Lugar de Encuentro de lo sagrado y lo profano

El silencio de la verdad

27-Marzo-2007    Benjamín Lajo Cosido
    El autor, un ocasional visitante de ATRIO que se ha dirigido espontáneamente a nosotros, nos presenta el ejemplo de Unamuno y de Giuseppe Mazzini (filósofo y político, promotor del Estado Italiano frente a poder temporal de la Iglesia) como intelectuales comprometidos en tiempos difíciles. A Unamuno le quedó poca vida tras su enfrentamiento en Salamanca. Mazzini continuó comprometido muchos años más.

Dijo, Miguel de Unamuno; incomprendido, admirable y temperamental. Escritor, Rector y mejor hombre, de la generación del 98, con todo lo que significa en cuanto a quienes fueron sus coetáneos:


    “Existen desdichados que me aconsejan dejar la política. Lo que ellos con fingido desdén, que no es mas que miedo, miedo de eunucos o de impotentes o de muertos, llaman política y me aseguran que debía consagrarme a mis cátedras, a mis estudios, mis novelas, mis poemas. Que hoy, en mi patria, se trataba de luchar por la libertad de la verdad, que es la suprema justicia, por libertar la verdad de las dictaduras, la que no dicta nada, de la peor de las tiranías, la de la estupidez y la impotencia, de la fuerza pura y sin dirección…”

Este es un segmento, de un relato que tituló, “Como se escribe una novela”, sigan, por favor. Ilústrense de cómo el pasado es, a veces, tan actual que abruma. Piensen en personajes que ven en televisión, oyen en las emisoras, leen en los periódicos y, sufren en silencio… Políticos, filósofos, académicos en general, asentados o pegados a un cómodo sillón funcionarial o empresarial.

    “Y hay otros, los más viles, los intelectuales por antonomasia, los técnicos, los sabios, los filósofos. El 28 de Julio de 1835, Mazzini escribía a su Judit:
    “En cuanto a mí, lo dejo todo y vuelvo a entrar en mi individualidad, henchido de amargura por todo lo que más quiero, de disgusto hacia los hombres, de desprecio para con aquellos que recogen la cobardía en los despojos de la filosofía, lleno de altanería frente a todos, pero de dolor y de indignación frente a mí mismo, y al presente y al porvenir. No volveré a levantar las manos fuera del fango de las doctrinas. ¡Que la maldición de mi patria, de la que ha de surgir el porvenir, caiga sobre ellos!”.

Añade el rector de la Universidad de Salamanca, tras el comentario de Mazzini, bastante molesto, como leerán, dirigiéndose a todos ellos para recordarles sus miserias.

    ¡Asi sea! Asi sea digno yo de los sabios y los filósofos que se alimentan en España y de España, de los que no quieren gritos, de los que quieren que se reciba sonriendo los escupitajos de los viles, de los que se preguntan que se va hacer con la libertad. ¿Ellos? Ellos…, venderla. ¡Prostitutos!

¿Sorprendidos, verdad? El catedrático bilbaíno debió ser, como solemos decir coloquialmente, una mosca cojonera. Este escrito fragmentado, lo hizo en 1924, en uno de sus exilios al sur de Francia (tuvo más), desde donde veía sus montes vascos, justo en la frontera. Somos un país de exiliados. De envidiosos, que hacen perdedores a los mejores, sin que se salve ninguna época de nuestra vasta Historia. Esta patria nuestra, que a veces es madre y otras veces madrastra, como dice la canción. Yo también vuelvo a mi individualidad, como le dijo Mazzini a su Judith. Me he dado cuenta, que lo importante de la vida reside en lo cotidiano. En esos detalles que nos obstinamos en no ver. En ese espacio libre de la insidia y la hipocresía que te rodea. Del que quieres huir, pero el mundo se te hace muy pequeño, como la plaza de un pueblo. ¿Saben una cosa? La felicidad existe; solo hay que verla, observen. Porque la justicia también existe; solo que se oculta de la Ley de las personas, nos tiene miedo. No es culpa suya. Somos nosotros los que la despreciamos al no creer en Ella. Asi de simple, como un anillo. Se me ocurren más improperios, pero no tengo ganas de dar pistas a ningún prostituto al acecho, como bien dijo el de Bilbao; parece que fue ayer, hace solo una hora, tan actual… La vida corre, nuestras miserias también. Con Dios, con Ala, con Buda, con Yahvé. Yo no voy más que con Déborah (mi amada Judith) a un lugar del universo que no voy a decir.

    Benjamín Lajo Cosido
    Escritor, a ratos, soñador, siempre

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