Lugar de Encuentro de lo sagrado y lo profano

Lo irreversible

13-Enero-2007    Imanol Zubero
    Son las seis de la tarde. En el momento en que empieza las manifestaciones de Madrid y Bilbao, ATRIO se une plenamente a ellas, con un claro grito de ¡NO! al terrorismo y a ETA y con el deseo de Imanol de recomponer lo que se pueda recomponer de los destrozado en estos días previos -la unión de los demócratas frente al terrorismo y la unión de las mismas víctimas- porque ya hay bastantes cosas que son irreversibles tras lo vivido en estas sos últimas semanas.

Como advirtiera Marx, los hombres hacen su propia historia, pero no escogen las circunstancias bajo las cuales deben actuar. Si relacionamos esta advertencia con el conocido dicho de que la política es el arte de lo posible estaremos situando en sus justos términos el reto al que deben enfrentarse los distintos representantes políticos en los próximos tiempos. El atentado de Barajas ha tenido muchas consecuencias; algunas sólo serán perceptibles en los próximos meses. Entre todas estas consecuencias unas son inapelables y escapan a nuestra capacidad de intervención; otras, por el contrario, pueden ser objeto de una gestión política de la que dependerá el alcance de las mismas. Por eso, tras el atentado, es vital distinguir aquello que es irreversible y aquello que no.
Aunque hoy lo parezca, no puede ser irreversible el escenario de ruptura abierta y confrontación sin reglas que caracteriza la relación entre el Gobierno y el PP a la hora de abordar el final de ETA, cuestión de Estado donde las haya. Tampoco es irreversible la crisis que amenaza con romper la comunidad de memoria de las víctimas del terrorismo. Esta crisis tiene su origen en factores distintos, entre los que destacan la confusión entre la categoría de víctima y la de afectado o la irrupción en el mundo de las víctimas de toda una serie de portavoces intelectuales que han acabado por invertir su relación con las víctimas apropiándose de su voz. Todo esto puede y debe evitarse.
Hay, sin embargo, cuatro hechos irreversibles tras el atentado de Barajas. El primero, dramático, la muerte de Carlos Alonso Palate y Diego Armando Estacio: su asesinato debe ser la gota que haga rebosar el vaso de nuestra indignación. El segundo, un modelo de afrontar el final del terrorismo: citando a quien mejor lo ha expresado, Patxi Zabaleta, ETA ha dado al traste no con esta concreta experiencia de tregua, sino con la idea misma de tregua. En adelante nadie habrá de verificar la voluntad de ETA de abandonar la violencia, sino que esta tiene la obligación de certificar sin dudas su decisión de poner fin definitivamente a su historia.
Tercero: La izquierda abertzale sabe hace tiempo que su límite interior, su techo de cristal, su Rubicón, se llama ETA. Esta toma de conciencia se ha producido a cuentagotas, con abandonos individuales, algunos muy relevantes, hasta llegar a la emergencia de Aralar. Pero aún eran muchos los que, reconociendo el lastre que para su práctica política supone el terrorismo, consideraban que tenían margen para preparar su distanciamiento. Ese margen no existe. Como le ocurriría a quien camine mirando a través de unos prismáticos puestos al revés, recibiendo así una imagen distorsionada de las distancias, la izquierda abertzale se ha dado de bruces con su contradicción principal. Y cuarto: Lizarra. Aquella experiencia de acumulación excluyente de fuerzas, aquella comunitarización obsesiva de la política que tanto daño hizo a la convivencia, es ya imposible, a pesar de que aún sea el sueño de algún dirigente nacionalista.
En este escenario los políticos deben demostrar que son capaces de hacer posible lo imprescindible, a la vez que evitan lo que de ninguna manera es irreversible. Los que la han liado con las manifestaciones, sí. Pero no es el peor escenario. Y es lo que les toca.

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