Lugar de Encuentro de lo sagrado y lo profano

Jesús: unidad (simbólica) de lo humano y lo divino

29-Octubre-2007    Mariano
    Colea todavía el asunto de la beatificaciones. Por más que, como pasó en el viaje del Papa a Valencia el año pasado, al final la prudencia vaticana ha impuesto una bajada de tono que ha dejado desencantados a quienes esperaban más una llamada a la cruzada que a la reconciliación. Volveremos sobre ello. Pero no queremos interrumpir las discusiones teológicas de Atrio, de las que ha salido este artículo

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Si algo –o “Alguien”–, en nuestra experiencia religiosa occidental, expresa con toda la cabalidad posible la idea de símbolo, parece que es el Jesús de los evangelios.
Sobre esto versa la reflexión, breve y provisoria, que se me permite compartir con los lectores de ATRIO.
No está en mi ánimo ofrecer conclusiones definitivas. Antes bien, “pensar en voz alta” entre un grupo de amigos.

EL symbolon

El symbolon consistía una tablilla que se partía entre dos personas, de modo que cada una de las partes, distintas entre sí, era capaz de contener a la otra, aún en su ausencia. Se dice que era costumbre entre posaderos ofrecer un symbolon a sus huéspedes. Pasados los años, herederos de ambos podrían volver a encontrarse en la posada y reconocer en el símbolo un vínculo que los precedía.

La principal característica del symbolon es su capacidad de unir en la diferencia, e incluso, hasta lo conceptualmente contradictorio. El posadero no es el huésped, pero no existe huésped sin posadero, ni posadero sin huésped. Es en el símbolo que ambas realidades (el posadero y el huésped) se unen en una misma y única realidad. El principio de no-contradicción, que tan clara y distintamente expresa la filosofía, se diluye en la realidad del símbolo. No lo destruye por completo, pero lo relativiza desde la experiencia humana que es capaz de vivenciar, en un mismo acto, dos realidades conceptualmente opuestas. Por ejemplo, la inmediatez y la lejanía de Dios.

Suele decirse, que lo peculiar del símbolo consiste en referir a algo distinto de sí. Sin embargo, hay que notar que lo expresado por el símbolo sólo se encuentra plenamente en él mismo y no fuera de él. La unidad histórica entre el descendiente del posadero y el del huésped sólo acontece real y cabalmente en el symbolon.

Por lo dicho, el símbolo se diferencia sustancialmente de la alegoría y del resto de los signos. La alegoría es una construcción por la que se busca expresar gráficamente (aunque ese gráfico en ocasiones sea verbal) una determinada idea. Los signos, tanto los naturales como los arbitrarios, también refieren a ideas que en cuanto tales son anteriores a ellos. Pero el símbolo, si bien es habitualmente considerado como un tipo especial de signo y suele comprenderse como sinónimo de metáfora o de mito, posee características hondamente diferenciales.

El objeto símbolo es simultáneamente expresión de algo y “lugar” de acontecimiento de ese algo. En el símbolo acontece lo que él expresa. Y por ello, hasta podría decirse que más que la exteriorización de un conocimiento o de un sentimiento, es el modo en que ese conocimiento se conoce o ese sentimiento se siente. En el abrazo, los enamorados conocen (experimentan, “saben-saborean”) el amor del otro y el mutuo. Ese abrazo no es el amor, pero el amor es conocido y experimentado en el abrazo. Por eso, en un orden completamente diferente al conceptual, el abrazo y el amor, siendo cosas diferentes, se identifican plenamente en la experiencia de los enamorados.

El símbolo y Jesús

Aparece como una constante, a lo largo de los siglos y en todas las culturas, la búsqueda del encuentro entre lo humano y lo divino. ¿Qué otra cosa representa, sino esta búsqueda incesante, la experiencia del pueblo hebreo relatada en el Antiguo Testamento?

También, empero, aparece como constante, el reconocimiento de la dificultad intrínseca que implica ese encuentro. ¿Cómo lo increado puede estar presente en lo creado y continuar siendo dos cosas distintas? ¿Cómo puede haber dia-logo entre lo finito y lo infinito siendo que pertenecen a las esferas más distantes imaginables?

Ya sabemos que algunas culturas –en especial las orientales- resolvieron esta dificultad en la negación de la diferencia: todo es Uno. Otras comunidades, la hebraica en este caso, tuvieron de Dios una experiencia distinta. Lo supieron trascendente, capaz de comunicarse pero siendo Otro. Y desde esa vivencia de lo divino se les reveló la promesa del mesías, del ungido, del Dios-con-nosotros.

La irrupción de Jesús en la historia, en la vivencia extraordinaria y decisiva que provocó entre sus seguidores, resultó la unión de la tablilla (symbolon) que se había quebrado al inicio de los tiempos. En Jesús, varón real, de carne y hueso, nacido de mujer, acontece esa unión largamente esperada de lo humano y lo divino. Lo que es inconcebible desde la razón, es experienciado en el encuentro con Jesús. ¿Por mera subjetividad de sus seguidores? Creo que por presencia objetiva de Dios en el hombre Jesús.
Jesús no es signo de Dios, no habla “por” Dios, no refiere a una realidad que está afuera de sí mismo –como los profetas que lo antecedieron– . En él acontece Dios al modo como en el abrazo acontece el amor.

¿Por qué esta experiencia, ampliamente compartida, no fue sin embargo común a todos? Dicho de otro modo: ¿cómo se podría estar frente a Dios y no reconocerlo, tal como les ocurrió a muchos otros de su tiempo?
No tengo una respuesta absoluta, tan sólo una sospecha…
En todo símbolo, para que acontezca efectivamente, deben conciliarse tres dimensiones simultáneas: la semántica, la sintáctica y la pragmática. No voy a abundar. Sólo decir que la primera refiere al contenido, la segunda a su forma lógica y la tercera, a la actitud práctica (eticidad) del sujeto en relación al símbolo. Si tal actitud no es de apertura y de trascendencia ética, se cierra al símbolo sobre sí mismo y se lo absolutiza. Entonces, o se acepta beneplácitamente su absolutización (se lo convierte en ídolo, en tótem) o se la rechaza por improcedente. (¿No fue esto último lo que hicieron los sumos sacerdotes y los miembros del sanedrín?).

Para que la mediación semántica sea acertada, la mediación pragmática ha de ser recta. Por eso, no resulta extraño que los habituados al ejercicio del poder –en cuya mentalidad no cabe la unidad en la distinción pues todo es o “afirmativo” o “negativo”- sean los menos capaces de comprender al símbolo (en general) y su exceso de sentido. En cambio, en los más pobres y sencillos, esta capacidad originaria tiende a permanecer.

Y tengo además otra sospecha: en los cuatro primeros concilios ecuménicos, lo que se perdió fue la adecuada dimensión sintáctica, se leyó su lógica con categorías ajenas al dato original. Pero esto, puede ser tema para otra reflexión.


“Te alabo, Padre, porque ocultaste estas cosas a los sabios y prudentes…”

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