Lugar de Encuentro de lo sagrado y lo profano

Dios, historia y consciencia

01-Agosto-2007    Juan Luis Herrero del Pozo
    Este texto nació de la discusión en ATRIO sobre la crisis modernista cien años después. Intenta aclarar, no provocar. Pero desmonta muchos (¿demasiados?) paradigmas con que se ha vivido la fe cristiana. Típico ejemplo el de Juan Luis de ese “moderno modernismo” que intenta apoyarse en la “metafísica con corazón” para preservar la fe de Jesús en el futuro.

———————————–

    ¿Ha intervenido Dios en la historia? ¿y en la conciencia?
    (para depurar los conceptos de creación, revelación, fe, encarnación, redención).

La pregunta no es sobre historia sino de metafísica. Sí, lo siento por los más “pedestres”, pero la metafísica es imprescindible para asentar sobre sólido el nuevo paradigma teológico; sin ella sólo tendríamos cosmética, no nuevo paradigma. Sin metafísica no es posible tampoco la superación del pensamiento mágico del que sigue adherido a la mente de la mayoría de teólogos como la piel al cuerpo y que es la razón última del “intervencionismo”, base de los dogmas. La mitología cristiana expresada en los dogmas (la “historia sagrada”) tiene una función legítima sólo cuando se descubre como tal mitología, es decir, cuando se desenmascara el ‘pensamiento mágico’ que la hizo pasar por historia de las intervenciones de Dios.

No parece posible dilucidar si Dios ha intervenido si no entendemos lo que decimos por ‘intervención’. Aunque se explicará más adelante, tal vez favorezca la comprensión adelantar que la relación Dios-creatura no es nunca una relación de causa-efecto (que en este caso sería relación mágica) sino de fundamentación estrictamente óntica, es decir que afecta al ser como ser ‘creado’, en todo cuanto es y hace. Por tendencia a asimilar todo a nuestra condición creada y finita propendemos a entender la relación Dios-creatura como acción (sea de Él hacia nosotros sea de nosotros hacia Él). Para superar este equívoco ¿inconsciente? no encuentro mejor expresión que la de fundamento óntico para expresar lo que entendemos por creación’.

  • I. En la ‘creación’ se cierra la teología..
  • Esta fundamentación óntica de lo creatural aún tiene menos que ver con una acción propiamente temporal de Dios por la que imaginamos que éste hace pasar lo creado desde la nada (cuando nada existe) al ser (cuando después algo comienza a existir). La fundamentación óntica no tiene que ver con lo temporal. Lo creado es ontológicamente dependiente de Dios aunque no haya tenido un comienzo temporal, es decir, aunque rebobinando la historia del cosmos no nos topáramos con el linde del tiempo o momento antes del cual nada existía. Incluso opino que no faltan razones para hablar de una creación ab aeterno y de una coexistencia “eterna” del Infinito y de la realidad creada, el primero Necesario, la segunda Contingente. Teológicamente ‘Dios es amor’ que filosóficamente corresponde al concepto de bonum est diffusivum sui, el Bien es por su natural expansivo, creativo. Nada impide contemplar la posibilidad física de una serie ilimitada de big-bang.

    Esta noción tan depurada de ‘creación’, bien entendida, engloba todo en teología. También nos basta para dar cuenta de la noción, tan cristiana -.y tan humana- de gratuidad. La comunicación de Dios es esencialmente Don: Bernanos decía con justeza ‘Tout est grâce’, todo es gracia. Esta fundamentación óntica, esta gratuidad radical que afecta a las raíces y totalidad del ser no se puede olvidar nunca. Pero es suficiente para, dada por supuesta, permanente y básica, afirmar a partir de ella con total rotundidad la autonomía total respecto a Dios de cada ser que, en su orden y de alguna manera, habrá de comportarse “como si Dios no existiese”. De tejas abajo, una madre podrá enviar a su hijo un mensaje telepático y yo transmitir energía a un enfermo amigo. Dios es más poderoso, le basta con sostener en la existencia autónoma a todo ser o acción; ir más allá e intervenir en el proceso histórico sería contradecirse a si mismo. Obviamente menos aún se entendería que lo hiciese unas veces sí y otras no (aunque, por si acaso, muchos recurren a la oración de petición).

  • II. El “intervencionismo divino es magia.
  • El “intervencionismo” divino es la consecuencia directa y natural del viejo paradigma en su radical dependencia del pensamiento mágico. He hablado de magia porque el intervencionismo divino sería lo más parecido a sacarse un conejo supérfluo de la chistera cuando el circo está ya saturado de conejos. En cualquier caso, lo mágico es atribuir a Dios ser causa de algún efecto que comenzara a existir o, existiendo ya, se viera modificado contraviniendo su autonomía y las leyes de lo natural, física o mental. Para los antiguos la intervención de lo alto formaba parte del mecanismo de funcionamiento del cosmos. Como origen del movimiento de cada astro actuaba un ángel y el rey recibía la autoridad de Dios. Hoy sólo el papa pretende conservar este privilegio. Las leyes físicas y gravitatorias, en un caso, y el pueblo soberano, en otro, fueron suprimiendo la labor de los ángeles y de Dios que recuperaba su trascendencia oculta tras una inmanencia mal entendida. Mas puesto que la Ilustración resultaba demasiado peligrosa, la Autoridad eclesial cuidó mucho que la autonomía del cosmos no se extendiera a la conciencia bajo forma de pensamiento y decisión libres.

  • III. La intervención “sobrenatural”, un añadido incierto.
  • Este cuidado no le resultaba difícil a la institución eclesial porque previamente (posiblemente por necesidad de dar finalidad y sentido al proceso de divinización de Jesús) se había distinguido entre ‘natural’ y ‘sobrenatural’, es decir, entre lo que tenía al alcance el ser humano por su sola ‘naturaleza’ y lo que le había llegado, posteriormente añadido, como redención sobrenatural sobreabundante del pecado original (¡feliz culpa!), nueva suprema gratuidad fundante de una ‘nueva creación’. Su deslumbrante personalidad había hecho de Jesús alguien apenas por debajo del Altísimo, hijo de Yahvé. Jesús anunció el Reino pero pronto Pablo y otros seguidores, desde sus subjetivas experiencias religiosas, se olvidaron prácticamente del Reino de Dios y comenzaron a hablar del segundo Adán, reparador con creces de su pecado. Todo el relato mítico del Génesis había sido teologizado y los relatos sinópticos mistificados. Jesús se centraba en el Reino, el de los pobres y marginados; sus discípulos desplazaron éste hacia Jesús. La Buena Noticia ya no es el nuevo estatuto de los pobres sino la Persona (divina) de Jesús.

    A partir de la potente Irrupción divina del Dios-con-nosotros se multiplica –en grado superior al del A.T., la cascada de intervenciones sobrenaturales de la divinidad, por encima y al margen de las leyes de la naturaleza y de las posibilidades de la conciencia y la libertad:

      - Infusión de la gracia santificante, mociones sobrenaturales (gracia actual) para posibilitar actos merecedores de eternidad y/o sanar y reforzar la libertad “caída”.

      - Eficiencia necesaria aunque instrumental de los sacramentos que generan y dotan al alma de nuevas posibilidades (virtudes sobrenaturales).

      - Desplazamiento de la simbología eucarística –mesa compartida- gracias a la literalidad del “esto es mi cuerpo”, con el consiguiente modo de ‘presencia real’ de alquimia transustanciadora (siglo XI).

      - Infusión de un ‘carácter’ indeleble y permanente por ciertos sacramentos (ni Dios, con perdón, me quita el ser cura como la apostasía no me quitaría nunca el ‘carácter’ bautismal, el ser cristiano).

      - ‘Inspiración’ gracias a la cual el profeta o el escritor sagrado conciben, y no de su cosecha, ciertos nuevos contenidos de conciencia (las verdades reveladas) inalcanzables sin especial intervención divina. A partir de ahí todo es más confuso.

      - Nadie ha dudado de que los contenidos hablados o escritos de profetas y hagiógrafos sean suyos, vivencias subjetivas, experiencias religiosas personales. Pero se doblan de una capa sobrenatural de ‘inspiración’ divina (mas ¿cómo deslindar ambos niveles?) en virtud de la cual nos es dado apostillar rotundamente ‘palabra de Dios’ tras cada lectura (revelación). Hubiera bastado una conciencia sensible y abierta para discernir la carga de des-velamiento de Dios que vehicula la experiencia espiritual de un hombre de Dios. Siempre… ¡cuanto más humano, más divino!

      - Un alojamiento especial de la acción divina sin respeto alguno por la autonomía cósmica, es decir por encima o al margen de las leyes naturales (magia) es el ámbito de los milagros…

      - Para colmo, cuando Garibaldi se presenta a las puertas de la Ciudad Santa Pío IX se refugia en la infalibilidad: se gana por un lado lo que se pierde por otro. Es el colmo del intervencionismo (aunque siempre con medias tintas: ¡anda que no es difícil saber -¡con certeza humana, claro!- si se dan los requisitos para tener garantía de ‘la asistencia’ del Espíritu en una definición ‘ex cathedra’)

    Una y otra vez…acción, acción y acción (causa-efecto) de Dios modificando, supliendo o completando la ¿incompleta? autonomía de lo creado. ¿Se autolimitó Dios en la creación y se corrige posteriormente al pecado original mediante la ‘nueva creación’?.

    En un planteamiento mágico de Dios éste podría lo más y no lo menos: podría hacer emerger de la nada al ser pero no valdría para dotarlo originariamente de fuerza evolutiva, transformadora, plenificadora. La evolución hacia estadios superiores no es un accidente añadido sino inherente al concepto de ser limitado pero perfectible. Sea la evolución ascendente de las especies como la capacidad innata de regenerarse moralmente las conciencias, de “convertirse”, de decir libremente sí donde antes había dicho no. Es la capacidad natural de discernimiento y decisión que construyen la persona como conciencia inteligente y libre. El pecado es inherente al ser limitado o deficiente (‘necessarium est quod deficiens quandoque deficiat’, lo que puede fallar, siempre falla alguna vez). Y no constituye ninguna cesura irreparable que adviene a la conciencia y la incapacita para su rehabilitación (como pretende su teorización como ‘ofensa infinita’ a Dios).

  • IV. Esto no es deísmo.
  • A fuerza de defender la autonomía de la creación en todos sus ámbitos, estamos dando pie a que nos tachen de deístas. El deísmo, es la cosmovisión de una creación huérfana frente a un dios ocioso y aburrido. Porque si “no interviene” ¿cómo se ocupa providentemente del mundo, qué es lo que hace? Erramos, creo, si no nos basta su ser fundamento óntico y necesitamos duplicarlo con un hacer providente. Porque si no actúa ¿en qué ocupa su soledad? O, al menos, ¿cómo acudirá en nuestra ayuda? ¿cómo nos salvará?

    No soy deísta, ni por lo más remoto. Como he dicho, me inclino a creer que el Dios de Jesús es el esencialmente presente, tan cercano que no se le puede concebir sin ser creador entrañable, diffusivum sui, ab aeterno et in aeternum. Es ‘actividad’ trascendente, ‘Acto Puro’.

    Es preciso reconocer que la metafísica sobre Dios es seca y austera, y se aviene mal con la imaginación espacio-temporal, con símiles y metáforas. Éstos responden, sin embargo, al mundo en que estamos inmersos, a lo que nos entra por los sentidos, al calor del corazón. Por eso, a la postre, prefiero la mística (de andar por casa “entre pucheros”) porque la mística es metafísica con corazón ( profundidad y ternura).

    Nuestro Dios es lo contrario del relojero que se desentiende de su reloj. El rechazo de todo intervencionismo divino no lo es de su Presencia, Cercanía y Amor. El ser creatura es definirse como ser-desde-Dios, es decir, ser-desde-el Amor, cada uno en su nivel, de tal modo que si no lo fuese volvería a la nada, dejaría de existir. Estamos hablando de una Presencia Fundante de la realidad y cuanta más realidad más Fundante (más en mi perrita que en un guijarro) hasta llegar en el ser humano a lo que decía Agustín de Hipona “Dios es lo más hondo de mi más profunda interioridad”, o en palabra poética del Profeta Mohamed “más cercano que mi yugular”. Las imágenes brotarían a borbotones, aunque todas pervertidoras de la Gran Realidad. Dios es la luz que inunda un prisma de puro cristal, hasta tal hondura que le confiere el ser lo que es. Dios es la respiración, el hálito, la ‘ruah’ del cosmos. Dios es el Uno de lo Múltiple, Pura Energía, Diosa Madre eternamente preñada del Mundo… Y, sobre todo, la metafísica de la poesía mística: “Pasó por estos sotos con presura- y yéndolos mirando- con sola su figura- vestidos los dejó de su hermosura”… Más que el Nirvana.

    Tal y no otro es, a mi entender, el misterio de la Inmanencia del Trascendente, el de la creación que es conjuntamente humanización, encarnación y salvación, en un único modo de Presencia en diferentes etapas de la evolución cósmica y de la maduración de la persona.

  • V. Una cosmovisión creyente y laica.
  • Dicho esto con claridad para que nadie se llame a engaño, intentemos una cosmovisión sencilla, humana, espiritual, válida para todos, creyentes y no creyentes (quienes sólo han de cuidar el suprimir la etiqueta Dios con la que no están conformes)

    Repito de nuevo, todo es Gracia, todo es Don, “quien a Dios tiene, nada le falta”, “en él, Dios, no Jesús, nos movemos y somos”. Una vez afirmado esto y nunca negado, en el pensamiento y en el proyecto de vida del creyente (es la única fe no mágica)…el resto de la historia y de la persona se construye “como si Dios no existiese”. ¿Qué o quién nos impide establecer que el cosmos, incluido el ser humano, en su totalidad evolutiva, emerge a la existencia con la suficiente capacidad ‘natural’ de progresar hacia la perfección? Dios no precisa hacer nada más, se ha dado por entero y ahí permanece en la raíz de toda realidad para que ésta alcance su máximo despliegue. Está ahí como máximo Presente aunque la conciencia humana puede no percibirlo. Todo se va a desenvolver como si Dios no exitiese, por más que en la evolución de la conciencia primitiva (la nuestra actual) va a ser larga la etapa mágica en la que el imaginario colectiva se va a fabricar un Dios antropomorfo. Un Dios interactivo al que va a entender como un personaje familiar, casi casero, por más que muy superior, moviendo entre bambalinas los hilos de la historia. Pienso que es un déficit del occidente cristiano (no jesuánico). Lo digo porque probablemente oriente tiene un pensamiento y comportamiento más refinados. Hemos supuesto que alguna de sus religiones o no tenía Dios o era panteísta, simplemente por tratarse de una espiritualidad más evolucionada que entendía el mundo y se desenvolvía en la vida “como si Dios no existiese”.

    Nosotros, en cambio, domesticamos a Dios muy pronto, nos lo hicimos propicio a cambio de descargar sobre él nuestra responsabilidad cargándole el manejo de los acontecimientos. Hablamos incesantemente de Dios como si nada se nos ocultase de su ser, pronunciamos el nombre de Dios en vano (retroceso sobre la mente judía), lo utilizamos como aderezo de todos las guisos, recurrimos a El discriminadamente, para que me concedan una plaza, se cure mi vaca, llueva en mi campo, mi estampita (mi amuleto) en el coche para que me preserve de accidentes, tenga éxito mi negocio con bendición inaugural, etc. etc. El “como si no existiese” significa que la providencia de Dios no nos va a sacar las castañas del fuego porque no existe providencia como intervención de Dios. Dios no va a repartir justicia ni va a dar de comer al Tercer Mundo.

  • VI. Despliegue de la conciencia autónoma.
  • Desconocemos, salvo escasos hitos, cuál ha sido la historia del ser humano y la evolución de su conciencia. Pero algo conocemos de la breve historia –unos pocos miles de años- de nuestros antepasados hebreos. Y la conocemos porque ellos mismos fueron generando diversas tradiciones orales y escritas, la Biblia, en las que cada generación consignaba sus vivencias religiosas subjetivas que magnificaba y absolutizaba haciendo coautor al mismo Dios. A partir de ahí se ha realizado exégesis del texto, interpretación de lo que la ‘Palabra de Dios’^estaba diciendo (sin dudar de que hubiera hablado). Exégesis que apenas era análisis de la evolución de la conciencia subjetiva de un pueblo, como tal conciencia subjetiva. Conocedores a posteriori de que, a diferencia del oriente, los hebreos hacían intervenir constantemente a Yahvé cual personaje cualificado de su historia, sería de gran importancia –pero nada fácil- aislar de las creencias más propiamente religiosas sobre intervenciones divinas todo cuanto cabría explicar como más social, cultural, psicológica y antropológicamente humano. Algo así como aproximarse a la historia de la evolución de conciencia de aquel pueblo sin par. No nos pondrían nerviosos las contradicciones y barbaridades que ahora nos ponen por considerar la Biblia como ‘Palabra de Dios’. Dado que desconozco si algo se ha hecho en esta línea, voy a limitarme a formular una hipótesis de trabajo a partir de la experiencia, de datos antropológicos y de una reflexión humana crítica.

    Algo que impregna la mente del hombre primitivo es la convicción de su precariedad por la enfermedad y la muerte y su indefensión ante las fuerzas de la naturaleza, el rayo, el volcán, el fuego, el mar, el hielo, la inundación. Al mismo tiempo que se hace consciente de su precariedad le apunta la necesidad de alguna protección y salvación. En el doble sentimiento de precariedad y ansia de salvación se aloja la convicción de no estar solo sino rodeado de fuerzas que pronto personaliza y diviniza. Inevitablemente se inicia el proceso de fabricarse dioses “a la propia imagen y semejanza”. Un dios o unos dioses cuyas acciones mágicas sólo la Ilustración nos preparará a descubrir como tales al ir cayendo en la cuenta de que las cosas tienen su autonomía y se rigen por leyes propias y que no cabe un dios antropomorfo que interfiera en la historia como una causa produce un efecto inesperado: elijo a este pueblo entre todos, contradigo las isobaras y hago llover a petición de unos creyentes, hago un milagrito para que el Papa pueda canonizar a esta buena persona (o no tan buena), etc.

    Después de aquellos tiempos arcaicos el progreso humano fue muy lento en lo verdaderamente sustancial: las civilizaciones y culturas se defendían como podían de unas creencias por las que nunca se estaba seguro de que algún dios, propio o ajeno, no hiciera alguna de las suyas con su varita mágica. Hasta el tiempo-eje, tan decisivo como aquel del neolítico, del amplio proceso del Renacimiento-Ilustración parece que no alcanza la humanidad su edad adulta en la superación del pensamiento arcaico mágico: vivir enraizados en la Gran Realidad “como si dios no existiese”.

    Una vez que la Modernidad nos permite una nueva cosmovisión, un nuevo paradigma no es difícil concebir al ser humano andando en soledad precaria por este mundo sabiendo que no está solo..

    El mito del “pecado original” es aquel relato, existente de un modo u otro en casi todas las culturas con el que los colectivos humanos intentan darse alguna explicación y formular la existencia del Mal: si Dios no puede ser su origen (que sí que lo es en la medida en que Dios no puede ‘crear’ un cosmos ilimitado y perfecto) algún desorden moral del ser humano, algún pecado, perturbó la realidad cósmica. Es la función del mito, ante lo desconocido expresar y verbalizar alguna causa que apunte alguna explicación.

    La realidad natural, física o moral, es por su propia naturaleza limitada, riesgosa, precaria. ¿Quién nos puede asegurar que ello se debe a haber perdido algún status anterior más perfecto? No hay datos pero resulta inverosímil. Pero, por la misma lógica ¿quién puede señalar los límites de lo natural? Contra todos los prejuicios de la teología vigente Blondel se atrevió a tomar en serio esa insaciable insatisfacción, esa auténtica sed de Infinito del corazón humano e identificarla con la Inmanencia de lo que llamábamos ‘sobrenatural’, Dios y su atracción hacia la Plenitud.

    ¿Por qué vamos a creer, salvo prejuicios dogmáticos, que el Infinito de Dios no es lo que nos polariza naturalmente sino que sólo tendemos hacia una cierta finalidad “meramente natural”, decimos, como si su obra no hubiera podido salir de sus manos con una llamada “inmanente” al Absoluto.

      (Detengámonos un instante para retomar aliento: son ya muchos los castillos dogmáticos que se tambalean, no obstante, hay una sensación de liberación y paz que acompaña a muchos creyentes en este proceso de desmonte. Prosigamos, pues).

    La conciencia humana, en especial, está perfectamente armada para la aventura existencial aunque limitada y precaria en sus inicios biológicos.Pero sí podemos estar seguros de que cada historia, individual o colectiva, se ha construido sin preferencia o elección alguna por parte de la divinidad. Desde la máxima precariedad hacia la plenificación, porque es ley de vida.

    Tampoco tiene lugar ninguna llamada divina para un estado de vida concreto. Ninguna elección legítima en detrimento de la igualdad o de los cauces democráticos en la designación de algún cargo. Ningún bautismo produce ninguna mutación en el alma. Ningún sacramento produce efecto alguno extraño al poder de su simbología. Ninguna persona gana a otra por aditamentos sobrenaturales, sólo por cualidades o formación naturales…

    Este tema de suma trascendencia no se agota aquí. Pero creo que lo dicho, aunque provocador y escandaloso, es suficiente para sospecha por dónde pueden soplar los nuevos vientos. En realidad sería un beneficio para los teólogos aunque alguno creyera perder su trabajo e identidad. Por lo que me atañe personalmente tengo la impresión de quedarme sin tarea propiamente teológica. Al mismo tiempo se me abre delante un campo inmenso de estudio y contemplación: la ingente figura de Jesús el Nazareno que, por quedárseme insípida la teología (¡oh presunción y orgullo, sin duda!), comienza en mi espíritu a crecer como nunca podía imaginar a lo largo de las repetidas lecturas de los textos evangélicos. Amigo creyente o increyente… “¡aude sapere!”

      Logroño a 25 de julio de 2007

    Haz hoy mismo tu APORTACIÓN (Pinchar aquí)

    Escriba su comentario

    Identificarse preferentemente con nombre y apellido(s). Se acepta un nick pero con dirección de e-mail válida.

    Emplear un lenguaje correcto, respetar a los demás, centrarse en el tema y, en todo caso, aceptar las decisiones del moderador