Lugar de Encuentro de lo sagrado y lo profano

La inteligencia espiritual y el punto Dios

30-Mayo-2006    Atrio
    Hay muchos tipos de inteligencia. En la década de los noventa se produjo el boom de la Intelgencia Emocional. Ahora le toca el turno a la Inteligencia Espiritual. El antiguo saber profundidizar en la realidad en busca del sentido último está ahora siendo investigado científicamente. Este artículo de Manuel Díaz Prieto en La Vanguardia, que nos ha enviado una amiga presenta muy correctamente el tema y nos invita a debatirlo en ATRIO.

El punto Dios
Científicos y pensadores especulan sobre la existencia de la inteligencia espiritual

MANUEL DÍAZ PRIETO
La Vanguardia- 28/05/2006

    Cuando exploramos el sentido profundo de las cosas se producen oscilaciones neurales de 40 hercios en una zona de nuestro cerebro

El coeficiente intelectual (CI) - como expresión de la capacidad analítica humana- fue durante décadas la única vara de medir la inteligencia. Eficiente a la hora de elaborar conceptos, organizar el mundo y solucionar problemas concretos, el CI era la única referencia académicamente aceptable de evaluar nuestra comprensión del mundo.

Pero cuando en 1983 el doctor Howard Gardner, de la Universidad de Harvard, publica su influyente obra Frames of Mind (traducido en español como Estructuras de la mente), los científicos comienzan a admitir que no existe un solo tipo de inteligencia, sino que hay al menos siete formas distintas de conocer y relacionarse con uno mismo y con el entorno.

La eclosión de la inteligencia emocional en la década de los años 90, de la mano de Daniel Goleman, revolucionó la forma de percibir la capacidad de las personas y vino a demostrar lo que ya era una convicción de toda una tradición de pensadores, desde Platón hasta Freud: que la estructura de base del ser humano no es la razón (logos), sino la emoción (pathos). Somos, primariamente, seres de pasión, de empatía, de compasión, y sólo después, seres de razón.

Sin embargo, ¿cuál sería la inteligencia encargada de gestionar ese plano más profundo en el que se sitúan los grandes problemas psicosociales contemporáneos, como la sensación de vacío, el sentido de la vida o los anhelos de autorrealización? Muchos investigadores han empezado a preguntarse cómo se presenta la espiritualidad en términos psicológicos, o si existen diferentes formas y desarrollos de la espiritualidad asociados a diferentes rasgos de personalidad. Así, el modelo de personalidad propuesto por el psiquiatra Robert Cloninger en 1994 cuenta ya con una dimensión específica a la que llama “espiritualidad y autotrascendencia”.

La inteligencia espiritual abarcaría la capacidad de trascendencia del hombre, el sentido de lo sagrado o los comportamientos virtuosos que son exclusivamente humanos, como el perdón, la gratitud, la humildad o la compasión. La búsqueda de pruebas empíricas que demostrasen su existencia llevó a algunos científicos durante la última década a explorar si existía este otro tipo de inteligencia que más allá de captar hechos, ideas y emociones, explicase por qué somos sensibles a valores ligados a la idea de Dios y a la trascendencia. Siguiendo esta línea, algunos científicos verificaron que siempre que se abordan temas religiosos o valores que conciernen al sentido profundo de las cosas, no superficialmente, sino con una participación sincera, se producen oscilaciones neurales a 40 hercios procedentes de una zona localizada en los lóbulos temporales de nuestro cerebro.

Lo que llevó a neurobiólogos de prestigio como Michael Persinger o Vilayanur Ramachandran y a la física cuántica Danah Zohar a bautizar esta región anatómica como el “punto Dios”. A la vista de estos resultados queda la duda de si las religiones no son más que una expresión de ese punto Dios o de que la espiritualidad pertenece biológicamente a lo humano y no es monopolio de las religiones. Aunque la más reciente (y controvertida) hipótesis sobre el tema llega de la mano del microbiólogo Dean Hamer, que, al parecer, ha identificado el “gen de Dios”, título que precisamente ha dado a la obra donde desarrolla esta tesis.

Según Hamer, responsable del Centro de Genética del Instituto Nacional de Investigación sobre el Cáncer de EE. UU., las personas que poseen en el cromosoma 10 una variante del gen V-MAT2, “manifiestan un mayor grado de espiritualidad”. De ahí que no dude en afirmar que “la fe está en tus genes”. O, al menos, ese es el subtítulo del libro citado. Sin embargo, el camino hasta este descubrimiento indica también la debilidad de la hipótesis: Hamer sometió aun grupo de voluntarios a un test de personalidad que comprende también una sección dedicada a medir, a través de una batería de preguntas, la llamada “autotrascendencia” ideada por el psiquiatra Robert Cloninger. Una vez seleccionadas las personas con puntuación más alta, se buscaron los genes que éstas tenían en común. Aunque no han tardado en aparecer voces críticas que aseguran que lo que en realidad mide el test de Cloninger es una vaga sensibilidad new age (del ecologismo a la magia), y no la religiosidad ni la creencia en una divinidad personal.

No obstante, en los últimos tiempos no dejan de aparecer novedades editoriales que enfatizan la existencia y las virtudes de esta capacidad. Un ejemplo es El poder de la inteligencia espiritual,de Tony Buzan, asesor de ejecutivos, jefes de estado y atletas famosos. Una obra convertida en superventas que pretende explorar la naturaleza de la espiritualidad. En ella asegura cómo desarrollando este tipo de inteligencia podemos relacionarnos más profundamente con lo que nos rodean, desarrollar una actitud compasiva, descubrir formas de rejuvenecer el alma y aumentar la energía. No está mal por apenas 6,75 euros.

Otro experto en conducta humana, Oriol Pujol Borotau, un ex sacerdote jesuita que ha vivido 40 años en India, donde hoy es director del Human Growth Institute de Bombay, asegura que el desarrollo de la inteligencia espiritual puede servir de bálsamo a muchos de los males profesionales. Utilizando una modalidad de meditación ayuda a que la gente de empresa que acude a sus cursos aprenda a despertar la inteligencia espiritual para liberar tensiones, motivar a sus empleados y hasta sanar el cuerpo.

Enla misma línea, un artículo aparecido en este diario y firmado por Ángel Castiñeira y Josep M. Lozano, profesores de Esade, intentaba incidir en la caótica discusión sobre el tema de la religión en la escuela. Y después de dibujar el contexto del momento, con una jerarquía eclesiástica que vive con nostalgia su pérdida de influencia o la cultura de sectores de la izquierda “con ropa de diseño y mentalidad decimonónica” que consideran la religión como una rémora que no queda más remedio que tolerar, Castiñeira y Lozano se hacen eco del descubrimiento de los diferentes tipos de inteligencia y, concretamente, de la denominada espiritual.

Genuinamente humana
“La inteligencia espiritual - afirman- apunta al desarrollo de capacidades genuinamente humanas, como la capacidad de silencio, de asombro y admiración, de contemplar, de discernir (y no solamente decidir), de ampliar los contextos en los que situamos nuestras vidas…, en definitiva, al desarrollo de una cierta profundidad existencial y vital. Estas, y otras, capacidades humanas han sido elaboradas mediante símbolos y prácticas por las diversas tradiciones religiosas, aunque no sólo por ellas”.

Para Castiñeira y Lozano, la riqueza de la sabiduría que han acumulado las religiones convierte en insensata la idea de que podemos desarrollarla al margen o contra ellas. “Las tradiciones religiosas - prosiguen- nos recuerdan que no hay calidad ni plenitud humanas sin una disponibilidad hacia los demás, denominada como justicia, compasión, misericordia o sensibilidad. Aunque también, a partir de hoy, podríamos denominarla inteligencia espiritual”.

Para ambos docentes, la inteligencia espiritual resulta imprescindible para vivir humanamente. “Que sea algo radicalmente personal no significa que no tenga una dimensión pública y que no afecte también al modelo educativo, del mismo modo que consideramos necesario educar la inteligencia emocional”.

Por todos lados surgen nuevas propuestas para desarrollar integradamente la inteligencia mental, la emocional y la espiritual. Y redes que se movilizan porque su diagnóstico, al igual que el de Castiñeira y Lozano, es que la expansión de una cierta pobreza espiritual “no debe confundirse con el retroceso del número de adherentes a las iglesias, sino que responde a la emergencia de un déficit de calidad humana que debe plantearse públicamente”.

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