Lugar de Encuentro de lo sagrado y lo profano

Petrus Secundus pasó por Venecia

05-Octubre-2007    Braulio Hernández
    Sobre las extrañas circunstancias de la muerte de Juan Pablo I ya habíamos publicado anteriormente otros artículos que se citan al final. Braulio participa en la Comunidad de Ayala con Jesús López Sanz que es el mayor especialista del tema en España. Con su peculiar hermenéutica de señales y coincidencias Braulio intenta valientemente profundizar en la verdad. Este artículo y estos trágicos hechos invitan a reflexionar muy seriamente sobre la fragilidad con que contruye la historia de la Iglesia.

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    Sed pastores del rebaño de Dios… no por sórdida ganancia, sino con generosidad; no como déspotas sobre la heredad de Dios, sino convirtiéndoos en modelos del rebaño (1 P 5,1-4)

Este verano, en la sugerente Parábola del jardinero vaticano (Cristo lloró en los jardines del Vaticano), el teólogo Leonardo Boff nos contaba la visión del líder comunitario de una comunidad de base de la iglesia pobre y liberadora del Norte amazónico. “No era ninguno de los papas conocidos”, aclaraba. A mi me trajo a la memoria otra parábola, “Petrus Secundus”, el artículo de ficción (escrito dos semanas antes de morir Juan Pablo I) por el periodista Mino Pecorelli, cuyas revelaciones, en artículos crípticos, adelantaban sucesos de alto voltaje (como, por ejemplo, el del asesinato de Aldo Moro…). En Petrus Secundus Pecorelli nos “anunciaba” la muerte prematura y trágica de un papa laico y periodista (el arzobispo Luciani, famoso articulista, dijo en una entrevista que “si no hubiera sido obispo, hubiera querido ser periodista”). Pecorelli, que moriría asesinado seis meses después, por hablar, aludía, de modo velado, a las resistencias vaticanas que se encontraría el papa Luciani en sus programas de cambios para aplicar el Concilio.

Juan Pablo I, de cuya enigmática muerte se han cumplido 29 años el pasado 29 de septiembre, era algo más que el simpático papa de la sonrisa. En su hoja de servicios no figurará que preparaba una profunda reforma del Vaticano, que “amenazaba el poder temporal de la Iglesia”; o que era un papa que “estaba en el camino de la profecía”. Su figura irradia un halo de misterio. Demasiadas casualidades. Muchos detalles proféticos. Su pontificado, uno de los más breves de la historia, dio paso al papado más atlético y el tercero más longevo de los habidos. Misteriosamente el papa Luciani sólo estuvo 33 días en la barca de Pedro: uno por cada año de vida del profeta Jesús. Fue tan breve que algunos lo ignoran; otros pasan de largo, como de puntillas. Aunque hay un cura abulense, un Eliseo, de Aldeaseca de Arévalo, cerca de Fontiveros donde nació el místico y rebelde San Juan de la Cruz, cuyos libros, Se pedirá cuenta, El día de la cuenta, LA EXTRAÑA MUERTE DE JUAN PABLO I, En el momento oportuno ,… (en Internet Comunidad de Ayala) mantienen viva la memoria de este enigmático papa.

“Los cónclaves han tenido una historia tormentosa. Algunos duraron sólo unas horas; otros, años enteros. Unos fueron rociados por la fuerza del Espíritu; otros por el poder del dinero”, recuerda el vaticanista G. C. Zizola. Sin duda, la elección del papa Luciani (muy rápida, en 6/8 horas; casi por unanimidad) produjo muy buenas vibraciones: “Hemos sido testigos de un auténtico milagro moral” (E. Pironio, de Argentina); “Era el candidato de Dios” (B. Hume, de Londres); “La elección la ha provocado literalmente el espíritu Santo” (L. Suenens, de Bruselas); “Es una pena que no podamos contar lo que hemos vivido… mucho más hermoso de lo que os podéis imaginar” (E. Tarancón, de España)… Su lema, “humilitas”, eran sus mejores credenciales. Hijo de un albañil inmigrante y socialista, cuando vuelve a su parroquia, tras ser elegido obispo por Juan XXIII, así se presenta su gente: “Conmigo el Señor emplea su viejo sistema: toma a los pequeños del barro de la calle y los levanta”.

En los días que sucedieron a su extraña muerte, hasta el día de su entierro, “bajo un sol abrasador y una lluvia a cántaros” interminables filas de personas desfilaron para darle su último adiós. Un aguacero impresionante cayó sobre Roma durante su funeral. ¿Desde cuándo no se recuerda en Roma una cosa así? Un año después, en el primer aniversario de su elección, en la plaza de su pueblo, Canale D’Agordo, con presencia del papa Wojtyla, volvió a jarrear: “Estoy conmovido… son las lágrimas de la montaña” dijo su sucesor. El 3 de septiembre, día de su coronación, a las 6 de la tarde con un sol radiante en la plaza de San Pedro “se dice, y los periódicos lo recogieron, que el sol jugando entre las nubes y el azul habría hecho aparecer una franja de arco iris, visto por muchos, sobre la multitud”.

La proverbial sencillez y humildad de Juan Pablo I, contrastaban con la exhuberancia o el protagonismo de su sucesor, (el Magno). Luciani no quería ser papa. Wojtyla se estaba preparando. Según Wesoly, amigo de Wojtyla, éste fue bien aconsejado para que se diera a conocer, visitando las sedes cardenalicias, sobre todo las Norteamericanas donde estuvo en 1969, repitiendo en 1976. “Un papa preconizado en Estados Unidos”. El mes de febrero de 1973 lo pasó en Australia, Nueva Zelanda y Papúa Guinea; etc. Aunque él hablaba del “carácter religioso de sus viajes”. Cuenta el periodista y vaticanista Juan Arias que el papa Wojtyla llegó a decir que lo más importante de sus viajes eran “los encuentros con los grandes de la tierra” para así aumentar el prestigio de la Iglesia.

El gran líder Wojtyla (“el más político de los políticos” dice D. Yallop), tuvo su “jefe de campaña electoral”: su amigo el obispo Deskur; él fue su consejero vaticano desde el Concilio, donde fue secretario de prensa. Presidente del Consejo Pontificio para las Comunicaciones Sociales, Deskur era un gran conocedor del laberinto de la Curia, (además de admirador del Opus, sentía veneración por su fundador); él era “la persona idónea para ponerle al tanto de la situación”. Tras el entierro de Juan Pablo I, el 4 de octubre, Wojtyla se reunió con él en su casa. Y, curiosamente, su primera salida como papa fue al policlínico Gemelli (el 17/10/78) para visitar a Deskur, convaleciente de un “infarto masivo” sufrido en medio de los azarosos preparativos del cónclave. “Él me enseñó a ser papa” dijo el papa Wojtyla (ver Campaña electoral, Cap. 16 de El día de la cuenta. Juan Pablo II a examen).

El papa Luciani confiesa sufrir en su estreno papal lo mismo que escribió Juan XXIII en su libro más famoso, Diario del alma, cuando Roncalli era visitador apostólico en Bulgaria: “Soy obispo desde hace 20 meses. Como fácilmente se podía prever, mi ministerio debería arrancarme muchas penas. Pero, cosa singular, éstas no me vienen de los búlgaros, sino de los órganos centrales de Roma”. “Yo también podría escribir en estos días las mismas palabras, pero no tengo diario”, dice Juan Pablo I. El cardenal Felici, al felicitarle tras el Cónclave, le regala un librito: se titulaba El vía crucis del papa.

El programa de cambios del papa Luciani para aplicar el Concilio, sus pensamientos e intenciones, nos han llegado a través de La persona de Roma (ver Cap. 3, El día de la cuenta) quién se los confió a Camilo Basotto, el periodista veneciano amigo fiel de Luciani, al enterarse que estaba preparando un libro (Juan Pablo I. Venecia en el corazón). “Las notas que le adjunto son para usted. Había pensado guardarlas; también publicarlas, pero el cargo que ocupo no me lo permite … Por qué quiso hacerme partícipe de algunos pensamientos que había expresado al cardenal Villot no lo se … Creo que se debe hacer justicia y dar testimonio de Juan Pablo I … Me dijo otras cosas que guardaré para mí …”. Basotto, respetando el anonimato de esta fuente, los recoge al final de su libro. Llama la atención que la declaración, firmada a mano, lleva fecha de 14 de mayo de 1989, fiesta de Pentecostés.

Basotto constató cómo la figura de Juan Pablo I había sido “profunda y maliciosamente distorsionada”. Interesadamente, en ciertos ambientes de poder de la Curia, hubo quienes difundieron que Juan Pablo I murió abrumado por la responsabilidad, que se dejó morir por no sentirse capacitado para ser Papa. Tras años de silencio, Germano Pattaro, el consejero teológico que el Papa Luciani se llevó a Roma, confesaba a Basotto que el papa Luciani “estaba en el camino de la profecía”. El cardenal Villot dijo (a gente de su confianza) que Luciani no se dejaba intimidar por nadie. En apariencia parecía sumiso. En sus intenciones tenía la firmeza de la roca de sus montañas.

Entre los propósitos de Juan Pablo I estaba afrontar la situación de la mujer: “La tercera, carta será sobre La Mujer en la sociedad civil y en la vida eclesial. Demasiado desprecio, demasiados prejuicios y marginaciones se han acumulado en los siglos… Nadie podrá nunca medir el dolor, la humillación y la ofensa hecha a la mujer por arte del hombre durante milenios…”. Juan Pablo I sabía que hay monseñores y otros que criticaban mis discursos en las audiencias generales y los modos de ser y ejercer de papa… “Me he enterado de que los ‘tutores’ de la ortodoxia del Papa han puesto el grito en el cielo cuando manifesté el concepto de Dios, además de ser Padre es también Madre, según las palabras del profeta Isaías. Alguien incluso exclamó: ‘El papa blasfema”.

También se desprende que Juan Pablo I no hubiera hecho una cruzada, aliándose con Reagan, para liquidar la Teología de la Liberación. A punto de celebrarse la Conferencia de Puebla (México), prevista para el 12 al 28 de octubre, él solicitó se pospusiera, hasta febrero o marzo: “Deseo estar presente… He estado allí…Aquellas comunidades tienen muchas cosas que enseñarnos a los europeos: viven un cristianismo de frontera pero dentro de la fe… Quisiera ver cuanto antes al presidente del CELAM, el cardenal Aloisio Lorscheider, a quien conozco desde hace años y al cual di mi voto en el Cónclave … (…) Mi primera carta será sobre La unidad de la Iglesia … La segunda podría ser sobre La Colegialidad de los Obispos con el Papa. Quiero potenciarla y extenderla efectivamente a todos…” Sobre el Cónclave, el papa Luciani confiesa “compartir las sugerencias de algunos cardenales para que participen, con voto, los obispos presidentes de las Conferencias Episcopales Nacionales de todo el mundo (…) Escribiré sobre los pobres … No habrá paz hasta que se haga justicia a los pueblos desheredados…” etc. etc.

Pero lo más urgente en su difícil misión estaba terminar con los escándalos de los negocios vaticanos. “En cuestiones de dinero la Iglesia debe ser transparente, debe obrar a la luz del sol. Va en ello su credibilidad. Se lo digo también a usted (a Villot), la Iglesia no debe tener poder, ni debe poseer riquezas. El Presidente del IOR (en alusión al obispo Marcinkus), debe ser sustituido. Un obispo no puede presidir y gobernar un banco. Hemos perdido el sentido de la pobreza evangélica…”.

“Usted, Eminencia, ha sido un profeta pero mi pontificado será breve” le dijo a su vecino de celda, el cardenal Jaime Sin de Manila. Casualmente, el día antes de morir, recibió por la mañana a un grupo de obispos filipinos, entre ellos el cardenal Sin. Fue el momento más grato de su último día de vida. Mino Pecorelli (miembro arrepentido de la P2) era un periodista muy informado, muy incómodo para algunos financieros y políticos (entre ellos Giulio Andreotti); también para ciertos purpurados. Pecorelli publicó, el 12 de septiembre de 1978, en su semanario OP (Osservatore Politico) dos artículos: La Gran Logia Vaticana y la misteriosa parábola sobre Petrus Secundus donde trata de un papa al que le hacen la vida imposible, y que muere asesinado tras un breve e infernal pontificado. “Está loco como Cristo y es tan peligroso’… sentenció el presidente del Consiglio italiano (…) ‘La Iglesia se está hundiendo, y pierde influencia” manifestó furioso un cardenal”.

Como todos los profetas, el papa Luciani tuvo sus detractores. Amós, el profeta de la denuncia social, fue conminado por el sacerdote funcionario de Betel, santuario nacional, a callarse. Amós denunciaba a los que conjugan el lujo con la devoción. “Me siento liberado, lo he dicho todo” le dijo Luciani a su secretario cuando, siendo obispo, le hizo saber al papa de los tejemanejes y escándalos del IOR (Instituto para las Obras de la Religión). Entre los poco entusiastas por la elección de Luciani estaba el “mayordomo de palacio”, cuya prepotencia y ninguneo ya había sufrido Luciani, siendo obispo de Vittorio Véneto, por el tema de los dineros (la venta de la Banca Católica del Véneto, dedicaba a ayudar a los más necesitados con préstamos a bajo interés, al Banco Ambrosiano de Roberto Calvi, sin consultarle a él). El papa Luciani sabía que “Un obispo alto y robusto, siempre de esta casa, ha declarado que la elección del papa ha sido un ‘descuido’ del Espíritu Santo”. Y que “alguno aquí, en la ciudad del Vaticano, ha definido al papa actual como una figura insignificante… Siempre lo supe y nuestro Señor antes que yo. No fui yo quien quiso ser papa. Yo, como Albino Luciani, puedo ser una zapatilla rota, pero como Juan Pablo es Dios quien actúa en mí”.

Aquel gesto de Pablo VI, en Venecia, el 16 de septiembre de 1972, quitándose su estola papal y colocándosela a Luciani sobre los hombros (“Yo no me había puesto nunca tan colorado”, diría en el Ángelus al día siguiente de su elección, en la plaza de San Pedro: “Aquellas palabras, contando cómo se desarrolló su elección, fueron las que más conmovieron al mundo entero”). Luego la profecía de Sor Lucía, el de 11 de julio de 1977, en su encuentro en Coimbra, augurándole al Patriarca de Venecia, que él sería el próximo Papa; pero que su pontificado sería breve (Un hecho que me ha turbado durante un año… no he pensado nunca, y menos deseado, ser Papa). Después, la trágica visión que una mística, Erika, tuvo la noche de la muerte del papa Luciani, visión calificada teológicamente (comprometiendo su prestigio) como “revelación privada” por el prestigioso teólogo Urs Van Balthasar en su último libro “Erika”. “El Santo Padre lo ‘sabe’ y lo cree…” dice Erika. Curiosamente, Juan Pablo II otorga después el capelo cardenalicio a Von Baltasar. (Cap. 7 de El día de la cuenta).Y, sobre todo, como recoge Basotto, que “Luciani había preconizado su muerte, se la había insinuado a G. Pattaro y a su secretario Megee: ‘no estaré aquí mucho, ya hay uno que me sustituirá’. Era el cardenal Karol Wojtyla”. Un candidato que había descubierto el Secretario de Estado, Villot.

Misteriosamente, aquella enigmática lectura de la destitución del mayordomo de palacio, de Isaías (Is 22,19-21), que casualmente se leía como lectura propia del día, aquel 26 de agosto de 1978, coincidiendo con la elección de Luciani, era “completada”, casi 28 años después, el día que los titulares de la prensa difundían al mundo (el 22 de febrero de 2006), la noticia del fallecimiento del arzobispo Marcinkus, conocido en los medios como “El banquero de Dios” (un hombre atlético “muy temido y poco amado incluso más allá del Tíber, el río de Roma”, según su biógrafo). Ese día en todas las iglesias se leía este pasaje de la primera carta de Pedro, el primer papa: Sed pastores del rebaño de Dios… no por sórdida ganancia, sino con generosidad; no como déspotas sobre la heredad de Dios, sino convirtiéndoos en modelos del rebaño (1 P 5,1-4).

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