La inútil y peligrosa Teología
08-Septiembre-2007 Benjamín ForcanoEl actual Congreso de Teología marca el 27º de los celebrados. Es hora de hacer un balance y una reflexión sobre el conjunto.
Los Congresos de Teología se vienen celebrando en Madrid desde hace más de 27 años. Son acontecimientos singulares. Se reúnen unas 1.500 personas por cuatro días, no azuzadas por ningún interés material o de negocio. Estoy seguro de que a muchos, con alergia a todo indicio religioso, les gustaría estar dentro y ver lo que allí se ventila.Estoy hablando de los Congresos de Teología, ya proverbiales en Madrid. Y hablo de Congresos que no debieran extrañar a la ciudadanía de un país que se confiesa abrumadoramente católica, pero católica de ritos puntuales y de escasa o nula formación religiosa, ajena en buena parte a las raíces del Evangelio, en rivalidad histórica con las transformaciones de la historia y en antítesis con los mejores logros de la modernidad. ¿A qué se debe si no ese consorcio tan escandaloso del catolicismo con la derecha?
Son Congresos de Teología con asistencia mayoritaria de laicos. Y en ellos se tratan temas tan importantes como: pobreza, esperanza, paz, iglesia popular, dinero, utopía y profetismo, ecología, derechos humanos, mujer, ética universal, globalización, espiritualidad para un mundo nuevo, etc. Los temas son abordados interdisciplinarmente. Eso explica que por los Congresos hayan pasado más de 600 personalidades entre sociólogos, economistas, políticos, historiadores, filósofos y, por supuesto, teólogos. Han intervenido casi todos los teólogos de la Teología de la liberación de Latinoamérica, (entre ellos el asesinado en El Salvador Ignacio Ellacuría) y otros de África y Asia. Convocados por la Asociación de Teólogos Juan XXIII, estos Congresos los gestionan más de 30 colectivos, los apoyan más de 30 revistas y los edita el Centro Evangelio y Liberación (Éxodo).
Si resulta que la renovación de la Iglesia, antes y a partir del Vaticano II, fue preparada e impulsada por los teólogos, también es verdad que ningún gremio como el de los teólogos ha tenido que sufrir la censura y el desprestigio después del concilio Vaticano II. Por eso resonaron regocijantes las fraternales palabras que el obispo Pedro Casaldáliga (38 años testigo del Evangelio en el Sertao del Brasil, sin haber vuelto nunca a su país) dijo en su ponencia mandada por video para el Congreso XVI de 1996: “Aprovecho la ocasión para quitarme la mitra delante de los buenos teólogos y teólogas que tiene España, incluso para reparar la predisposición, una especie de predisposición casi innata, casi instintiva de ciertos obispos de la jerarquía en general, bastante en general con respecto a los teólogos. Yo os pido, teólogos y teólogas, que sigáis ayudándonos. Con mucha frecuencia los obispos creemos que tenemos la razón, normalmente creemos que la tenemos siempre, lo que pasa es que no siempre tenemos la verdad, sobre todo la verdad teológica, de modo que os pido que no nos dejéis en una especie de dogmática ignorancia . Y hablando de los teólogos de España, creo que es de justicia subrayar que hoy en España hay teólogos y teólogas (las teólogas son más recientes) a la altura de aquel siglo de oro, de las letras, y del pensamiento españoles, y ni Italia, ni Francia, ni Alemania, por citar a los países más vecinos, dejan atrás ni en número ni en calidad la galería de teólogos que tenemos en España, y pido a la Asamblea un aplauso”.
Los Congresos de Teología nacieron en unas circunstancias especiales: estábamos en una España que estaba pasando de un nacionalcatolicismo a un catolicismo menos ambiental, más democrático y pluralista; estaba declinando en la vida social el monopolio de la religión católica y avanzaba el proceso de secularización con las consecuencias de una mayor autonomía de lo creado, de lo social y de lo político, de lo personal y una mayor racionalización de los procesos públicos, relativizándose progresivamente la importancia de la religión y ética cristianas. El clima dominante hacía que, según el Informe Foessa de 1994 “La persona actual se encuentre inmersa en un mundo no en contra, sino desarrollándose sin contar con Dios y si n contar con el eje que el espíritu del cristianismo significó para Europa. Por ello, las relaciones religión-sociedad se plantean cualitativamente diferentes a los que ocurrió en el pasado en otras épocas” (Pg. 704).
La antítesis entre razón y fe es uno de los contenciosos históricos más graves, que ha dado lugar a posturas apologéticas y dogmatizantes por una y otra parte. Hoy, el peligro es seguramente la superficialidad y el desentendimiento de la Religión como si de algo irrelevante se tratara. En este sentido, encuentro plenamente acertada la opinión de que hasta para dejar de creer en Dios es necesaria la teología: “La superficialidad religiosa de nuestro país radica en que creyó sin teología y sin teología está dejando de creer. Por eso, su fe de ayer rayó en la superstición y su ateísmo actual roza peligrosamente la banalidad” (Manuel Fraijó).
Había que acabar con la tesis, habitual en el mundo moderno, de que la fe, sinónimo de opio, imposibilita la igualdad, la justicia y la revolución social.
Ya en los primeros Congresos, la “restauración posconciliar” estaba en marcha y se veían amenazados los aires renovadores del Vaticano II. Los teólogos de la Juan XXIII decidieron enmarcar su reflexión teológica desde la opción fundamental por los pobres, en diálogo interdisciplinar con la modernidad, dentro de la cultura de nuestro tiempo, con apertura al Tercer Mundo ( en especial a América Latina) y en condiciones de libertad.
El tiempo no tardó en demostrar que este foro teológico no era del agrado ni de Roma ni de la jerarquía eclesiástica española. Se pretendía controlarlos sometiéndolos de hecho a la censura. Fue, el entonces cardenal de Madrid, Ángel Suquía quien denegó el local diocesano “Cátedra Pablo VI” para los Congresos. Se hizo pública incluso la noticia de que “los días del Congreso estaban contados y que había consigna de Roma de acabar con ellos”. No faltó, en este acoso a los Congresos, la colaboración de ciertos medios, que los calificaron de marxistas, contemporizadores de ideologías anticristianas, instrumento para degradar la fe rebajándola a mero compromiso temporal y político.
Afortunadamente el Vaticano II había asumido los resultados de una nueva Exégesis y una nueva Teología que contribuían a recuperar la desfigurada originalidad del cristianismo. El concilio Vaticano II fue el espaldarazo oficial a esta cita de consecuencias imprevisibles, que generaría un nuevo talante y una nueva manera de ser cristiano.
En esta perspectiva, la Asociación de Teólogos entendía que a la teología le aguardaban tareas ingentes de cambio y “aggiornamento”.
A mí me cuesta creer que un científico no pueda asombrarse de sí mismo, de la enigmática maravilla de su existencia, obviamente inexplicable desde sí y por sí y sin apenas razones para poner en ella la razón de su propio comienzo y fundamento. “Si, como ha escrito alguien, el cielo ha quedado vacío de ángeles para abrirse a la intervención del astrónomo y eventualmente cosmonauta”, el cielo de la persona humana no va a ser explorado por cosmonautas de la tecnología, sino por duendes ingénitos del espíritu. El éxtasis mismo de la existencia es umbral y condición para el surgir y creación de la teología.
Benjamín Forcano
Sacerdote y teólogo
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