Lugar de Encuentro de lo sagrado y lo profano

Ante la trágica muerte de un joven

14-Septiembre-2006    Benjamín Forcano
    Nos envía nuestro colaborador y querido amigo Benjamín estas palabras pronunciadas por él ante un trágico acontecimiento. El mismo recuerda las que pronunció a la muerte de Miguel Fissac que también publicamos en Atrio.

En la muerte de LALO
Muerto en accidente de coche

    (De cuerpo presente, con asistencia de unas mil personas, en la parroquia de Roses -Girona)

- Mi querido Lalo:

Permíteme que, antes de dirigirme a tus familiares y amigos, hable contigo personalmente. No te he conocido personalmente, pero sé que, en los últimos años que te ha tocado vivir, has vivido la vida digna y bellamente. Que lo digan si no, tus padres, tus abuelos, tus hermanos, tus tíos, todos tus familiares y amigos.
Te acompañaba una estela luminosa de trabajo, de entrega, de preocupación y de cariño por todos. Y rezumabas, a tus 23 años, un aire jovial, casi niño, lleno de luz y esperanza que contagiaba y estimulaba a todos.
Comprenderás que tu imagen haya quedado grabada en la retina y en el corazón de todos.
Te has ido, pero te has quedado, prendido para siempre, en el sentimiento y cariño de todos. Nunca te olvidaremos. Tu imagen, tu entusiasmo, tu sonrisa, tu aliento serán para nosotros una referencia y recuerdo imborrables.
Gracias, Lalo.
Y, espéranos al otro lado. En el lugar ese, en que tú estás ya y que, según San Pablo, “Nadie osó imaginar o sospechar lo que Dios tiene guardado a sus elegidos”.

- Queridos padres de Lalo, Carlos y Rosa; queridos abuelos Charo y Pitu; queridos hermanos y sobrinos. Familiares y amigos todos.

Hay situaciones en la vida, en las que quedamos convulsionados, sin apenas poder decir palabra. Esta es una.
Hay muertes y …muertes. La muerte de Lalo es una muerte violenta, a destiempo, inesperada. Una muerte desdichada y maldita.
¡No hay derecho!
¡No debiera ser así!
A esta orilla, quedamos nosotros, en medio de la desolación. Estamos viendo, acaso como nunca, la raíz de nuestra debilidad, la esencia de nuestra finitud, la vulnerabilidad que nos acompaña día a día. Hemos descubierto la honda verdad de nuestra vida: nadie es dueño de su vida.
-Inesperada muerte, pero posible.
-Indeseada muerte, pero posible.
-Temida muerte, pero posible.

Nosotros no disponemos del comienzo ni del final de la vida.
¿Quién está en el comienzo y en el final? ¿Quién programa la vida y la sostiene?
¿Quién decide de su futuro?

Me vienen ahora a la mente tres recuerdos:

1.En una entrevista reciente, el periodista Iñaki Gabilondo afirmaba: “No se puede vivir bien sin enfrentarse a la muerte”.

2.Un famosos científico, el arquitecto Miguel Fisac dejó escrito en sus libro Reflexiones sobre mi muerte: “Yo soy un viejo y me voy a morir pronto. Pero, no le doy vueltas a mi muerte ni me da ningún miedo. ¡Vamos!, que estoy completamente convencido de que yo nunca seré un muerto. Dejaré eso que llamamos el cuerpo, como se deja lo que es: un vestido harapiento. Pero yo, mi auténtica realidad viviente, seguirá estando viva en otra dimensión distinta a la espacio-temporal que entonces dejaré”.

3. Y el catalán y admirado poeta, profeta y obispo Pedro Casaldáliga escribe:

    “No hay modo de escapar a la querella de la muerte.
    Sin hora y sin lugar, ella es la cita.
    Vendrá, saldrá de mí. La llevo dentro desde que soy.
    Yo voy hacia su encuentro
    con todo el peso de mis años vivos.
    Pero vendrá… para pasar de largo.
    Y en la centella de su beso amargo,
    Vendremos Dios y yo definitivos”.

    “Porque si no tuviera fe para negar la muerte,
    quizás yo no tendría coraje para nombrarla.
    Quizás yo no sería capaz de estos caminos
    si no estuviera Dios,
    como una aurora,
    rompiendo la niebla y el cansancio”.

Nosotros, siendo cristianos, no tenemos, paradójicamente, una cultura positiva sobre la muerte. Nos la han pintando siempre entre esqueletos, calaveras y guadañas horribles. Cuando, como il poverello Francisco de Asís debiéramos saludarla y salir a su encuentro como hermana, “nuestra hermana la muerte”.
Por eso, porque descartamos la muerte de nuestra vida, porque la ignoramos, la tememos y apesadumbra como un tabú.

Carlos nunca será un muerto, nos decía Fisac.
Es el mensaje novedoso, acaso el más inaudito, de nuestra fe cristiana. Siendo mortales como somos, ¿por qué nos rebelamos contra la muerte?
Y es que nosotros no estamos hechos para la muerte sino para la vida.
Nuestra vida presente, después de morir, continúa y entra en la plenitud de la vida.

¡Creer o no creer! , es decisivo y marca aquí una diferencia fundamental.
El Resucitado nos ha dicho: “Quiero que donde yo estoy, estéis también vosotros”.
Y El está con Dios, eternamente, en el cielo.
La muerte no es la última palabra. Afirmar estro, proclamarlo y vivirlo pertenece a la esencia de nuestra fe cristiana: “Si no tuviera fe para negar la muerte, quizás no tendría coraje para nombrarla. Ella vendrá pero para pasar de largo” (Casaldáliga).
Esa es nuestra esperanza cristiana.

-Y, ¿entonces?

    ¿Qué hacemos ahora?
    ¿Llorar? Sí.
    ¿Desconsoladamente? No.
    ¿Resignarnos? No.
    ¿Dimitir? No.

Hay que hacer de la tierra un cielo anticipado. Hay que soñar, trabajar y luchar para que este nuestro planeta sea la casa de todos, donde cada vez haya menos odio, menos injusticia, menos hostilidades, menos egoísmos, menos sufrimientos, menos guerras, menos ruinas y miserias, más justicia, más libertad, más amor, más paz, más felicidad.

Padres, familiares y amigos de Lalo: sé de vuestro dolor, pero también de vuestra esperanza. Carlos está ausente, pero lo tenemos entre nosotros. ¡Es la paradoja cristiana! Ausente, pero presente. Carlos se ha ido, pero no al vacío. Está en la vida maravillosa de Dios, que es el cielo. No sabéis el regocijo y la fiesta que allí han tenido al recibirlo. Ha superado las miserias, las esclavitudes y las miserias de nuestro tiempo.

Carlos nos acompaña realmente, aunque invisiblemente.

No os aflijáis. Más: os iba a decir que no recéis por él, que sea más bien él quien lo haga por nosotros. Pidámosle que nos acompañe, que nos ayude a ver, entender y saborear el sentido auténtico de la vida.
El ha recibido el beso de Dios. Está con El. Goza.
Nosotros estamos aquí. En fidelidad a la tierra y en espera del cielo. El camino para llegar al cielo es la tierra.
Estemos en paz.

    Benjamín Forcano
    Roses,23- Agosto- 2006

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