Lugar de Encuentro de lo sagrado y lo profano

Valencia en la retina y en la memoria

08-Julio-2006    José Ignacio Calleja

Este fin de semana el Papa viene a Valencia. Valencia estaba en el centro de todas las miradas porque viene el Papa, y, ¡qué desgracia!, un accidente en el metro de la ciudad provoca más de cuarenta muertos y otros tantos heridos. La vida tiene estas cosas.

Medio mundo mirando hacia Valencia por una celebración única, discutible o no, pero única, y una desgracia que se ceba sobre su población y lo pone todo patas arriba. Decimos que estas cosas pasan, pero, la verdad, nunca las entenderemos. Lógico, ¿cómo vamos a aceptar la desgracia multiplicada por cien? ¡Ay, Valencia!, me acuerdo de los que se han ido y de los que han dejado aquí; me acuerdo de los que han quedado maltrechos. ¿Cómo podríamos pasar con ellos estos momentos de desconsuelo? ¿Cómo podríamos decirles cuánto lo sentimos con ellos? ¡Ojalá que todos rehagan pronto su vida y encuentren nuevas razones para seguir viviendo en paz! Es difícil, pero ¡cuánto se lo deseamos!

Como decía, el Papa ya está aquí. Para mucha gente es un acontecimiento muy valioso. Suele decirse que es muy importante “para los católicos”. Yo soy católico y la considero una visita importante. Eso sí, desarrollada con formas y propósitos demasiado eclesiásticos. Es un cristianismo más espiritual que profético, casi inofensivo para las estructuras del mundo. Me lo tomo, sin embargo, con calma y normalidad. Yo siempre espero algo nuevo y bueno. El Espíritu tiene sus caminos y este Papa es dócil.

Cuando yo era chico, la visita de los amigos de mis padres siempre me parecían acontecimientos importantes. Una especie de honor para la familia. Así veo yo la visita del Papa, como un honor para la familia, la gente común de los pueblos de España. Esto hay que verificarlo: ser bondadoso y afable con todos los de la casa, cercanos o lejanos; ser respetuoso con todos, ciudadanos libres y siempre dignos; ser sincero en el mensaje y, a la vez, tolerante y fraternal en la diferencia. En fin, lo común cuando se va de visita; lo normal cuando se proponen unas convicciones religiosas, morales y vitales.

El motivo del encuentro, en palabras llanas, es “la familia y su valor inigualable”. Yo creo que la familia entre nosotros tiene mucha vida, mucho aprecio. Hay “novedades” en ella que aparentan ligereza o banalidad, pero no es así. La prueba es que si hay problemas en la familia, la familia es quien se hace cargo y se encarga de aliviarlos y resolverlos. La familia recibe algunas críticas por “caduca y burguesa”. No faltan quienes reclaman y necesitan formas nuevas de vivirla. Pero, al cabo, la familia resiste entre nosotros como ninguna otra cosa. Yo, sinceramente, no la veo tan cuestionada y amenazada como se dice. Veo a la gente más decidida que nunca por conseguir una familia que se quiera. Supongo que pecamos a menudo de impacientes, tal vez de ilusos, soñando con una convivencia y un amor más de ángeles que de humanos, pero el fondo del asunto es el mismo: queremos la familia al servicio de las personas, queremos ser felices en familia, queremos crecer y envejecer en familia. No es cierto que la gente común, -como se dice- “aguante” poco ante los problemas de su familia. Si acaso es la falsa imagen que da una minoría, con los “famosos” a la cabeza. Pero ésta es otra cuestión, inmoral donde las haya, donde la Iglesia con “sus divorcios para ricos” tiene su cuota de responsabilidad. Dicho esto, yo veo a la familia como esas dunas que el viento cambia de forma, y hasta de sitio, en algunos desiertos y playas, pero invariable en cuanto a su razón de ser y aprecio. Hay mucho ruido de fondo y griterío, pero la familia es todavía un mar de afectos y apoyos. Yo así lo veo en la vida de la gente cada día. Y ¡cómo pelean por salvar los restos del naufragio, si lo hubiera, e inician con fe una nueva singladura!

José Ignacio Calleja
Profesor de Moral Social Cristiana
Vitoria-Gasteiz

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