Lugar de Encuentro de lo sagrado y lo profano

EN LA VERDAD, LA PAZ

09-Enero-2006    Antonio Duato

Esperábamos el discurso del papa al cuerpo diplomático, que ha pronunciado hoy mismo. Lo hemos podido leer ya, esta vez casi en tiempo real, en la página web Vatican.va en su traducción al español. Recomendamos la lectura a todos. Puedo asegurar que no tiene desperdicio, con cosas muy válidas en lo general y con excesiva prudencia al concretar en algunos puntos, tal vez para no ofender demasiado al pretendiente al título de emperador mundial. El discurso se ha centrado en comentar y aplicar a la realidad del mundo de hoy el reciente mensaje para la Jornada Mundial de la Paz, que llevaba como lema En la verdad, la paz. Paso a señalar los pasajes que considero más relevantes en cada uno de los cuatro apartados en que, siguiendo el mensaje, divide su discurso, haciendo algún comentario de cada uno:

 

1. El compromiso por la verdad es el alma de la justicia.

    Quien se compromete por la verdad debe rechazar la ley del más fuerte, que se basa en la mentira y que – en el ámbito nacional e internacional - tantas veces ha provocado tragedias en la historia del hombre. La mentira a menudo se presenta con una apariencia de verdad, pero en realidad siempre es selectiva y tendenciosa, orientada egoísticamente a instrumentalizar al hombre y, en definitiva, a anularlo.

La búsqueda de la verdad debe llevar a reconocer lo común y lo particular de cada cultura y de cada pueblo.
    “Y cuando estos aspectos, distintos y complementarios –la diversidad y la igualdad– son conocidos y reconocidos, entonces los problemas pueden solucionarse y las discordias resolverse según justicia; entonces son posibles acuerdos profundos y duraderos”.
Propone el ejemplo del reconocimiento conjunto de los derechos y peculiaridades de judíos y palestinos para solucionar el problema de la tierra santa, sin recurrir a la razón del más fuerte. Bien está, pero nada fácil: milenios de ususrpaciones y lucha territorial. Y lo propone también como fórmula general para evitar el “choque de civilizaciones”, expresión que cita expresamente, insinuando por tanto la superación en una alianza de civilizaciones. Señala después que todo ello se hace más difícil por el azote del “terrorismo organizado” en cuya descripción se extiende abundantemente, sin distinguir entre terrorismo y subversión contra la ocupación armada. Pues, efectivamente, de las guerras y desproporcionadas reacciones al terrorismo, basadas en mentiras, no habla, cuando sería el momento de hablar para defender la verdad plenamente. En esto, como ya dijimos en otra ocasión, el premio Nobel Harold Pinter dio un testimonio de mayor valentía en defensa de la verdad.

2. El compromiso por la verdad da fundamento y vigor al derecho a la libertad.

    La grandeza singular del ser humano tiene su última raíz en esto: el hombre puede conocer la verdad. Y el hombre la quiere conocer. Pero la verdad puede alcanzarse sólo en la libertad.
Efectivamente hay que agradecer a Benedicto XVI haber proclamado, en un momento tan solemne e importante, que la consecución de la verdad está ligada con el establecimiento de la libertad. Es un principio del que esperamos sea capaz de sacar coherentemente todas las consecuencias, en todos los ámbitos, incluido el eclesiástico. El papa saca explícitamente la consecuencia de que los gobiernos deben garantizar la libertad religiosa a todos los ciudadanos. Bien está. Y pronuncia una solemne imprecación:
    “Quisiera decir a todos los responsables de la vida de las Naciones: ¡si no teméis la verdad, no debéis temer la libertad!”.
¡Bravo! Esperemos que se sea consecuente en el interior de la vida de la Iglesia, cuyos responsables impiden la libre discusión sobre ciertos temas, como el sacerdocio de la mujer, que ni siquiera son objeto de definición dogmática. Cuando incluso el origen, interpretación y valor de los dogmas deberían estar sometidos a libertad de opinión y podrían ser planteados en la asambleas cristianas, porque: ¡si no teméis la verdad, no debéis temer la libertad!

3. El compromiso por la verdad abre el camino al perdón y a la reconciliación. El papa es valiente y decidido pidiendo la exigencia de perdón y reconciliación como exigencia de paz. Se basa en argumentos cristianos y en argumentos de realismo político. Por la ley del talión sólo se consigue la escalada de la violencia. Bueno sería que lo tuvieran en cuenta los que siguen exclusivamente el modelo de represión mano dura en la solución de problemas. Y en este caso el papa se aplica el cuento de una manera bien explícita que recuerda los mea culpa pronunciados por Juan Pablo II que tanto preocuparon a algunos de los prohombres de la curia romana:

    “Por lo que concierne específicamente a la Iglesia católica, ella condena los graves errores cometidos en el pasado, tanto por parte de sus miembros como de sus instituciones, y no ha dudado en pedir perdón. Lo exige el compromiso por la verdad”.
Muy bien por la autocrítica. Sólo con ese talante honesto, sin ponerle apresuradamente límites y cataplasmas, se puede volver a dignificar la Iglesia. Después va recorriendo los países en que se han cometido injusticias. De nuevo habla de Palestina, de Líbano y de “Irak, cuna de grandes civilizaciones, enlutado diariamente en estos años por sangrientos actos terroristas”. ¡Qué pena que no haya aprovechado la ocasión para condenar la injusticia de una guerra devastadora, inmoral e ilegítima, basada en mentiras y aspiraciones depredadoras, condenada expresamente antes de producirse por su predecesor! Pero son muy explícitas las alusiones a que no hay paz donde hay miseria y condiciones infrahumanas, a la situación de los prófugos y desplazados, a los emigrantes.
    “Aunque no estén en guerra, la suya no se puede llamar paz: más aún, son víctimas inermes de la guerra. Vienen también espontáneamente a mi mente las imágenes sobrecogedoras de los grandes campos de prófugos o de refugiados –en muchas partes del mundo– acogidos en precarias condiciones para librarse de una suerte peor, pero necesitados de todo. Estos seres humanos, ¿no son nuestros hermanos y hermanas? ¿Acaso sus hijos no vienen al mundo con las mismas esperanzas legítimas de felicidad que los demás? Mi pensamiento se dirige también a todos los que, por condiciones de vida indigna, se ven impulsados a emigrar lejos de su País y de sus seres queridos, con la esperanza de una vida más humana. Ni podemos olvidar tampoco la plaga del tráfico de personas, que es una vergüenza para nuestro tiempo".
El papa llega a encontrar un lenguaje profético, unido a una referencia operativa concreta de la ONU, al final de este apartado, lo más válido a mi juicio:
    “La sangre derramada no grita venganza, pero sí invoca respeto por la vida y la paz. Ojalá pueda la Peacebuilding Commission, instituida recientemente por la ONU, responder eficazmente a esta exigencia fundamental de la humanidad, con la cooperación llena de buena voluntad por parte de todos.”

4. El compromiso por la paz abre camino a nuevas esperanzas.
En este apartado final el papa propone la exigencia de emplear toda la diplomacia y todas las organizaciones internacionales a la mejora de la situación. Considero un acierto que en todo el discurso haya dominado una invitación a desarrollar programas a favor de la resolución de problemas y no a esperar una solución de la “conversión a Dios” o de ser cada uno más cristiano en su corazón. Tampoco creo que, en general, se haya dejado dominar por aprovechar la ocasión por proponer un liderazgo de la Iglesia. Son aspectos positivos de fondo y forma. Y acaba con unos elementos de análisis y propuestas, que aunque no sean gran novedad, conforta verlos reafirmados hoy en boca del máximo representante de la Iglesia, aun sin poner nombres a los verdaderos responsables de las injusticias que otros sí se atreven a poner:
    “Se puede afirmar, sobre la base de datos estadísticos disponibles, que menos de la mitad de las ingentes sumas destinadas globalmente a armamento sería más que suficiente para sacar de manera estable de la indigencia al inmenso ejército de los pobres. Esto interpela a la conciencia humana. Nuestro común compromiso por la verdad puede y tiene que dar nueva esperanza a estas poblaciones que viven bajo el umbral de la pobreza, mucho más a causa de situaciones que dependen de las relaciones internacionales políticas, comerciales y culturales, que por circunstancias incontroladas.”
El papa anterior hablaba más con gestos que con palabras, se dice. Este, sin duda, mide las palabras y a través de ellas, exclusivamente, trasmite sus mensajes. Esperamos que cada vez las palabras sean más tajantes, valientes y unívocas. Aunque lleve la Iglesia a ser signo de contradicción, aunque los grandes de este mundo le vuelvan la espalda –¡ojalá!– el mundo agradecería esa actitud de denuncia y de colaboración intercultural, tímidamente insinuada en este discurso. >

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