Lugar de Encuentro de lo sagrado y lo profano

¿Cisma en la Iglesia?

01-Abril-2007    Juan Luis Herrero del Pozo

Ya ha saltado a los debates en ATRIO la palabra “cisma”. Pienso que sería un error plantear con ese término la salida de la actual dramática crisis de la iglesia. Y que perjudicaría a los conatos de superación de la institución en la que, bien que mal, muchos nos hemos topado con Jesús, el gran “secularizador” de toda religión.

Me parece más adecuado el término “superación” entendida ésta en el sentido de la emergencia progresiva, no traumática, de un nuevo estado de consciencia de los seguidores del Maestro galileo. Es posible que sus primeros seguidores, todavía prisioneros del pensamiento mágico, sólo acertaron a dar pinceladas fugaces en los textos evangélicos de la genial intuición de Jesús quien, no obstante, no podía en su momento superar enteramente el corsé de tal pensamiento. De ahí las profundas contradicciones de aquellos textos. Jesús roturó el camino, no lo recorrió por entero. Sólo en su vivencia filial y fraterna pudieron afirmar de él “Yo soy el Camino”.

La tentación del cisma -al menos como acusación de los jerarcas (siempre ha ocurrido así como autodefensa de quienes creen detentar la Verda de Dios)- es muy probable que aceche a los cristianos ante el casi inevitable fracaso, salvo un milagro, de la reunión del episcopado latinoamericano en Aparecida (Brasil). Preparada por la censura oportunista a Sobrino, encorsetada por un episcopado ‘woytiliano’ y con la presencia vigilante del Gran Inquisidor, el papa Ratzinger, Aparecida será más bien un fantasma, un insulto a los marginados de la Patria Grande. Es de esperar que los pobres latinoamericanos se rebelen pero necesitarán sosiego, cordura y temple jesuánico -¿quién se lo va a negar?- para no responder a la provocación. Hablar de cisma en esa coyuntura sería tanto como reconocer que la institución eclesial no es traición evangélica y que ‘pasar’ sin acritud de ella no es deber de conciencia. Ningún cristiano pretende segregarse de los demás, sólo denunciar a los falsos profetas. Al igual que denunciaron los reformadores a León X que hacía obsceno negocio espiritual con la venta de indulgencias. Claro que esta negación del cisma no encaja con la soberbia vaticana.

Negarse a plantear la superación de la institución eclesial -estrictamente humana- en términos de cisma equivale a reconocer que todavía es un mal menor para espíritus confusos pero que muchos se sienten llevados a superar la religión con la espiritualidad jesuánica o mística política. A efectos prácticos, abrir camino sin preocuparse en exceso por los viejos impracticables. Tal vez va siendo hora de prescindir de la obsesión eclesial.

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