Lugar de Encuentro de lo sagrado y lo profano

A igualdad de raíces, diferencias culturales

03-Agosto-2007    Joan Chittister

Quizá una de las mejores maneras de descubrir cómo somos culturalmente es ir a visitar otra cultura. La experiencia es interesante. Uno de los aspectos más interesantes de la excursión es la oportunidad que nos brinda de descubrir los efectos que la historia ha tenido en nosotros –como pueblo, como cultura, incluso como iglesia.

En este último mes he estado en Nueva Zelanda y en Australia. Créame, por mucho que nos parezcamos, somos pueblos diferentes. Al oírles hablar a los australianos sobre ellos mismos y sobre la visión del mundo con la que han crecido –un asentamiento británico en un mar asiático– me fascinó pensar lo diferente que la gente puede ser, por muy similares que nos puedan parecer a primera vista sus raíces, tradiciones y culturas.

Nosotros –los americanos y los australianos– parecemos muy similares en muchos aspectos. Hablamos el mismo idioma. Ambos pueblos resplandecemos con la idea de lo nuevo, la tecnología, la riqueza y el ‘progreso’. No vemos al resto del mundo con timidez o retraimiento. Tenemos confianza en nosotros mismos, seguridad en nuestra afluencia y certeza en nuestro pragmatismo. Ambos pueblos somos personas “de poder hacer cosas”, una especie de modernos colosos en un mundo que todavía está en desarrollo. Y ambos pueblos procedemos de la misma raíz. O por lo menos eso parece.

Pero descubrí que también hay diferencias profundas entre nosotros.

Descríbeme a la Iglesia Católica australiana, les pedía, mientras hablábamos, a un grupo tras otro, a una persona tras otra.

Por ejemplo, ¿qué pasará aquí como resultado de la vuelta a la Misa en Latín? pregunté en un intento de enfocar mi pregunta con una cuestión reciente y real, y descubrir en sus respuestas algo específico sobre la naturaleza actual de la iglesia. Esperaba respuestas profundas y meditadas, llenas de triunfo o de tensión, con un toque de preocupación o de confusión. Consideradas. Quizá, incluso, un poco angustiadas. Cautelosas.

Pues no. La repuesta fue directa: no sucederá nada, decían la mayoría. No le prestaremos ninguna atención [a este tema], dijeron algunos. Si alguien la quiere, pues muy bien, que la tengan, dijeron algunos pocos. Pero yo no, dijeron muchos. Se terminó la discusión.

Pero como es que, continué insistiendo, pueden estar tan desinteresados –tan pasotas– en esta situación cuando nosotros, por el contrario, nos tomamos tan en serio incluso la posibilidad de que ocurra? Las respuestas a esta pregunta fueron todavía mucho más interesantes. En vez de discutir las ventajas y desventajas de una Misa en latín, ellos discutieron la naturaleza de su sociedad y citaron cuatro características de su cultura que, decían, marca la naturaleza de la iglesia de allí.

En primer lugar, Australia se fundó para ser una colonia penal británica, un asentamiento para presidiarios –muchos de los cuales eran irlandeses– que habían sido exiliados de Irlanda por robar pan durante la hambruna o por ser parte de algún grupo contrario al nacionalismo inglés que sencillamente se negaban a someterse a la Corona. Punto: los australianos no aceptan fácilmente la autoridad. Hay una independencia natural en ellos, dicen, un escepticismo, un sentimiento de sospecha, en la imposición de cualquier cosa.

América, por el contrario, se me ocurría, fue fundada por los Puritanos* que eran individuos muy religiosos que aceptaban la autoridad. Nosotros nos tomamos la ley muy en serio. Y es más, sospechamos de cualquiera que no lo hace.

En segundo lugar, los australianos, en general, son gente tranquila y despreocupada. La obsesión neurótica no es una característica nacional. Aparentemente no hay nada que parezca preocupar mucho a los australianos. Son informales para todo –la ropa, las normas, el trabajo y la iglesia. En un buen día, me dijeron, no más del 12 % de la población va a Misa por cualquier razón.

Nosotros, por el contrario, somos una sociedad que va a la iglesia con regularidad. En el peor momento, una media del 35 % de los católicos americanos va a la iglesia los domingos. Aquí nosotros centramos nuestra vida alrededor de las iglesias, mientras que allí centran la iglesia alrededor de sus vidas.

En tercer lugar, me dijeron, Australia se define a sí misma como un estado laico, un estado que no está definido por ninguna orientación religiosa –budista, musulmana, judía, cristiana o ninguna otra. La religión no es un asunto del estado para los australianos. El objetivo del estado es asegurar el bienestar general, no los ideales religiosos de ninguna confesión religiosa. Ciertamente se horrorizarían sólo de pensar en poner su bandera en el santuario de sus iglesias.

En los Estados Unidos, aunque fueron deistas los que lo fundaron, sin especificar una religión concreta y prometiendo libertad para todas ellas, agonizamos todavía tratando de determinar las implicaciones que esto tiene para nosotros hoy como pueblo. ¿Somos un estado “cristiano” o un estado plural –no basado en la moral de una religión concreta– o dedicados a mantener la identidad cristiana incluso en nuestras instituciones civiles? Y si es así, ¿qué implica esto para la legislación, los legisladores y las iglesias de aquí? ¿Son parte de la política o no? ¿Es función de las iglesias enseñar la moral, o es función del estado impulsar las morales cristianas? Y si es así, cuáles de todas las otras perspectivas morales [que se dan] en una sociedad de ese estilo?

Finalmente, Australia es una cultura anglosajona en medio de un mundo asiático. Está formada por grupos étnicos multiculturales cuya orientación es más devocional que dogmática, del Pacífico tanto como occidentales, espirituales pero principalmente no doctrinales. Como resultado, la lucha para legalizar principios religiosos raras veces invade el terreno federal. Se preocupan de marcar directrices morales. No se acepta que personalidades religiosas intenten influenciar la política de partidos o que pretendan equiparar decisiones políticas con la pureza de una denominación –por ejemplo, “si no votas de determinada manera, debieras preguntarte si eres realmente católico”.

En los Estados Unidos la identidad religiosa y su lugar en la política es un hilo continuo que impregna la historia de este país, como un filón de oro impregna la roca. Desde los tiempos de William Penn* y su atrevido modelo de libertad religiosa, se libra una feroz lucha en nuestro país para entronizar en la legislación un conjunto, u otro, de ideales religiosos. En la realidad, hemos llegado a un punto en el que la religión –si votar de una determinada manera sobre un único punto es realmente religión– se cuela en la política en cada sermón, en cada pegatina de parachoques, como el aspecto más notable de cada candidato. Dicen que nuestra forma de votar tiene algo que ver con la intensidad de nuestra religiosidad.

No queda ninguna duda: Australia y Estados Unidos no son el mismo tipo de mundos religiosos. Desde mi punto de vista, la pregunta debe ser ¿cómo es que nos parecemos tanto? O más bien, ¿cuál de las dos culturas es realmente la más religiosa?

*NOTAS (de la traductora): en el siglo XVI los Puritanos eran un grupo de personas descontentas con el funcionamiento de la Iglesia de Inglaterra y su poder político. Proponían una vuelta a la sencillez inicial, creían que la Biblia era la auténtica y única ley divina y seguían las doctrinas de Calvino. Emigraron a Nueva Inglaterra para escapar la persecución religiosa de que fueron objeto. Su ideología tuvo una gran influencia en la redacción de la Constitución americana, y todavía hoy perdura en aquella sociedad.

William Penn (1644-1718), fundador de los actuales estados de Pennsilvania y Delaware, nació en Inglaterra en una influyente familia anglicana, afiliándose hacia los 20 años a los cuáqueros (Sociedad Religiosa de Amigos) por lo que sufrió persecución religiosa. Los cuáqueros, según se desprende de su página web son pacifistas y promueven la igualdad social y de género en la sociedad y verdaderamente se ayudan entre ellos y a los más necesitados de la sociedad. En este punto a mí me sorprendieron mucho. Existen muchos grupos diferentes de cuáqueros ya que no reconocen una autoridad central, y algunos de ellos son bastante fundamentalistas (al menos en mi opinión).

    [La H. Joan Chittister, OSB, pertenece a las Hermanas Benedictinas de Erie, PA, USA. Ella es conferenciante y autora conocida internacionalmente. Directora ejecutiva de Benetvision (benetvision.org). Este artículo se publicó en ncronline.org para la revista National Catholic Reporter. Ha sido traducida por MR para Atrio.org con permiso de la autora]

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