Lugar de Encuentro de lo sagrado y lo profano

La Revelación

15-Octubre-2007    Gonzalo Haya Prats

El otro día [el 12 de Octubre, en un comentario a Dos fincas y dos llaves] planteé una pregunta; algunos han dado su respuesta, y creo que yo tengo el compromiso de dar la mía.

¿Por dónde comenzamos para examinar los fundamentos de nuestras actitudes? Para no enredarme en la búsqueda de un principio lógico, empezaré por algo que creo nos es común a la mayoría de los contertulios de ATRIO.

El hecho de la revelación es proclamado por las tres religiones del libro. Su interpretación es diferente. Judíos y cristianos tenemos en común la Torá y los Profetas, pero hemos sacado consecuencias muy distintas. Dentro del cristianismo ha habido –y hay– interpretaciones diferentes.

Interpretación literal, alegórica, espiritual… Desde un dictado divino del texto, o un literalismo que ha querido descubrir sentidos cifrados en las mismas letras que compondrían cada palabra del texto original, hasta un libre examen e interpretación individual iluminada por el Espíritu Santo.

Los estudios filológicos, arqueológicos, históricos… han demostrado que los hechos narrados no siempre corresponden a los datos históricos conocidos, y que los textos no siempre fueron escritos por los autores a los que se atribuyen, ni en el tiempo o forma que aparentan. Nuestro concepto de historicidad es muy diferente al de hace unos siglos. No podemos saber qué dijeron exactamente Moisés, Jesús o Mahoma. Yo no puedo creer que Dios le dijera a Josué que matara a los niños de pecho de los enemigos. (1 Sam 15,3).

Esto no es una confesión nihilista. La Ley, para los judíos, el evangelio para los cristianos y el Corán para los musulmanes han orientado la vida espiritual de miles de millones de personas, han estimulado a místicos y mártires. Esto no es nihilismo.

Para mí, como he dicho alguna vez, el Jesús de los evangelios me ha ayudado a descubrir lo mejor de mi conciencia –la imagen y semejanza de Dios–, tanto cuando lo practico como cuando no. En Jesús veo como el original de esa imagen y semejanza de Dios, pero eso no significa que cada gesto o cada frase –que puede ser del evangelista– contenga una revelación concreta. Como se ha dicho varias veces en la tertulia, lo que importa en el mensaje de Jesús es el amor y la solidaridad con los marginados. No sé si esto es demostrable, pero ciertamente es una percepción irrenunciable.

Otras explicaciones, rituales y preceptos son útiles y necesarios en la medida en que actualicen el amor y la solidaridad; son distorsionados en la medida en que lo contradigan. Las parábolas –el Hijo pródigo, el juicio final…– explican lo que debemos entender por amor y solidaridad; los gestos, como la Cena del Señor, deberían ponerlos en práctica.

Se dirá que esto es relativismo, subjetivismo, individualismo. Yo diría que si creemos de verdad en que llevamos impresa la imagen y semejanza de Dios, podemos confiar en ella. No somos nosotros los que interpretamos su palabra; es el mismo Dios que llevamos dentro –inmanencia– quien la interpreta y adecua a cada momento histórico.

¡Que nuestro egoísmo –el pecado original– la distorsiona! Por supuesto; lo mismo que la ha distorsionado en la historia y en la teología de nuestras iglesias. La mejor hermenéutica es ¡Bienaventurados los limpios de corazón porque ellos verán a Dios!

No sólo los Judíos, musulmanes y cristianos estamos de acuerdo en lo esencial; también otras religiones y los ateos de buena voluntad. Diferimos en los nombres, en los conceptos y en los presupuestos antropológicos del pensamiento Muchos de nosotros habremos descubierto en sus escritos algunos aspectos de Dios que no habíamos visto en la Biblia, y ¡yo no renuncio a un conocimiento más pleno de Dios! ¿Por qué atribuimos tanta importancia a unas explicaciones teóricas que traban el amor y la solidaridad?

Para mí el verdadero punto de partida es la conciencia iluminada por la revelación de Dios, que se produce a través del ejemplo y de los escritos de otros hombres que lo sintieron más vivamente y, muy en especial, de Jesús de Nazaret.

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