Lugar de Encuentro de lo sagrado y lo profano

Memorias de un monseñor en el Santo Oficio

23-Septiembre-2007    Celso Alcaina
    Agradecemos a Celso nos haya confiado para nuestra información este capítulo de las “Memorias” que está redactando, que él mismo introduce. Son hechos de trascendencia que cuenta de primera mano. Esperamos que los comentarios que se hagan sean para proponer opiniones sobre este o parecidos hechos, sin salirse del tema o derivar en diálogo cruzado entre los participantes.

—————————

    Fueron 8 años colaborando con la “Inquisición”, lo que me llevó a un estado casi esquizofrénico. El trigo era invisible entre tanta cizaña. No tuve fe, o aguante, o ambición, para continuar. Sigo creyendo en el Jesús de los Evangelios, el bueno, el pobre, el justo, el humilde, el revolucionario. Pienso que son muchos los que saben distinguir el grano de la hierba mala. No quiero que todo el contenido de mis “Memorias” pase a ser póstumo. Y estimo que el secreto profesional no debe ser tapadera de fechorías.

2.- El affaire Méndez Arceo, obispo de Cuernavaca

Sergio Méndez Arceo, en 1952, cuando tenía 45 años, fue consagrado obispo y designado por Roma para la diócesis de Cuernavaca. Desde siempre, había mostrado ideas progresistas dentro del Episcopado mexicano. Muchos de sus pronósticos fueron convalidados por el Concilio Vaticano II. La oposición reaccionaria dentro del clero y episcopado mexicanos produjo varias denuncias llegadas a Roma en 1954 y en 1955 y que fueron archivadas cuando se constató que eran simples calumnias: un sacerdote descontento le acusaba de vulnerar el secreto profesional, de tener dos hijos secretos y de mantener relaciones amorosas con un señorita de apellido Leñero.

Durante el Vaticano II, Méndez Arceo se hizo asesorar por los dos más destacados eclesiásticos de Cuernavaca (y acaso de México): P. Lemercier y Mons. Ivan Illich. Esto le acarreó nuevos disgustos y nuevas acusaciones. El cardenal Garibi Rivera, arzobispo de Guadalajara, estaba muy por debajo de la capacidad y de los ideales reformistas de Méndez Arceo. El cardenal utilizó el enorme prestigio que le daba el ser único purpurado mexicano para denunciar al obispo de Cuernavaca ante las autoridades del Vaticano, ante el resto de los obispos y ante autoridades civiles, incluido el Presidente de la República. Pero también otros obispos mexicanos arremetieron contra su compañero de Cuernavaca. El trasfondo era más político que religioso.

He aquí algunos de los cargos que se hicieron a Mons. Méndez Arceo:

    - Tenía amistad con personas ateas y comunistas: Erich From, David Sequeiros, Alberto Escurdia;

    - Protegía a Lemercier y a Mons. Illich;

    - Hurgando en los oxidados archivos del Santo Oficio, se le echaba en cara la supuesta relación con la Srta. Leñero, así como el bulo de los dos hijos secretos;

    - Había dicho en público que: a) la Iglesia ya no era la única depositaria de la verdad; b) la autoridad de la iglesia residía en los Obispos y no sólo en el Papa; c) la Eucaristía era una más de las presencias de Cristo; d) la confesión sacramental era algo inventado y no necesaria; e) los matrimonios mixtos eran deseables; f) no había motivo para condenar la Masonería, el Comunismo ni el psicoanálisis; g) los actuales internados eran dañinos para los seminaristas; h) se debían retirar muchas imágenes de las iglesias; i) las disposiciones curiales en el caso Lemercier eran criticables.

Mons. Méndez Arceo fue llamado a Roma, habló con el Secretario del Santo Oficio Mons Parente, escribió una carta aclarando algunos puntos y pidiendo excusa. Estudiado el caso en agosto de 1967, la Sagrada Congregación decidió lo siguiente: “Invítese al Obispo a presentar su dimisión. Si no lo hace espontáneamente, se le abrirá un proceso formal”. El Papa Pablo VI tenía que dar su aprobación, pero esta vez no tragó. La Nota personal de Montini decía: “La decisión es justa: o dimisión o proceso, pero intimársela sin dar a Méndez la posibilidad de un coloquio no sería conforme con las normas de la ‘Integrae servandae’ y a la praxis introducida por el Concilio. Por tanto, conviene comunicar a Méndez los cargos y oír las eventuales justificaciones. Luego se verá”.

Llamado de nuevo a Roma, Mons. Méndez, en septiembre de 1967, se entrevistó con el Cardenal Ottaviani. Es claro que el Cardenal quedó decepcionado y, consecuentemente, llevó el asunto al pleno de Cardenales, 9 en total. El 4 de octubre, decidieron intimar a Mons. Méndez un “Mónitum” que le fue entregado por el Delegado Apostólico en México el día 13 de noviembre de 1967.

Según el Delegado Apostólico, Mons. Méndez rechazó el contenido del “Mónitum”. Por eso, el asunto fue nuevamente estudiado y votado en dos sucesivas reuniones de Cardenales, el 13 de diciembre 1967 y el 14 de febrero de 1968, con resultado de destituirlo de su diócesis de Cuernavaca. Pero nuevamente el Papa paralizó la decisión. La Secretaría de Estado lo comunicaba: “El Santo Padre recibirá personalmente a Mons. Méndez cuando próximamente venga a Roma y le mostrará los cargos preparados por la Sagrada Congregación. Si fuere necesario, se nombrará una Comisión especial que podría llegar a la deposición”.

Los Cardenales se asustaron al ver que el caso se les escapaba y convencieron al Papa para que no fuese él quien recibiera a Mons. Méndez. Sería un instructor, S. E. Mons. Palazzini. En las dos citadas reuniones de Cardenales emitieron su voto los nueve Cardenales asistentes. Sorprendentemente, el jesuita Cardenal Bea era siempre el más duro.

Llamado a Roma, el 6 de agosto de 1968 se presentó Mons. Méndez en el Palacio del Santo Oficio donde le recibió cordialmente el Cardenal Seper (reciente Prefecto del Santo Oficio) quien le dejó con Mons. Palazzini. A Mons. Méndez no se le dijo que se trataba de un verdadero proceso, pero sí lo era y así sería considerado a todos los efectos. Le mostraron un largísimo interrogatorio con 46 cargos que además de inquisitorio, capcioso e improcedente, era humillante para cualquier hombre y más para un obispo. Muchas de las preguntas comenzaban por un “parece que” o constituían juicio de intenciones sobre denuncias a veces anónimas. Mons. Méndez pidió tiempo, al menos hasta las 16,30 de aquel día. Sin embargo tuvo una larga conversación con Mons. Palazzini sobre algunos puntos del interrogatorio. Según el informe que este último envió a la Secretaría de Estado, Mons. Méndez tenía tres ideas fijas: la caridad que todo lo cubre, la conciencia subjetiva que justifica los comportamientos, y la relatividad de toda afirmación. A las 16,45 llamó al Santo Oficio para advertir que se retrasaría unos minutos. Dado que no llegaba, a las 17,30 mi compañero o jefe Luigi De Magistris (quien orquestaba todo este caso con mi ayuda reticente y repugnante) llamó al Colegio Pío Latino Americano, donde se albergaba Mons. Méndez, y le pasó con Mons. Palazzini. Fue entonces cuando Mons. Méndez manifestó que no estaba dispuesto a someterse a un proceso sobre dos pies.

Al día siguiente, el obispo de Cuernavaca hizo llegar al Cardenal Prefecto una cartita diciendo simplemente que pretendía hablar directamente con el Papa, quien le recibió ese mismo día. El Papa hizo redactar una Nota que fue entregada al Cardenal Seper. Según la Nota, el Papa le recomendó más prudencia, pero la audiencia resultó ser muy suave. Mons. Méndez ha podido ser escuchado sin prejuicios. A las quejas de opacidad de la Curia, Pablo VI le prometió que “dirò a lei tutto quello che mi venga detto contro di lei” (le diré cualquier acusación contra Usted). Dado que el Papa insistió para que se entrevistase con Mons. Palazzini, Méndez prometió hacerlo pero pidió que no se le tratase como reo, y mucho menos como inmoral. El Papa concluye: “parece sincero”.

Al día siguiente, 8 agosto 1968 en Castel Gandolfo, el Papa, al recibir al Cardenal Seper, dijo expresamente: “El asunto de Méndez Arceo no puede terminar con la deposición porque a) muchos de los cargos son irrelevantes, b) aquellos cargos más significativos no tienen entidad como para proponerle la dimisión. Se deberá amonestarlo y exhortarlo. Mons. Méndez pidió confianza al Santo Padre”.

Como prometido al Papa, el inmediato día 9 de agosto 1968, Mons. Méndez Arceo acudió nuevamente al Palacio del Santo Oficio para verse con Mons. Palazzini y contestar al interrogatorio. Pidió contestarlo por escrito. Se le facilitó una máquina de escribir y dedicó tres horas y media de aquella mañana. A las 13 horas, llamó a Mons. Palazzini y le entregó un sobre cerrado dirigido al Papa. Mons. Palazzini intentó sonsacarle alguna respuesta, pero sólo logró de él alguna pregunta. Mons. Méndez quería saber de donde había salido la calumnia sobre la tal Srta. Leñero y quien - fuera del Delegado Apostólico - había manifestado la impresión negativa del Presidente de la República sobre su persona. Mons. Palazzini no pudo o no quiso responder. Esa tarde Mons. Palazzini entregó en mano la carta al Papa.

El 21 de agosto, el Cardenal Amleto Cicognani, entonces Secretario de Estado, envió al Cardenal Seper copia de la carta que Mons. Méndez Arceo había hecho llegar al Papa. Tengo ante mí dicha copia. La carta, en italiano bastante potable, dice en resumen:

- Leído el interrogatorio facilitado por Mons. Palazzini, constato que su contenido es ofensivo e improcedente, hasta el punto de echarme en cara calumnias de un clérigo descontento que ya habían sido archivadas en 1954;

-Profeso mi fidelidad a la Iglesia, al Concilio y al Papa, y si mis palabras han ocasionado escándalo, ello se debe a las limitaciones en la precisión del lenguaje;

- Lo que yo propongo como cambio se refiere a la acción transformadora del Espíritu dentro de la misma Iglesia, consciente como soy de la angustia de nuestras limitaciones y del deseo de llegar a la plenitud de la verdad;

- Tengo fe en la parte que a la Virgen María ha correspondido en la historia de la salvación y no tengo objeción a la proclamación pontificia de “Madre de la Iglesia”;

- Sobre la acción litúrgica, me considero conservador: tiendo a aprovechar lo que ya tenemos para lograr la celebración auténtica; las numerosas preguntas sobre este tema son vagas y proceden de personas reaccionarias al cambio;

- La comunión sin confesión en determinadas ocasiones es algo ya superado e intentaré dar adecuadas instrucciones a mi clero según las normas de Roma;

- Reconozco que he omitido la relación epistolar con la Curia romana y a ello se deben las incomprensiones; me enmendaré;

- Sobre Lemercier, lo siento, pero el hecho de haber sido comprensivo o intentar no perderlo para la Iglesia no significa que esté de acuerdo con él;

- Sobre Mons. Illich haré cuanto pueda, pero poco podré hacer ante él si se me considera sospechoso en Roma.

La carta con la que el Card. Cicognani acompañaba la de Mons. Méndez Arceo decía:

“Cumplo el deber de comunicarle que el Santo Padre no estima oportuno adoptar particulares medidas contra el dicho Obispo ya que, de su escrito no emergen motivos que pudieran justificarse. Bastará hacer uso de recomendaciones y amonestaciones si fuere menester. El Santo Padre tiene interés en seguir informado puntualmente de este caso”.

En fecha 16 de septiembre de 1968, en la semanal audiencia papal al Cardenal Seper, Pablo VI habló espontáneamente sobre Méndez Arceo en los siguientes términos: “no se puede condenar ni pedirle la dimisión; amonestación, exhortación, darle ánimo”

Ya he dicho que fue para mí un sufrimiento el trabajar directa e intensamente en los tres casos de Cuernavaca. Para colmo, en esos precisos asuntos tuve que someterme a los dictados del Capo Ufficio adjunto Mons. Luiggi de Magistris, de quien aporté una breve ficha más arriba. Ya he escrito que el Cardenal Ottaviani no se fiaba suficientemente del Capo Ufficio Jozef Tomko, a quien, en 1967, encomendó sólo la “promozione della Fede”, mientras que a De Magistris le dio el encargo de la “difesa della Fede”. Es decir, quería mano dura por parte de Roma. De Magistris era la persona adecuada por ser un reaccionario, contrario a todo cambio conciliar, a toda descentralización y abanderado del poder central de Roma. De Magistris fue quien redactó los interrogatorios para los tres encausados de Cuernavaca, quien insistía diligentísimamente en llevar los casos de Cuernavaca a los Cardenales con informes y dossiers que aparentasen peligro para la fe y las costumbres. Los Cardenales estudiaban y votaban sobre lo que nosotros, los funcionarios, les preparábamos. Yo pretendía hacer de filtro de las acusaciones (particularmente procedentes de la Nunciatura o Delegación Apostólica en Mexico) llegadas al Santo Oficio, trataba de no magnificarlas. De Magistris corregía los escritos, incluso con insultos y humillaciones, llamándome inútil por el hecho de pretender ser comprensivo. Al final, me marginó durante un año completo sin darme cometido alguno, haciéndome sentir realmente inútil en la Curia, lo que me ocasionó una profunda crisis depresiva con resultado físico de adelgazamiento de 20 kgs., tratamiento médico y la necesidad de tomar unas vacaciones extraordinarias. Dado que yo tenía un trato muy fluido con el Cardenal Seper, más de una vez hablé con él de mi actual situación. El Cardenal estaba conmigo, pero también él se consideraba atrapado en una telaraña difícil de romper. Es más, Seper estaba convencido - me lo dijo expresamente - de lo absurdo o de lo innecesario de los dos procesos (Méndez Arceo y Mons. Illich) Hasta que, finalmente, en 1969, De Magistris fue trasladado, degradándolo, al Consejo para los Asuntos Públicos de la Iglesia, a petición del Cardenal Seper y de acuerdo con el Cardenal Villot, reciente Secretario de Estado y Prefecto del mismo Consejo quien lo tuvo muy controlado hasta la muerte del mismo Villot. En los años 80, De Magistris pasaría a la Penitenciaría Apostólica como Regente. Hoy es Arzobispo Pro-Penitenciario Mayor.

Quiero revelar aquí que Mons. Méndez Arceo me visitó en mi domicilio, sin poder ahora precisar la fecha exacta. Yo era el único curial de lengua española en el Santo Oficio y alguien le había dicho que era el más receptivo. Estuvimos hablando más de una hora. Le pedí perdón por toda la porquería que le habían echado delante. Pocas veces me encontré con persona tan educada, tan buena, tan fiel a su cometido. Inteligente como pocos, con una fe envidiable (o incomprensible!), se lamentaba menos de su desgracia en Roma que de la de Lemercier y Mons. Illich. Decía que él no había sido capaz de defenderlos en Roma por el hecho de que, con sus imprudencias, había perdido la confianza de Roma. Apenado, repetía: “no he estado a la altura, querido Monseñor”.

El caso del Obispo de Cuernavaca, uno de los mejores jerarcas que haya tenido la Iglesia, terminó ahí. Al menos por esta vez, el Papa había estado vigilante y evitó que la Curia llegase a mayores. Aún después de la clara decisión papal, mi jefe De Magistris intentó reabrir el asunto con una “relazione” en octubre de 1968 con el pretexto de haber recibido nuevos “rapporti” de la Delegación Apostólica en Mexico. La “relazione” fe estudiada, pero los Cardenales no se atrevieron (aunque seguro que lo deseaban) a contradecir la mente de Pablo VI. Mons. Méndez siguió en su diócesis de Cuernavaca hasta su jubilación en 1982.

Haz hoy mismo tu APORTACIÓN (Pinchar aquí)

Escriba su comentario

Identificarse preferentemente con nombre y apellido(s). Se acepta un nick pero con dirección de e-mail válida.

Emplear un lenguaje correcto, respetar a los demás, centrarse en el tema y, en todo caso, aceptar las decisiones del moderador