Lugar de Encuentro de lo sagrado y lo profano

RELIGIOSIDAD, DOGMATISMO Y HUMANIDAD

06-Febrero-2006    Antonio Duato

La “guerra de las viñetas” amenaza convertirse en un catalizador de las tremendas tensiones que existen en nuestro mundo y para las que lo religioso, en vez de representar esperanza y concordia (espíritu de Asís, programas de Houtart en Sri Lanka), es un soplar en el fuego. Máximo ha expresado en su viñeta del sábado 4 de febrero, todo lo que a mí me gustaría decir en estas líneas.

La violencia no reside generalmente en las tradiciones religiosas en sí, sino en el dogmatismo y fanatismo con que son vividas y fomentadas. La vacuna contra estos males no puede venir de imposiciones externas (todos reaccionamos violentamente cuando nos vemos atacados en lo que sentimos más propio) sino de la profundización mística y purificadora que se haga en el interior de la propia religión. Lo que decía Gandhi: que cada uno vayamos al corazón de nuestra propia tradición y todos nos encontraremos.
Defender de forma absoluta el derecho de libre expresión es una frivolidad, pues no se puede defender el derecho a pronunciar en voz alta la palabra “fuego” en una sala de espectáculos. Defender de forma absoluta el respeto a los sentimientos de los creyentes haría imposible toda crítica a las creencias o amores de los otros. Para las personalidades históricas y públicas, por sagradas que sean, vale el principio de libertad de expresión y crítica, aunque alguien se sienta ofendido. Cualquier creyente como cualquier hijo de un político deberá acostumbrarse a oír, sin contestar con pedradas, que la madre de su redentor no era virgen o que su padre es un ignorante o un cobarde. Pero la crítica razonada es algo muy distinto de la burla o el insulto mordaces y gratuitos.
Todas las religiones, especialmente las tres grandes religiones monoteístas, más propensas a considerarse revelaciones absolutas universales, deben someterse a un amplio ejercicio de autocrítica y purificación si quieren que su mensaje sea fecundo en la sociedad actual. Ir a la esencia del mensaje religioso y purificarlo de adherencias y escorias que ha ido dejando la cultura y la política de otros tiempos. Y hacer eso cada uno desde el interior de su tradición, oyendo los signos que le vienen de la cultura humanista del exterior, sin juzgar a las otras tradiciones.
El papa Benedicto XVI puede que haya intentado hacer de su primera encíclica ese tipo de invitación a ir al meollo de del cristianismo, el rostro humano y amoroso de Dios, el que expresa Máximo en su viñeta. De ese rostro, para muchos de nosotros, fue un icono el rostro y la actitud de Juan XXIII. Pero el problema de este papa es que ha hablado de amor con un lenguaje excesivamente técnico y seguro de sí, algo muy occidental que otros sienten como humillación (el caso del arzobispo de Nigeria). Sin quererlo, su lenguaje resulta violento contra los otros, pues difumina, casi hasta ignorarla, cualquier crítica al cristianismo real y cualquier plenitud de amor fuera del mismo. Es atrevido enaltecer el Eros y atribuirlo al mismo Dios a partir de la poesía erótica del Cantar de los Cantares o los textos de Amós y Ezequiel (aunque también podría definirse a Dios como Ira y Violencia, acudiendo a otras citas bíblicas). Pero, sobre todo, no es justo resumir en una frase que en el cristianismo “se han dado tendencias” de aversión a la corporeidad (mientras se magnifica la mercantilización del sexo que hoy se hace). ¿Se han dado o, más bien, se siguen dando aún esas tendencias adversas al sexo y al cuerpo? ¿No sería el momento de sacar conclusiones para la revisión radical de la moral sexual oficial y de las exclusiones que por motivo de sexo o amor conyugal siguen existiendo en la Iglesia?
Tras una lectura más profunda de la Deus caritas est y coincidiendo con muchos comentarios laudatorios, empezando por el de Hans Küng, en la calidad teológica del texto, creo que lo la Iglesia Católica y el mundo necesitan hoy, más que esta elocubración conocida y demasiado occidental, es un empuje ético hacia el diálogo de religiones y civilizaciones (añoro la encíclica programática de Pablo VI, Ecclesiam suam sobre la teología y práctica del diálogo) y a la gran escalada en humanidad sin límites ni fronteras que representaban encíclicas como Pacem in terris (la asunción plena de los derechos humanos como programa de la Iglesia) y la Populorum progressio (el progreso desde las mínimas condiciones dignas para la vida del hombre hacia condiciones más elevadas y pleromáticas de toda la humanidad).
Porque al fin y al cabo lo que debe ser clave para la reinterpretación y purificación de todas las tradiciones religiosas es lo que aporten de positivo para una humanidad mejor, el amor, el diálogo, la justicia y la paz. Este es el criterio con el que el mismo Benedicto selecciona e interpreta los textos de la Biblia. Hagan, pues, los cristianos su reinterpretación y purificación, ya que dicen que la edad media, las cruzadas, las colonizaciones y la inquisición han quedado atrás. No se puede proclamar ese amor de Dios como núcleo de la fe y seguir condenando a teólogos que sacan aplicaciones de ese principio (el caso Masiá). Y no se puede hacer de la misma publicación de la encíclica un negocio económico para el Vaticano (el caso de los derechos de autor).
Y dejen que el islam, sin ataques y descalificaciones desde fuera, reinterprete y purifique también su mensaje humanista de amor, compasión y solidaridad que encierran sus textos y tradiciones. Lo que en esta polémica más me ha impresionado ha sido el hecho de ese diario de Jordania que publicó una editorial diciendo que más mal hace al islam la publicación de una foto degollando a un rehen junto a símbolos islámicos que la publicación de una caricatura del profera. Desgraciadamente el director de la publicación (también hay inquisición) fue rápidamente destituido

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