurar que el Camino de Santiago fue siempre eso, un lugar de diálogo y encuentro en el respeto a todas las creencias y todas las ideologías. Un Camino no apto para Inquisidores, Lefevres e intransigentes.

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