Lugar de Encuentro de lo sagrado y lo profano

Ecos de la visita papal a Auschwitz

03-Junio-2006    Atrio
    Publicábamos anteayer un polémico artículo desde México sobre el discurso de Benedicto XVI tras la visita a Auschwitz. En La Vanguardia de hoy, María-Paz López nos resume el eco que ha tenido en Europa. El debate sigue. ¿Cual es el silencio más escandaloso? ¿El de Dios o el de las Iglesias cristianas oficiales? ¿Es nefasta la secularización que le hizo a Bonhoeffer comprender que el compromiso cristiano le llevaba por amor a prójimo a liberar Alemania del dictador, hasta pagar con su vida esta teología?

ECOS DE LA VISITA PAPAL A AUSCHWITZ

MARÍA-PAZ LÓPEZ
LA VANGUARDIA- 03/06/2006
Corresponsal ROMA

    El ’silencio de Dios’ atormenta al Papa
    Benedicto XVI reabre el tema de la no intervención divina ante el holocausto
    Los críticos se preguntan por qué el Papa no habló también del ’silencio de la Iglesia’
    Los teólogos judíos reflexionan hace decenios sobre Dios y el holocausto, y hablan de libre albedrío, pecado y ‘eclipse de Dios

Las conmovedoras palabras de Benedicto XVI sobre el silencio de Dios ante el holocausto, pronunciadas durante su visita el pasado domingo a los campos de exterminio nazis de Auschwitz y Birkenau (Polonia), han provocado un vendaval de comentarios y análisis en la prensa internacional, encarados sobre todo a dilucidar si, a ojos de los creyentes, la ausencia de intervención de Dios ante el mal puede llegar a eximir a los seres humanos de responsabilidades, o si son ellos los verdaderos culpables de ese silencio divino. Joseph Ratzinger - que en su discurso exculpó del holocausto a los alemanes, al atribuírselo exclusivamente a los nazis- planteó enseguida una pregunta que ha atenazado durante decenios a los pensadores judíos e israelíes, hasta el punto de hacer perder la fe a muchos de ellos: “¿Dónde estaba Dios en aquellos días? ¿Por qué calló? ¿Cómo pudo tolerar ese exceso de destrucción, ese triunfo del mal?”.

Unos seis millones de judíos perecieron en el holocausto, de los cuales al menos 1,1 millones fueron asesinados en Auschwitz - junto a decenas de miles de personas de diversas nacionalidades-, de modo planificado y organizado por sus propios congéneres, por lo que a la cuestión teológica del silencio de Dios se superpone inevitablemente el tema de la responsabilidad humana en el triunfo del mal, y en consecuencia, el debate filosófico sobre la culpa. “Benedicto XVI parece decirnos que, en la hora de los peores crímenes del siglo XX, Dios permaneció silencioso porque demasiados hombres permanecieron silenciosos - arguye Guillaume Goubert, editorialista del diario católico francés La Croix-. Porque demasiados cristianos, incluidos altos responsables de la Iglesia, permanecieron silenciosos”.

De hecho, no pocos observadores esperaban oír en el parlamento papal alguna referencia a la actitud de Pío XII y de gran parte de la jerarquía católica ante el holocausto, quienes - pese a los heroicos y valerosos testimonios de algunos obispos, sacerdotes, religiosas y laicos- optaron por no alzar demasiado la voz, al considerar que podría acarrear males mayores, como pasó en Holanda en 1942 tras una carta episcopal contra “el despiadado e injusto trato dispensado a los judíos”. La Santa Sede temía también por la suerte de los católicos.

“Entre quienes no se expresaron sobre las atrocidades del nazismo, y cayeron así en la culpa metafísica denunciada por Karl Jaspers, muchos historiadores señalan al Papa Pío XII - escribe el filósofo italiano Umberto Galimberti en el diario La Repubblica-.Entonces, ¿por qué Benedicto XVI, en vez de su dramática pregunta sobre el silencio de Dios,no se plantea una más modesta sobre el silencio de su predecesor?” Aclaración: el filósofo alemán Karl Jaspers enumeró en Die Schuldfrage (la cuestión de la culpa), una lección magistral de 1946 en la Universidad de Heidelberg, los cuatro tipos de culpa en que habían incurrido, según los casos, los alemanes. Según Jaspers, la culpa metafísica atañe a quienes “toleran atrocidades infligidas a un semejante sin hacer nada para impedirlas”.

En su discurso en Auschwitz, Benedicto XVI circunscribió la responsabilidad del holocausto a “un grupo de criminales”, y absolvió al pueblo alemán, “que pudo ser usado, y se abusó de él, como instrumento” de los nazis. El filósofo germano Jürgen Habermas, conmovido, ha alabado la profundidad del discurso, pero ha lamentado esa visión del pueblo alemán cautivo de una banda de malhechores. “Quizá la visión de Joseph Ratzinger del periodo nazi procede de su ambiente familiar, de la honesta familia católica de sus padres”, aventura Habermas en la prensa italiana, recordando que el régimen nazi gozó de amplio apoyo entre la población.

En cualquier caso, el propio Benedicto XVI indicó hasta qué punto le atormenta la cuestión del exterminio de los judíos y de las reflexiones teológicas que suscita, y por un triple motivo, como se desprende de las palabras que eligió para iniciar su parlamento, en las que confesó que “es particularmente difícil y opresivo para un cristiano, para un Papa que procede de Alemania” tomar la palabra en Auschwitz.

Que el plan nazi de aniquilación de los judíos merece no sólo análisis histórico sino también teológico se hizo evidente a pensadores judíos de todo el mundo y a teólogos cristianos alemanes acabada la guerra, cuando surgió la teología del holocausto, también llamada Theologie nach Auschwitz (teología después de Auschwitz). Los rabinos dieron varias interpretaciones: un temporal eclipse de Dios - momentos en que Dios se halla inexplicamente ausente de la historia-; el holocausto como precio que pagar por el libre albedrío concedido al hombre por Dios, quien por tanto no interfiere en el devenir de la historia; un castigo divino por presuntos pecados de los judíos de Europa, e incluso el destino del pueblo elegido de sufrir por los pecados de la humanidad. Muchísimos judíos perdieron la fe, y concluyeron que el holocausto demostraba la no existencia de Dios.

De hecho, la pregunta formulada por Benedicto XVI incumbe a las tres religiones monoteístas (judaísmo, cristianismo e islam), cuyo Dios único es visto como omnipotente, omnisciente y misericordioso, lo cual hace difícil al creyente aceptar que permita la maldad en el mundo. “La fe nos da la certeza de que Dios no permitiría el mal si no hiciera salir el bien del mal mismo”, reza el catecismo de la Iglesia católica, que señala que “Dios no es, en modo alguno, ni directa ni indirectamente, la causa del mal”. Asunto bien distinto es el comportamiento humano - silencio incluido-, que sí merece el juicio de la historia.

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