Lugar de Encuentro de lo sagrado y lo profano

El respeto a las víctimas

13-Junio-2006    José Mª Castillo

Nadie pone en duda que, si hay algo o alguien merece todo nuestro respeto, nuestra estima y, en suma, lo mejor de nuestros sentimientos más nobles, son las víctimas que, con su vida y sus indecibles sufrimientos, han pagado un precio demasiado alto para que nosotros podamos vivir en paz y tener esperanza de futuro.

De ahí que la mayor ingratitud y hasta la peor vileza, que puede cometer una sociedad, es olvidarse de quienes, con su sangre y su dolor, han hecho posible que nuestra vida se sienta más segura y nuestra convivencia pueda resultar más humana, más digna, más soportable. La ingratitud o el olvido de quienes han sufrido (y sufren) para que nosotros vivamos con más paz y mayor sosiego es una indignidad que no tiene nombre. Por eso las víctimas merecen, en cualquier caso y en cualquier sociedad, tanto respeto. Por tanto, no les faltemos al respeto a las víctimas. Ellas merecen lo mejor de nosotros mismos.

Pero ocurre que a las víctimas se les puede faltar al respeto de muchas maneras. Por supuesto, el desprecio, el olvido, el resentimiento…, todo eso, y otros comportamientos por el estilo, son indignidades y bajezas de tal calibre que quien las comete no merece pisar nuestra tierra. Nadie duda de que tales conductas son faltas de respeto a las víctimas. Pero no sólo así seles puede faltar al respeto a quienes han sufrido o están sufriendo lo que los demás ni imaginamos. Porque otra forma de faltar al respeto a las víctimas consiste en utilizarlas, en servirse de ellas, para sacar provecho. Nadie, en este mundo, quiere verse en la humillante situación de verse utilizado para servir a los intereses de otros. Con todo derecho, no soportamos el oportunismo y los manejos de quienes nos manipulan para satisfacer sus conveniencias, por muy justificadas que estén o más nobles que sean tales conveniencias.

Esto exactamente es lo que ocurre cuando a las víctimas se les utiliza para sacar provecho en el complicado mundo de la política. Con toda sinceridad lo digo: yo no soportaría que alguien se aprovechara de mis sufrimientos o mis humillaciones para sacar ventaja en un partido político, en unas elecciones o simplemente en la estima de la opinión pública. Pienso que semejante conducta es indigna. Y constituye seguramente una de las mayores faltas de respeto que podemos cometer ante lo que más respeto nos debe merecer, que es el sufrimiento de los inocentes.

Por otra parte, siempre conviene tener muy claro que, en este delicado asunto, podemos incurrir casi sin darnos cuenta. Porque los intereses políticos se sirven, a menudo, de todo lo que tienen a su alcance para sacar tajada, incluso cuando se trata del dolor o de la dignidad de quienes merecen nuestro mayor respeto. Por supuesto, nadie tiene derecho a meterse en los sentimientos de otros. Pero mucho me temo que, algo (o mucho) de lo que estoy diciendo es lo que ahora estamos viviendo con la morbosa exhibición de las víctimas del terrorismo, no precisamente para acabar con el terrorismo, sino para apoyar a quienes dan la impresión de anteponer sus intereses partidistas al fin efectivo del terror en España.

Y es que, en última instancia, si sentimos tal rechazo a esta indigna e irrespetuosa utilización de las víctimas, ello se debe a que, cuando el dolor o la vida de un ser viviente se utiliza para algo que no es el puro y limpio respeto a la víctima, entonces hacemos de la “víctima” un “chivo expiatorio”. Y esto es lo malo, lo peor de todo. Por eso, sin duda, sentimos tal rechazo y tanta repugnancia ante la idea de los “sacrificios” rituales, que han sido (y siguen siendo) demasiado frecuentes en no pocas religiones. Porque, en tales sacrificios, lo que en realidad se hace es utilizar el dolor, la sangre, la vida misma de un ser viviente (vegetal, animal o humano) para obtener, mediante el sufrimiento de la víctima, la paz, el perdón, la salvación. En definitiva, siempre el mismo mecanismo: usar el dolor, la dignidad, la sangre o la vida de algo o de alguien para el propio provecho.

Tienen razón los estudiosos de las tradiciones religiosas de la humanidad cuando nos dicen que, al menos en el caso del cristianismo, Cristo crucificado no se puede interpretar como si fuera un chivo expiatorio (Raymund Schwager). Los cristianos no tenemos derecho a utilizar el dolor y la muerte de Jesús para sentirnos mejor. Lo que tenemos que hacer los creyentes en Cristo es seguir e imitar el ejemplo que él nos dejó. Para que nuestra vida se parezca, de alguna manera, a la suya. Para otras cosas no se utiliza el dolor de nadie. Las víctimas merecen nuestra veneración y nuestro respeto, no nuestra utilización interesada. Eso es la mayor falta de respeto que podemos cometer ante ellas.

Tiene toda la razón el gran antropólogo e historiador de la cultura, René Girard, cuando dice que “nuestro mundo no ha inventado, desde luego, la compasión, pero sí la ha universalizado. En las culturas arcaicas la compasión se ejercía sólo en el seno de grupos extremadamente reducidos. La frontera quedaba siempre señalada por las víctimas. Los mamíferos marcan su territorio con sus propios excrementos, algo que durante mucho tiempo han venido haciendo también los hombres con esa especial forma de excremento que para ellos representan los chivos expiatorios”. Por favor, que las víctimas sean “víctimas”, que se respetan, y no “chivos”, que se utilizan.

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