Lugar de Encuentro de lo sagrado y lo profano

En busca de un adjetivo

15-Junio-2007    Luis Cobiella Cuevas

Va para cuatro años que hablo de Jesús cada jueves en Radio Ecca (Canarias). Con cierta frecuencia me refiero al Espíritu Santo, al que me gusta llamar “espíritu de Jesús”. Pero casi nunca hablo del Padre de Jesús. Permítanme que me pregunte públicamente por qué.

Y permítanme en este punto retrasar la respuesta para recordar el amor al Padre que tuve hace muchos años, sobre todo desde que el jesuita Padre Ayúcar me hizo llegar por vía ilegal apuntes de sus ejercicios en Salamanca, donde se establecía la tierna e inmensa consistencia del Padre en puro amor. Más recientemente, ye en el tiempo en que Jesús se me hizo suficiente y necesario, amé al Padre porque lo amaba Jesús. Pero eso no bastaba: el que Jesús amara a Juan no se tradujo en genuino amor personal a san Juan Evangelista. El caso es que casi nunca hablo del Padre de Jesús. ¿Por qué?

Por no entender. Para ser necesito entender: entender, por supuesto, que existen cosas que no entiendo; las archivo en el rótulo “ininteligibles” y ahí se quedan. Y no quisiera que el amor a quien Jesús llama “Padre” repose en el archivo.

Generalmente, al recitar el Credo, omito la fórmula “creo en Dios Padre Todopoderoso”. No entiendo que se pueda ser padre y todopoderoso; y no lo entiendo por el significado mágico y exclusivamente humano que hemos venido asignando al adjetivo: no entiendo que Dios tenga el poder de saber todo, incluido el lugar donde están Madeleine y Jeremy, y se lo calle; Dios no puede saberlo, el Padre no es Todopoderoso. A esto suelen indicarme que se trata de un Misterio, con lo que procedo a un simple cambio de archivo: de los Ininteligibles al de los Misterios. Pero así no llega el Padre a mi corazón o, lo que es lo mismo, mi corazón no llega al Padre. Sé que Jesús está interesado en ello y su espíritu me hará encontrar el adjetivo justo. Y también sé que Jesús no suele tener prisa. Y también sé que mientras digo todo esto el Padre ha sonreído. Mira por dónde llega una pista hacia el adjetivo buscado: sonreír. Y mira por dónde me atrevo a pedir en Atrio ayuda en la búsqueda. Buscar una palabra necesaria es tarea difícil. Sé que lo es mucho más cuando se trata de algo sobrediscutido y sobreteologizado, máxime cuando no intento discutir ni teologizar sino simplemente entender; y entender como se entiende lo cotidiano, lo normal, como se entiende a Jesús.

Agradecer a Dios lo bueno que ocurre y no culparlo por lo malo que ocurre es jugar con ventaja. ¿No habrá contribuido a establecer el juego la consideración demasiado antropocéntrica del Padre? Lo hemos venido haciendo sujeto de verbos demasiado humanos, exclusivamente humanos a veces: “Dios es celoso, es paciente, se irrita, prohíbe, regala, permite…” por este camino hubiéramos llegado a considerar sus malas digestiones y la estética de su barba. Las palabras, necesarias para aludirlo, han descuidado su sentido figurado, su misión de metáfora, y se han dejado infiltrar de sentido recto. Surge así la figura de Dios responsable de lo bueno e irresponsable de lo malo, juego en el que siempre gana Dios. Y sin embargo en el fondo de mi corazón siento que esto no es así, y tal intuición prima sobre la lógica.

¿Qué dice Jesús de todo esto? No utiliza para referirse a Dios demasiadas palabras, prácticamente dos: Padre y Amor. No plantea ningún juego interesado en el éxito de Dios, que tal vez consista en la salida de Dios de tanta cárcel gramatical (“éxito” significa también “salida”). Sujeto de tanto verbo, sujeto a tanto verbo, tal vez añore Dios el tiempo en que estaba prohibido nombrarlo. Jesús no jugó a las dicciones y las contradicciones; sólo jugó el juego de instaurar el reino de Dios que consiste en trasmitir la sensación de que somos amados y estamos destinados a ser amantes. Es un juego muy serio el de instaurar el Reino; a Jesús le costó la vida.

Veo en Jesús a Dios, él es para mí Dios sin restricción alguna. Y lo veo pudiendo cosas, amando hasta el límite, y no pudiendo hacer el mal de permitir el mal, ese mal que tanto afligió a los suyos y a él mismo. Lo veo pudiendo ─resucitó─ y no pudiendo ─”si eres hijo de Dios, sálvate y baja de la cruz”─. Dios, Jesús, no podía, no era todopoderoso en el recto sentido que hoy lo decimos, en el recto sentido que lo entendió Constantino en Nicea.

En resumen: sin la lógica, dejas de ser hombre; sin la intuición te privas del Misterio, ese divino regalo que se nos hace a los hombres y que nos hace hombres. Una vez más Dios gana el Juego; gracias a Dios. La lógica me induce a tachar esta última frase; y la intuición a conservarla. La lógica dice “no” a la expresión “gracias a Dios”; la intuición me lleva a guardarla. Como también es la intuición la que me lleva a decir: “Arbitrio, gracias a Dios”; intuición compatible con la lógica de enviar un poco de dinero. Gracias, Arbitrio (tal vez sea Dios quien pronuncia esta última frase),

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