Lugar de Encuentro de lo sagrado y lo profano

Ermua y la movilización social

12-Julio-2007    Imanol Zubero

Hecho primero. El pasado sábado, tras recorrer una decena de ciudades españolas, el autobús de la Fundación Miguel Ángel Blanco llegó a Vitoria, penúltima etapa de un viaje cargado de memoria cuya estación final es Ermua. Desconozco la acogida que la iniciativa ha tenido en otros lugares; en la capital alavesa fue recibido por apenas 150 personas.

Hecho segundo. La manifestación convocada en Bilbao por Gesto por la Paz tras la ruptura de la tregua fue secundada por unas tres mil personas. Estos hechos no bastan para hacer un balance de dos décadas de continua movilización social contra el terrorismo; menos aún para hacer vaticinios sobre su futuro. Pero sí apuntan en la preocupante dirección señalada por Maixabel Lasa en una reciente comparecencia ante la Ponencia de Víctimas del Parlamento vasco, cuando advirtió del retroceso experimentado por la capacidad de reacción social contra el terrorismo, manifestado en la “atonía social” que viene rodeando tanto los actos en memoria de las víctimas como las protestas por la vuelta de ETA a la violencia.

Hace 21 años, en mayo de 1986, nacía la Coordinadora Gesto por la Paz. Aunque no tengo constancia fehaciente de ello, pudiera ser que la primera concentración silenciosa convocada por Gesto tuviese lugar el 21 de mayo de aquel año, en protesta por el asesinato en Bilbao del policía nacional José Fuentes. Por aquellos días también nacía en San Sebastián la Asociación por la Paz de Euskal Herria y de su fusión en noviembre de 1989 surgiría la Coordinadora Gesto por la Paz de Euskal Herria. Entre 1986 y 1997 Gesto fue la organización por la paz de referencia tanto en Euskadi como en el conjunto de España. Así lo prueba la interminable lista de reconocimientos recibidos, de todas las procedencias, entre los que sobresale el Premio Príncipe de Asturias a la Concordia (1993). Por cierto: a lo largo de todos estos años ETA nunca dejó de amenazar y asesinar. Pero el terrorismo era por aquel entonces una cuestión que se afrontaba siempre, incluso en la discrepancia, como un asunto de ellos contra nosotros, incorporando este nosotros a todos los que decían no a ETA, sin importar las palabras con las que se expresaba este rechazo.

Seguramente se trataba de una actitud que derrochaba tanta pasión militante como ingenuidad política. Seguramente esta unidad en la diversidad sólo fue posible porque había cuestiones de fondo que siempre se quedaban precisamente ahí, en el fondo, pues su eventual emergencia hacía temblar los frágiles cimientos de un acuerdo más fácil de construir desde el no a ETA que desde el sí a casi nada. Así y todo, fue esta unidad naïf la que impulsó durante años una movilización no sólo defensiva sino también fuertemente proactiva, como en aquel largo verano de 1993, cuando los lazos azules exigiendo la libertad de Julio Iglesias Zamora nos hicieron soñar una Euskadi definitivamente alzada contra el terrorismo.

En el ecuador de esta historia, hace diez años, el asesinato de Miguel Ángel Blanco lo cambió todo. Los movimientos surgidos de aquellos terribles cuatro días de julio promovieron un nuevo estilo de movilización que cuestionaba radicalmente la reivindicación de la paz para en su lugar exigir libertad, incorporando una reflexión abiertamente política. En diciembre de 2000 un periodista hacía un primer balance de estos cambios: “El pacifismo vasco ha cambiado de cara. En apenas dos años, las asociaciones pioneras en Euskadi, con más de una década de experiencia en el rechazo a la violencia, se han visto relegadas a un segundo plano por nuevas organizaciones, diferentes tanto en el nombre como en su inspiración”. Las movilizaciones impulsadas tras el asesinato de Miguel Ángel Blanco aún fueron unitarias. Pero fueron las últimas. En adelante, la división y el enfrentamiento han sido la norma.

Mientras todo esto ocurría en el espacio de la sociedad civil, en la esfera política se estaba abandonando el modelo consensual del Acuerdo de Ajuria Enea, con su línea divisoria entre demócratas y violentos, arrumbado por el modelo antagonístico del Pacto de Lizarra, primero, y del Pacto Antiterrorista, después, con su fractura entre nacionalistas y constitucionalistas. Dos contextos políticos radicalmente distintos; dos movimientos ciudadanos claramente diferenciados. Ermua se fue construyendo a costa de Ajuria Enea. Seguramente porque Ajuria Enea nunca fue lo que en su momento pensamos que era. Seguramente porque las condiciones estructurales que a lo largo de una década impulsaron un ciclo de protesta habían cambiado. En todo caso, estos cambios definen el nuevo escenario a partir del cual se explica el relativo agotamiento de las propuestas de Gesto por la Paz. Ahora bien, ¿cómo explicar la igualmente crítica situación de las organizaciones ciudadanas que reclaman la herencia de Ermua?

Para explicarlo no es preciso redactar memoriales de agravios ni empeñarse en la búsqueda de traidores. Ya ha pasado antes. Como ocurriera con Ajuria Enea, seguramente tampoco Ermua fue todo lo que se ha dicho que fue: ni novedad absoluta, ni ruptura con lo anterior. No hay que buscar fuera lo que puede explicarse desde dentro. También en este caso el espíritu inicial ha acabado convertido en foro, menos en su sentido de espacio para la discusión pública, más en el de lugar donde los tribunales se reúnen para juzgar. Pero esta encarnación sólo fue posible en los primeros momentos, durante aquellos días dramáticos en los que todas y todos fuimos dolos, clamor y rabia, cuerpo social herido por la misma herida que asesinó a Miguel Ángel.
En realidad el espíritu, sea el que sea, siempre se resiste a su institucionalización, ya sea en foros o en iglesias. El espíritu sopla donde quiere, aunque esta libertad incomode al gremio de sacerdotes. Lo importante es que siga soplando.

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