Lugar de Encuentro de lo sagrado y lo profano

Diálogo sobre Jesús con el libro del Papa

01-Septiembre-2007    Xabier Pikaza
    El libro de Joseph Ratzinger, Jesús de Nazaret, “ha arrasado en las librerías” . Xabier Pikaza, desde su ciencia y su espíritu mercedario de “liberador de cautivos”, ha dedicado su vida al entendimiento de Jesús y acaba de publicar también un libro sobre el mismo tema, con el título Hijo de Hombre. Jesús el Galileo, (Tirant lo Blanch, Valencia 2007). Nosotros le hemos pedido que nos exponga en qué difieren sus respectivas visiones del mismo Jesús, basadas en los mismos evangenlios.

En el estadio final de mi trabajo (corrección de estilo y de pruebas), he podido consultar el libro de Papa (en su edición italiana y alemana). No he tenido que cambiar nada fundamental del mío, pero he descubierto que sus orientaciones y enfoques son algo distintos a los míos. Mi libro puede representar por tanto el principio de ese diálogo sincero que el mismo papa auspicia en el prólogo: “cada uno es libre de contradecirme”.
El Papa se fija más en un Jesús que es Dios y lo sabe. Yo me fijo más en un Jesús que es hombre y lo sabe, sabiéndose también hijo de Dios, con una misión de anunciar y preparar la llegada del Reino de Dios para los hombres. Así puede observarse en varios de los temas de mi libro, y, en especial, en el compendio de la enseñanza de Jesús, que aquí reproducimos y que corresponde a las páginas 206 y siguientes de mi obra.

Introducción. Los temas de la enseñanza de Jesús

    El Jesús del Papa parece entrar en el mundo desde arriba, con un discurso preparado de antemano, con sabiduría sobrehumana que trasciende todas las sabidurías de la tierra. El Jesús de mi libro va brotando de la misma historia de los hombres, en el contexto de Israel, donde estaba actuando ya la semilla de Dios; así puede decir que su sabiduría viene de Dios, viniendo del humus de la misma humanidad.

Jesús no ha querido cambiar la Escritura de Israel, pues estamos convencidos de no llevaba una Biblia en sus itinerarios, como han hecho y hacen algunos predicadores cristianos, que acuden a la letra de la Biblia para resolver cualquier problema. Pero él vivió dentro de la misma Biblia, es decir, dentro de la historia de los hombres y mujeres de Israel, dialogando con sus personajes centrales (Moisés, Elías, David) y dejando que ellos se expresen en su vida. Él mismo aparece así como interpretación viviente de la Biblia (libro hecho persona), desde la experiencia de los expulsados y humillados, de aquellos que no tienen pan ni tierra (ni tiempo para comentar la Biblia). Ciertamente, pensamos que él podría ser capaz de buscar y leer algún pasaje de los rollos de la Biblia (como supone Lc 4, 16-17), pero su función no ha sido leer y comentar. Por eso no ha quedado cerrado en la sinagoga o en la escuela rabínica, discutiendo interpretaciones de una Ley ya fijada, sino que ha vuelto a la “calle”, espacio abierto de los hombres y mujeres, dejando que el mismo Dios de la Escritura vaya hablando por su vida y se vaya expresando de forma creadora, en lo que hace, en lo que vive con la gente.

Jesús no ha creado una biblioteca, como los esenios de Qumrán, pues los elementos centrales de su enseñanza no necesitan biblioteca. No ha querido precisar el sentido de la Biblia con discusiones de detalle, sino que ha escuchado a Dios desde la misma vida de los pobres, a quienes ha ofrecido una curación, que se expresa en la comunicación de amor y en la comida compartida. No ha intentado precisar con más fidelidad las leyes de pureza, ni en la línea de los esenios, ni en la línea de los saduceos. Tampoco ha introducido precisiones en los textos, como los fariseos (y muchos maestros cristianos posteriores). Una escuela de intérpretes estaba convirtiendo la religión de ciertos israelitas en cuestión de especialistas y Jesús no quiere especialista, personas que saben lo que otros ignoran. Al contrario, él quiere saber y decir lo que pueden saber y decir todos, porque la sabiduría verdadera no es prerrogativa de algunos, sino experiencia de vida que se abre a todas las personas.

Por eso, lógicamente, los contenidos de su enseñanza brotan del mismo judaísmo de su ambiente. Más aún, todos ellos forman parte de una sabiduría extendida en casi todos los pueblos. Él no ha querido “crear” una nueva religión, ni ofrecer revelaciones secretas, antes ignoradas, sino que ha vivido en plenitud la experiencia humana, como experiencia de gracia y presencia sanadora de Dios. Por eso, es normal que en su mensaje no haya nada que sea exclusivamente suyo, en un sentido material. Todo lo que él ha dicho pueden y deben haberlo dicho otros, dentro de Israel y de la humanidad. Y, sin embargo, él ha vivido y dicho esas cosas como nadie las había dicho ni vivido, llevando hasta su fin y plenitud la experiencia de la gracia sanadora de Dios, en aquel momento y circunstancia, en el lugar donde él se encuentra (en la Galilea marginada).

Así podemos afirmar que Jesús ha vinculado de forma poderosamente nueva unas experiencias y tareas que habían sido preparados ya por los profetas, pero que ellos no habían logrado concretar y expandir todavía de esa forma (en apertura universal). En ese sentido, en el fondo de su novedad hay un rasgo de absoluta “falta de novedad”. Todo era conocido, todos los elementos de su vida y mensaje estaban allí, eran muy sencillos, se hallaban al alcance de cualquiera. Y, sin embargo, sólo Jesús fue capaz de formularlos y vivirlos de esa forma, abriendo así un camino que, siendo israelita, podía extenderse y se extendía a todos los hombres y mujeres de la tierra. No le interesó crear una religión especial (mejor que las anteriores). Simplemente quiso ser fiel a Dios, siendo fiel a los hombres, en gesto de amor. (Hijo de Hombre. Jesús el Galileo, pp. 206-2007)

1 Abba Padre. Podemos nacer y vivir

    El Papa ha destacado la función de un Dios Soberano, que dirige desde arriba la existencia de los hombres, como si estuviera de algún modo fuera de ellos. Yo he querido mostrar que el Dios de Jesús es, ante todo, “padre” (así, casi en minúscula): poder de vida amorosa que alienta en la vida de los hombres; por eso, no actúa desde fuera o por arriba, sino desde dentro de ellos. Ésta es su experiencia más honda: somos presencia de Padre.

La primera aportación de Jesús es su propia experiencia de Dios a quien él ha descubierto como fuente vida, no de imposición, en medio de las duras condiciones de la vida en Galilea… Jesús sirá básicamente “Abba”…

Abba es una palabra aramea que significa «papá». Con ella se dirigen los niños a sus padres, pero también las personas mayores, cuando quieren tratarles de un modo cariñoso. Jesús la ha utilizado en su oración, al referirse al Padre Dios. Es una expresión importante, chocante, y por eso Mc 14, 36 la cita en arameo y la tradición posterior la ha seguido empleando también en arameo, como nota distintiva de la plegaria cristiana (cf. Rom 8, 14; Gal 4, 6). De todas formas, en la mayoría de los casos, los evangelios la han traducido al griego y así dicen: Patêr. Entre los lugares donde Jesús llama a Dios «Padre» pueden citarse los siguientes: Mc 11, 25; 13, 32; Mt 6, 9.32; 7, 11.21; 10, 20; 11, 25; 12, 50; 18, 10; Lc 6, 39; 23, 46 etc. Algunos de ellos, especialmente en Mateo, son creaciones de la iglesia primitiva. Pero en su fondo late una profunda experiencia de Jesús, como destacaremos a continuación.

La singularidad de esa manera de relacionarse con Dios reside, precisamente, en su falta de singularidad. Esa palabra expresa la total cercanía del hombre respecto a su ser más querido (y a veces temido), al que concibe como fuente amorosa y misteriosa de vida. No es una palabra secreta, cuyo sentido deba precisarse con cuidado (como el Yahvé de Ex 3, 14). No es una expresión sabia, de eruditas discusiones, que sólo se comprende tras un largo proceso de aprendizaje escolar, sino la más sencilla, la que el niño aprende y sabe al principio de su vida, al referirse de manera cariñosa y agradecida al padre (un padre materno), que es dador de vida.

Quien haya tenido la dicha de nacer y pueda agradecer la vida que le han dado, no sólo a través del cuidado inmediato (expresado sobre todo por la madre), sino a través de otro origen y fuente de vida a la que el niño llega en general a través de la voz de la madre, que le dice ¡ese es tu padre!, puede saber que la vida es don y puede responder diciendo: ¡Padre! Esa es la primera palabra que la madre enseña al niño, indicándole así el sentido y fuente de la vida, de manera que en ella (en la Madre) se abre un camino que dirige a un Padre, que no se encuentra fuera, sino que constituye un momento integral de la misma Madre. Así nos pone Jesús ante el Dios que es Padre/Madre.

Todo eso se condensa en la palabra Abba, la más cercana y poderosa. Precisamente en su absoluta cercanía se encuentra su distinción y diferencia. Muchos hombres y mujeres del entorno buscaban las palabras más lejanas y sabias para referirse a Dios, dándole nombres elevados, poderosos, como si Abba, Papá/Mamá, la palabra del niño que llama en confianza a su padre querido, fuera irreverente, demasiado osada (sobre todo en aquellas condiciones de opresión, en las que parecía que no existe Padre alguno que se ocupe de los hombres). Pues bien, Jesús ha tenido esa osadía: se ha atrevido a dirigirse a Dios con la primera y más cercana de todas las palabras, con aquella que los niños confiados y gozosos utilizan para referirse al padre/madre acogedor y bueno de este mundo.

Conocer a Dios resulta, para Jesús, lo más fácil y cercano. No necesita argumentos para comprender su esencia. No tiene que emplear demostraciones, porque Abba/Padre (Madre/Padre) es para él lo más sabido, lo primero que aprenden y dicen los niños. Para hablar así de Dios, los adultos tienen que cambiar y aprender (¡si no os volvéis como niños!: cf. Mt 18, 3), pero, al mismo tiempo, deben olvidar o desaprender muchas cosas que se han ido acumulando en la historia religiosa. Jesús pide que volvamos a la infancia, en gesto de neotenia o recuperación madura de la niñez, en apertura a Dios…

Para muchos de entonces (y de ahora), la religión es ascender místicamente a la altura supra-humana, o cumplir unas normas sacrales y/o sociales. Pues bien, en contra de eso, como niño que empieza a nacer, como hombre que ha vuelto al principio de la creación (cf. Mc 10, 6), Jesús se atreve a situar su vida y la vida de aquellos que le escuchan en el mismo principio de Dios, a quien descubre y llama ¡Madre/Padre!, para así entender y asumir (recrear), de forma nueva, las relaciones y deberes de los hombres entre sí (cf. Mt 11, 25-27)…

El Dios de Jesús es un padre materbno que sostiene la vida de los hombres que corrían el riesgo de enfrentarse y matarse sobre el mundo. Es el Abba de los enfermos y pobres, de los rechazados y hambrientos, que no tienen en el mundo ningún “padre-señor” que pueda liberarles y acogerles. (Idem, pp. 207-210)

2. Valor infinito del prójimo. Mi alma está en los otros.

    El libro del Papa ha tomado como punto de partida el Yo de Jesús, como Hijo trascendente del Padre, siguiendo una línea de interpretación del Evangelio de Juan; así ha elaborado una cristología del Jesús que lo sabe todo de sí mismo, en lo divino. Yo, en cambio, me he fijado más en el Jesús que conoce a los pobres, siguiendo en la línea de los evangelios sinópticos y de la historia más antigua de la Iglesia; Jesús no ha venido a revelarse a sí mismo (como en los evangelios gnósticos), sino a curar a los enfermos, a ofrecer esperanza a los pobres, iniciando así un camino de Reino para ellos (para los pobres), no para sí mismo. La primera preocupación de Jesús son los otros, no él mismo.

En un libro clave sobre La esencia del cristianismo (1900), Adolf von Harnack (1851-1930) decía que Jesús había ofrecido dos aportaciones básicas en la historia de la humanidad. (1) Había descubierto la paternidad de Dios, que actúa como amor cercano, más que como ley. (2) Había descubierto y destacado el valor infinito de cada una de las almas humanas, a las que debemos ofrecer respeto y amor fraterno. Ciertamente, Harnack tenía razón, pero su visión ha de ser matizada desde el contexto del mensaje y de la vida de Jesús, pues Jesús no descubrió el valor “infinito” del alma, en sentido general (quizá idealista), sino el valor del prójimo, en cuanto persona concreta, ser necesitado.

  • 1, Los hombres son personas, no simplemente almas. Según Jesús, lo que importa no es el valor infinito del alma separada, sino de la persona, en sentido integral (carnal y social). Así podemos decir y decimos que en el centro de su mensaje se encuentra el descubrimiento y despliegue de la importancia infinita de cada persona y que así lo manifiesta su opción a favor de los pobres. (1) La persona no es sólo un cuerpo separado sin interioridad y autoconciencia (sin alma). Por eso, Jesús va en contra de aquellos que quieren salvar únicamente al hombre externo: «No tengáis miedo a los que pueden matar el cuerpo, pero no el alma (la vida…)» (Mt 10, 28 par). (2) Pero la persona no es tampoco pura interioridad (sólo alma, en sentido idealista), sino vida entera, en sentido individual y social. Por eso, Jesús ha destacado el valor de la “comunión corporal”, vinculada al amor concreto y al servicio a los demás, como aparece en el pan compartido y en la curación de los enfermos, partiendo de los más pobres.
  • 2. Persona son los otros, a quienes sólo se encuentra amando. Jesús no ha sido un “pensador intimista”, dedicado solamente al cultivo de un tipo de experiencia mística. Más que el valor infinito de cada individuo separado y más que el amor hacia sí mismo (al alma propia), le ha importado el valor del alma-cuerpo de los otros, especialmente de los pobres y expulsados de Galilea, donde ha iniciado su camino de Reino. Más que el valor infinito del alma en general (en sentido gnóstico o existencialista, moralista o burgués), le ha interesado la justicia que se expresa en el servicio a los demás, para que ellos vivan, en paz interior, con paz externa. Jesús no ha sido un gnóstico (dedicado al encuentro y cultivo de la presencia de Dios en el fondo de su alma), ni un idealista neokantino (de tipo moralista), como Harnack, atento al valor ideal del alma (en línea de moralidad burguesa) y dedicado al cultivo de sí mismo, mientras la masa de los pobres e ignorantes quedaba abandonada. Él ha sido más bien un hombre “para los demás”, alguien que ha sabido vivir y ha vivido dedicando su vida a la vida de los otros .
  • 3. Esos otros-personas son, ante todo, los pobres y excluidos, es decir, aquellos que han perdido casa y propiedad, los marginados y hambrientos del entorno conflictivo de Galilea; los otros son aquellos a quienes ha de amarse, haciendo así que sean, en conocimiento creador. Desde ese principio, Jesús ha superado la visión de un sistema religioso donde se supone que cada uno ocupa el lugar que le corresponde dentro del conjunto, de manera que los pobres deben mantenerse pasivos en su pobreza y los ricos sin preocupaciones en su riqueza. A Jesús le han importado todos, a quienes ha querido ofrecer la Vida de Dios, empezando por los más pobres. El Dios de Jesús no es el sistema sagrado, a cuyo servicio vendría a ponerse el Mesías, sino aquel que avala el valor infinito de los pobres y excluidos de la sociedad, haciendo posible no sólo que ellos cambien, sino que puedan cambiar (enriquecer, curar) a los demás. De esa manera, Jesús viene a mostrarse como portador de la esperanza de David, un judío mesiánico, que busca la trasformación de la sociedad, desde los pobres (y básicamente por medio de los pobres), no un defensor del orden legal establecido, que suele estar casi siempre al servicio del sistema.
  • (Idem, pp. 211-212)

3. Jesús, un hombre responsable. Al hombre se le puede pedir mucho

    El Papa ha elaborado una preciosa moral o esquema de conducta que brota del conocimiento que Jesús tiene de sí mismo. Yo he puesto de relieve una moral evangélica que brota de la presencia del Padre y de las necesidades de los otros, es decir, de los necesitados. Jesús no tiene una moral segura, de normas fijadas de antemano, donde las cosas están ya fijadas para siempre, sino una moral de amor va inventando cada vez lo que tiene que hacer. Esa moral le lleva precisamente a Jerusalén, para anunciar de manera provocativa la llegada del Reino de Dios.

En el principio del mensaje de Jesús hay una experiencia de gracia, que podría formularse diciendo “Dios te ama” (¡Eres mi Hijo!: Mc 1, 11); pero ella se expande en forma de responsabilidad hacia los otros. El mismo amor del Padre y el descubrimiento del valor infinito de los otros (de los pobres) suscita la responsabilidad personal, es decir, la exigencia de amar y crear a los otros. En este contexto se pueden formular algunas de las “paradojas” de su evangelio:

  • 1. Rigor moral y gratuidad. En un sentido, Jesús ha sido un “rigorista”, como han puesto de relieve las antítesis del Sermón de la Montaña (Mt 5, 21-46), donde pide a los oyentes (casi siempre pobres) que superen la pura “ley” (no matar, no adulterar, no robar….), para así llegar a la exigencia radical del amor gratuito (poner la otra mejilla, no exigir las deudas, amar al enemigo, mantener la fidelidad en el matrimonio; cf. Lc 6, 20-38; Mc 10, 12). Pero, al mismo tiempo, Jesús no sólo acoge a los pecadores y expulsados, a los moralmente “manchados”, sino que proclama que “los publicanos y las prostitutas os precederán en el Reino de Dios” (Mt 21, 31). Eso significa que es riguroso, pero no inflexible. En un sentido, él aparece como portador de un mensaje de gratuidad total y de esa forma ha podido llegar a los pobres y expulsados del sistema, sin pedirles primero conversión; no es un moralista, no es un hombre de “ley”, sino de gracia, porque sólo de un modo gratuito se puede proclamar y pedir el perdón a los marginados de Galilea. Pero, al mismo tiempo, la misma gratuidad que él ha ofrecido puede convertirse y se convierte en principio de una “justicia más alta”, de una exigencia de amor, al servicio de todos, empezando por los pobres.
  • 2. Moral en camino: sólo se conoce amando. Jesús no establece unas “normas objetivas”, fijadas de antemano, estableciendo así una especie de moral “natural” con valor eterno (como expresión de una conducta propia de la esencia humana). En contra de eso, él instaura e inicia un “movimiento de Reino”, partiendo de los pobres y excluidos de la sociedad. En ese sentido, no empieza fijando unos “principios generales”, que tendrían el mismo valor para todos (como la Declaración Universal de los Derechos Humanos: ONU 1948), sino que proclama y defiende, con su vida y compromiso activo, los derechos de los hambrientos, marginados y expulsados del sistema social y religioso dominante en Galilea. La moral de Jesús es siempre concreta y por eso puede pedir cosas distintas, según las situaciones, como muestran sus grandes parábolas: hijo pródigo (Lc 15, 11-32), buen samaritano (Lc 10, 30-37) etc. Lógicamente, cuando el rico de Mc 10, 17-22 le pregunta cómo alcanzar la vida eterna, afirmando que ha cumplido ya los mandamientos, Jesús le responde que lo deje todo y que le siga. Sólo en este nivel de seguimiento se descubren y despliegan los “valores” mesiánicos que llevan a la reconciliación de unos y otros, como el mismo Jesús lo ha mostrado con su ejemplo. Por eso, su “moral” sólo podrá entenderse plenamente en el contexto total de su vida y su muerte.
  • 3. ¿Una moral escatológica? Esa moral (enseñanza) de Jesús tiene un carácter escatológico, como sabe desde tiempo antiguo la exégesis de los evangelios. Ella no se rige por el talión, que responde a los principios de un buen sistema humano, conforme a la exigencia de una justicia distributiva, que sitúa a cada uno en su lugar (unos arriba, otros abajo), dentro del mismo “todo”. En la línea del mejor “talión” (ojo por ojo…) se había situado el Imperio Romano (que ha inventado el Derecho más perfecto de la historia) y el Templo de Jerusalén (con su sistema religioso de ofrendas y gestos de perdón). Pero romanos y judíos del templo seguían en un nivel de moralidad y religión comercial, regida por la justicia de la ley, no por un amor que va inventando cada vez lo que tiene que hacer. Pues bien, en contra de eso, el movimiento de Jesús se sitúa y nos sitúa ante un espacio y camino de gratuidad concreta, en gesto de creatividad, superando así el nivel de los derechos y deberes (que rige en un plano anterior, de justicia del mundo).

En esa línea decimos que la moral de Jesús es “escatológica”, propia de tiempos en que los hombres no quieren mantener sin más lo que ya existe, sino crear una humanidad distinta, liberada para el amor, desde la gracia de Dios, compartiendo lo que son, poniendo cada uno lo que tiene al servicio de los otros. [Eso significa que sólo pueden seguir de verdad a Jesús aquellos hombres y mujeres que están dispuestos a comenzar de nuevo su andadura, su camino de vida, desde el mensaje del Reino. Todo lo que hay puede tener un sentido, pero todo ha de ser superado, desde el amor y la gracia de Dios, para que llegue el Reino.] (Idem, pp. 213-215)

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