Lugar de Encuentro de lo sagrado y lo profano

PREMODERNIDAD URBI ET ORBI

27-Diciembre-2005    Antonio Duato

Intento seguir las palabras y los gestos del nuevo papa de mi iglesia cristiana con respeto, pero también con profundidad. Me gustaría descubrir en él ese ofrecimiento de luz verdadera a un mundo con muchas tinieblas.

Hasta el momento lo que más me ha gustado de este ciclo navideño del nuevo papa ha sido este párrafo de su homilía en la parroquia romana -URBI- de la que él era titular como cardenal desde 1977:

    Este es el verdadero compromiso del Adviento: llevar la alegría a los otros. La alegría es el verdadero regalo de Navidad, no los costosos regalos que implican tiempo y dinero. Esta alegría la podemos comunicar de modo sencillo: con una sonrisa, con un buen gesto, con una pequeña ayuda, con un perdón. Ofrezcamos esta alegría y la alegría volverá a nosotros.

Hay en esta recomendación cristianismo significante y denuncia del consumismo que desfigura la navidad.
Pero cuando se ha dirigido al mundo entero -ORBI- desde el balcón de la plaza de San Pedro, sus palabras se han hecho más confusas, trasluciendo viejas actitudes de papa rey. Le oí en directo y he leído su mensaje en Vatican.va, cosa que recomiendo a todos. Este papa va a comunicar más con palabras precisas que con gestos emotivos como su antecesor.
Está bien que haga de la navidad una llamada de atención a toda la humanidad y que y recorra someramente algunos escenarios problemáticos. Me uno vitalmente a frases como éstas:

    ¡Despierta, hombre del tercer milenio! […] Hombre moderno, adulto y, sin embargo, a veces débil en el pensamiento y en la voluntad, ¡déjate llevar de la mano por el Niño de Belén, no temas, fíate de Él! […] Que Dios que se ha hecho hombre por amor al hombre aliente a todos los que trabajan por la paz y el desarrollo integral
    En Navidad nuestro espíritu se abre a la esperanza contemplando la gloria divina escondida en la pobreza de un Niño envuelto en pañales y acostado en un pesebre: es el Creador del universo reducido a la impotencia de un recién nacido. Aceptar esta paradoja, la paradoja de la Navidad, es descubrir la Verdad que nos hace libres y el amor que transforma la existencia.

Pero todo esto que, podría ser positivo en una aceptación de los muchos y plurales caminos por los que la humanidad busca avanzar hacia la justicia y la fraternidad, se ve condicionado por la pesimista perspectiva premoderna (o posmoderna añorante del pasado) con que empieza su discurso:

    Es cierto que en el milenio concluido hace poco, y especialmente en los últimos siglos, se han logrado tantos progresos en el campo técnico y científico; son ingentes los recursos materiales de los que hoy podemos disponer […] A menudo, se presenta la edad moderna como inicio del sueño de la razón, como si la humanidad hubiera salido finalmente a la luz, superando un periodo oscuro. Pero, sin Cristo, la luz de la razón no basta para iluminar al hombre y al mundo.

Resumir la historia de los últimos siglos como progreso técnico y científico que olvida el amor y otros valores, es una falsedad. Por eso el mensaje suena a falso, pues no hace ninguna referencia al progreso social –reconocimiento de la libertad e igualdad fundamental del ser humano, tolerancia, democracia, derechos humanos y civiles para hombres y mujeres, descolonización, desaparición de la tortura y de la pena de muerte en muchos países, instituciones internacionales como la ONU para la solución de los conflictos, etcétera– que se han ido consiguiendo, a veces, contra quienes esgrimían el nombre de Cristo.
Sin el reconocimiento de esta verdad histórica, como hizo el Vaticano II llevado por la humilde sinceridad de Juan XXIII y no por un optimismo carente de fundamento, todas las otras acertadas invitaciones a seguir el camino común de la humanización pleromática, quedan coloreadas de neoconservadurismo interesado en poner la sociedad a los pies de la Iglesia y no la iglesia al servicio de la sociedad.

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