Lugar de Encuentro de lo sagrado y lo profano

El maquillaje que se lleva ahora

03-Agosto-2006    José Mª Castillo

Maquillarse es aplicarse cosméticos en el rostro mediante pastas o pinturas. Esto se suele hacer, como es sabido, para embellecerse. Pero también hay personas o situaciones en las que se utilizan los maquillajes para aparentar o aparecer como uno realmente no es. Esto es lo que hacen los actores de teatro y de cine.

En los escenarios, por ejemplo, un individuo tiene que representar el papel de buena persona, pongamos por caso. Y si está bien maquillado, todos los espectadores tienen la impresión de que, efectivamente, están viendo a una persona excelente, por más que quien representa ese papel sea un perfecto canalla. Con los maquillajes, la gente se quita o se pone años, más lo primero que lo segundo. Y con buenos maquillajes, uno resulta más interesante, más atractivo o atractiva, con más “gancho” para conquistar, etc, etc. Si nadie sintiera la necesidad de maquillarse, no existiría la fabulosa industria de la cosmética, en la que cada año se gastan miles de millones los hombres y mujeres de medio mundo. Los pobres, los que pasan hambre, los tarados y atrasados no se suelen maquillar de nada. La vida marca a esas pobres gentes de forma que no pueden aparentar nada.
¿A qué viene todo esto? Hace cuarenta años, en la década de los 60 del siglo pasado, la vida, la sociedad, las costumbres, la mentalidad de la gran mayoría de la gente, todo eso, era muy distinto de como es ahora. En los últimos cuarenta años, el mundo ha cambiado seguramente más que en los cuatrocientos años anteriores. Y, es claro, una generación, en la que los individuos hemos experimentado tantos y tan profundos cambios, ha resultado inevitable que seamos una generación en la que muchos de nosotros quizá no hemos podido (o no hemos sabido) mantener el tipo, en la fidelidad a lo que veíamos y vivíamos como lo verdadero y “lo que tiene que ser”. En aquellos años, vivíamos en una cultura del “cambio”. Hoy, vivimos en una cultura de la “satisfacción”. Por eso entonces eran muchos los que luchaban por la justicia y la libertad. Ahora, hay demasiada gente que centra sus afanes en la ganancia y el bienestar. La generación de Mayo del 68 creía en la utopía y en la revolución. Por eso sus símbolos podían ser los póster del Che, de Gandhi o de Martin Luther King. La generación que ahora está emergiendo no espera nada de las utopías y de las revoluciones. De ahí que las aspiraciones más nobles, en quienes tienen ese tipo de aspiraciones, se fijan sobre todo en los “voluntariados” y en las ONGs. Parece como si todo se hubiera vuelto más “light”.

No pretendo decir, en modo alguno, que los que éramos jóvenes, hace cuarenta años, fuésemos mejores o que los de ahora son peores. No es cuestión de buena o mala voluntad. Ni, por tanto, se trata de un problema ético. Lo que ha cambiado es la sociedad, la economía, la política, las creencias, los valores y las identidades. Es decir, vivimos en una cultura diferente. Y por eso, ni más ni menos, hay que hablar ahora de “maquillajes”. Por una razón que entiende cualquiera. Hay mucha gente que, hace cuarenta años, eran “progres”, liberales y de izquierdas. Pero resulta que los que entonces eran así, como las cosas han cambiado, también se han cambiado ellos. Y ahora uno se encuentra con izquierdosos y “avanzados” de hace cuarenta años que se han vuelto conservadores y derechosos, por más que digan que son “de centro”. Y lo que pasa es que a nadie le gusta decir que ya no es ni piensa como era y pensaba cuando corríamos huyendo de “los grises” y pidiendo a gritos el fin de la dictadura franquista. La solución, en estos casos y en quienes han cambiado así, es el maquillaje.
Me explico. El Roto, que más que un humorista es un pensador crítico y ácido, ha publicado un “chiste” en el que una señorita le dice a otra: “El maquillaje se lleva levemente de izquierdas y muy, muy solidario”. En esto, somos muchos los que ahora nos vemos retratados. No hablo de los cínicos descarados, que hace unos años eran del PC o de las Brigadas Rojas y ahora triunfan en el PP o vomitan resentimientos en emisoras de radio al dictado de mitras montaraces. Me refiero a los que, a la vista del fracaso de los jóvenes de Mayo del 68, piensan que el mundo ya no se cambia con “revoluciones”, sino mediante el “diálogo” y la “solidaridad”. Por eso el maquillaje es ahora “levemente de izquierdas” y “muy, muy solidario”. Hablo de “maquillaje” porque abundan los “solidarios” que saben compaginar su leve izquierdismo y su solidaridad con buenas cuentas corrientes en bancos, con la rentable compra de viviendas, y con sólidas inversiones en bolsa. O sea, se trata de gentes que se dicen de izquierdas, pero que viven perfectamente integradas en la economía de mercado, el capitalismo puro y duro, que siempre caracterizó a la derecha más inmisericorde. Como es lógico, los que (de una manera o de otra) vivimos así, no tenemos más remedio que maquillarnos cada día. Porque vamos por la vida representando exactamente lo contrario de lo que realmente hacemos.
Pero ocurre que no somos solamente nosotros los mayores los que usamos maquillajes. Es cierto que somos muchos los que nos ponemos los maquillajes levemente de izquierdas y muy solidarios. Pero también son muchas las gentes de ahora, que saben que la violencia, las desigualdades, el hambre, las injusticias y tanta muerte como vemos cada día, todo eso no se arregla con los voluntariados y las solidaridades al uso. Es cierto que los voluntarios y los solidarios alivian muchas penas y ayudan a algunas gentes. Y eso es bueno. Pero lo que es intolerable es que nos contentemos con eso. Y más intolerable aún es que lleguemos a convencernos de que este mundo tiene que ser y funcionar como los canallas más poderosos han querido organizarlo, de acuerdo con sus intereses. Los que se convencen de eso, no tienen más remedio que ponerse, ellos también, cada día su maquillaje

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