Lugar de Encuentro de lo sagrado y lo profano

Ivan Illich

09-Noviembre-2007    Celso Alcaina
    El servicio de noticias italiano ADISTA ha traducido el capítulo de las Memorias que Celso Alcaina “eligió confiar al portal ATRIO y fue publicado el 23 de Septiembre”. Hoy ofrecemos un segundo capítulo con los entresijos del proceso que se hizo a Ivan Illich, que tanto inluyó en quienes vivimos el primer postconcilio.

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Es otro capítulo de mis “Memorias”. Hace ya –y sólo– 37 años, reciente el Vaticano II. Un botón de muestra. Por referencias de posteriores encausados, el Santo Oficio del Cardenal Ratzinger no modificó las pautas. No es una revelación. Es rememoración de cuanto en su día hizo publicar el mismo Illich. ¿Objetivo actual? Denuncia purificadora. Una más.

3.- El affaire Monseñor Illich

Ivan Illich, yugoslavo, nacido en 1926, cuando tenía 5 años de edad se trasladó de Viena a Roma con sus padres, al parecer por motivos políticos. Siendo niño, entró en el Seminario. Más tarde, estudió Teología en la Universidad Gregoriana como alumno del famoso Pontificio Colegio Capránica y luego Sociología en Alemania. Tenía una inteligencia privilegiada y llegó a dominar nada menos que diez idiomas. En 1951 el Cardenal Spellman, Arzobispo de Nueva York, lo conoció en Roma y lo llevó a su Archidiócesis en la que fue incardinado y lo tuvo de intérprete durante algunos años. Dado que la población de hispanos en Nueva York crecía cada día hasta haber alcanzado 1.200.000 fieles católicos castellanoparlantes, el mismo Cardenal Spellman sugirió a Illich la idea de llamar sacerdotes españoles para la tarea pastoral con los hispanos. Ivan Illich hizo ver al Cardenal los inconvenientes de ese plan, aduciendo que los sacerdotes españoles desconocían la cultura estadounidense y también la de los hispanos; al objetivo deseado era preferible formar a sacerdotes estadounidenses. El Cardenal Spellman aprobó la idea y encargó a Illich la ejecución. En cursos de cuatro meses, preparaba (en lengua y cultura) equipos de sacerdotes de cara a ocuparse de los hispanos, en su mayoría puertorriqueños. Con el fin de ampliar y mejorar esta labor, en 1960, Illich, con la aprobación del Cardenal Spellman, fundó en Cuernavaca (México) el Centro Intercultural de Formación (C.I.F.) para formar sacerdotes, religiosos/as, y laicos/as procedentes de U.S.A., Canadá y Europa, deseosos de trabajar apostólicamente con los latinoamericanos tanto en U.S.A. como en América latina. Fundó, asimismo, el C.I.D.O.C. (Centro Intercultural de Documentación) integrando en él a los más prestigiosos pensadores de Mexico, dándole carácter académico y haciéndolo depender de la Forham University. El Cardenal Spellman logró de Roma la distinción de Camarero Secreto Supernumerario para Illich por su valía y su ejemplar dedicación a la Iglesia. Desde entonces, era Monseñor Ivan Illich. Además de formar a los futuros misioneros en cursos acelerados de lengua y cultura hispanoamericana, el C.I.D.O.C. publicaba numerosos trabajos, celebraba encuentros, conferencias, etc. Cuernavaca era un foco de pensamiento socio-cristiano de gran calidad, y un vivero de apóstoles. En sus primeros cinco años de vida, habían pasado por el Centro 528 sacerdotes, religiosos y laicos. Como ampliación de sus centros de Cuernavaca, Ivan Illich fundó en Brasil el C.E.N.F.I. que fue encomendado a los franciscanos de Anápolis. Los centros fundados por Illich eran subvencionados con dinero estadounidense, en gran parte por el Cardenal Cushing, Arzobispo de Boston. Illich era no sólo el alma de dichos centros sino también el garante de la financiación de los mismos. Más de medio centenar de personas trabajaban en ellos.

Algunos artículos, algunas intervenciones, algunos gestos, procedentes del Centro de Mons. Illich, no fueron del agrado de algunos obispos o de algunos políticos mexicanos del PRI. La Nunciatura (Delegación Apostólica) en México comenzó a enviar “rapporto” tras “rapporto” a Roma con denuncias o quejas contra Illich, quien daba cobijo en sus debates y publicaciones también a personas no cristianas o de ideología de izquierdas. Illich había publicado algunos artículos en conocidas revistas de U.S.A. que desagradaron a la Jerarquía americana, la cual reaccionó reduciendo o negando los fondos económicos habituales.
Éstas eran las denuncias llegadas a la Curia romana:

  • -En enero de 1967, en la revista estadounidense “America” dirigida por jesuitas, Mons. Illich había publicado un artículo, “The Seamy Side of Charity” (“el lado sórdido de la caridad”,) en el que reflexionaba sobre la ayuda misionera de los países ricos a América Latina y veía en esa ayuda un componente colonialista. En julio de 1967, en otro artículo publicado en la revista de Chicago “The Critic” bajo el título “The Vanishing Clergymen” (“el Clero que desaparece”), analizaba la situación actual de la Iglesia Católica bajo el aspecto histórico y sociológico y pronosticaba la desaparición de la figura del sacerdote “funcionario” o dedicado exclusivamente al ministerio, y abogaba por un tipo de ministerio exclusivamente litúrgico (presidencia de la Eucaristía) encomendado a “laicos ordenados” sin obligación de celibato.
  • - Se le acusaba de mantener relaciones amistosas o de colaboración con personajes no gratos a la Jerarquía Católica, algunos comunistas o guerrilleros.

En agosto de 1967, los Cardenales del Santo Oficio estudiaron el caso Mons. Illich en base a la “relazione” redactada por mí y refundida por De Magistris. Se adjuntaban las pocas denuncias llegadas de México y que, a mi parecer, eran inconsistentes y discutibles. Los Cardenales no lo dudaron. Sin más preámbulos, emitieron el fallo: “El Illich sea gravemente amonestado por sus opiniones y se le obligue a dejar Cuernavaca y reentrar en su Diócesis de Nueva York”. El Papa aprobó esa decisión el 31 de agosto 1967, añadiendo que de sus obras de Cuernavaca se encargara la Pontificia Comisión para la América Latina y que deberían ubicarse fuera de Cuernavaca, de México y de Petrópolis.

La ejecución de la decisión del Santo Oficio resultó ser imposible. El entonces Presidente de la Comisión para la América Latina, S. E. Mons. Samoré, hizo saber al Santo Oficio las dificultades para ejecutarla. El Delegado Apostólico en México comunicó la decisión a Illich. El Cardenal Spellman había muerto. El Obispo Administrador Apostólico de Nueva York Mons. Maguire no tuvo más remedio que escribir a Illich reclamándolo a su Diócesis. Pero cuando Mons. Illich, por carta y personalmente, le expuso sus argumentos en contra, Mons. Maguire se colocó del lado de Mons. Illich y le defendió ante la Curia romana.

Entonces, Mons. Illich entrega al Delegado Apostólico en México una carta dirigida al Papa. Creo importante reproducir esa carta que fue escrita en castellano y que lleva fecha de 22 de enero de 1968:

    “Su Santidad Papa Paulo VI
    Ciudad del Vaticano - ROMA
    Beatísimo Padre:
    Yo el subscribiente Ivan Illich, humildemente postrado ante V. Santidad y fundado en el derecho que me asiste de acudir personalmente a V. Santidad, en conciencia, delante de Dios, expongo lo siguiente:
    Hechos:
    Soy sacerdote domiciliado en la Archidiócesis de Nueva York. Con permiso de mi Ordinario el Emmo. Cardenal Spellman, de grata memoria, y con su aprobación, me encuentro desde hace 7 años en la diócesis de Cuernavaca, México, donde he fundado un Centro Cultural de Investigaciones y Enseñanza superior. Dicho centro se ha desarrollado de tal forma que en estos momentos conlleva graves responsabilidades morales, culturales y de índole civil. Precisamente en 1966 hice nuevo contrato por un período de cinco a diez años. Además de las obligaciones civiles, muchas personas dependen económicamente de mi presencia aquí. Varias, entre ellas, han arriesgado su porvenir para venir a trabajar conmigo en este centro.
    Ahora bien, sin advertencia previa alguna y sin que hubiera precedido amonestación canónica alguna, y sin presentárseme razones para ello, de una manera intempestiva, por orden de la S. Congregación de la Doctrina de la Fe, con conminación de penas, se me ordena que regrese inmediatamente a Nueva York.

    Peticiones:
    En vista de lo anterior y en testimonio de mi filial adhesión a la Santa Sede y a la Iglesia Católica, con todo respeto y humildad pido a V. Santidad:
    1.- Que si yo he faltado en algo contra la fe o la moral, más aún, si he actuado en forma tal que mi conducta haya dejado que desear, solicito que prontamente se me comunique en qué he faltado, dispuesto como estoy a retractarme inmediatamente o hacer las aclaraciones necesarias.
    2.- Que siendo ineludibles los compromisos morales y civiles que previamente he contraído, con autorización de mi Ordinario, sería imposible y contra mi conciencia el dejarlos de cumplir. Por lo tanto pido a S. Santidad que, si fuese considerado necesario, se me releve de mis obligaciones y privilegios clericales, mas no de las obligaciones del celibato o del rezo del Santo Oficio Divino, por cuanto deseo continuar mi vida célibe y cumpliendo con el rezo divino por tiempo que dure el contrato civil que me liga a la Organización que presido.
    Pasado este tiempo, y cumplido el compromiso moral y civil que mi contrato presente implica, espero y confío que V. Santidad habría de tener a bien considerar una futura petición solicitando la gracia de poder volver a ejercer mis funciones ministeriales al servicio de la Iglesia.
    Son gracias que espero alcanzar confiando en la comprensión de mi comprometida situación personal y deseando, por mi parte, lograr el modo más eficaz de servir a la Iglesia y de colocarme en una posición clara e inequívoca que pueda reducir en lo posible cualquier motivo de escándalo para los muchos sacerdotes y amigos que a través de los años han puesto su confianza en mí buscando mi orientación y apoyo.
    Humildemente besa su anillo y se remite a su bondad.
    Su humildísimo hijo
    Ivan D. Illich”

El Delegado Apostólico, al enviar dicha carta al Papa, así como en otros escritos posteriores, cree que es prácticamente imposible lograr que Illich abandone México, y tampoco es viable que su Centro sea encomendado a alguien distinto a él. En todo caso, el Delegado Apostólico desaconseja la laicización de Illich, al tiempo que lo considera “hombre de extraordinaria inteligencia y vasta cultura…fascinante…de voluntad indómita…incansable…sinceramente creyente e incluso con una vida interior intensa…con la idea fija de reformar la Iglesia y, por ello alguien lo considera desequilibrado, cosa que yo no me atrevería a afirmar”. También el Ordinario de Nueva York escribió a la Santa Sede exponiendo las dificultades para ejecutar la decisión de Roma y poniéndose de parte de Illich. Para complicar la cuestión, la plenaria de la Conferencia Episcopal de México, además de protestar ante el Arzobispo de Nueva York, pidió orientación a Roma para hacer frente a las “doctrinas y prácticas inadmisibles de Illich y para urgir su retorno a Nueva York”

Con estos documentos, en febrero 1968, preparamos una nueva “relazione” para los Cardenales de la S. Congregación. El 28 de ese mismo mes, los Cardenales decidieron “llamar a Roma a Illich y someterlo a proceso ante esta S. Congregación”. La decisión fue aprobada por el Papa el 1º de marzo subsiguiente. Se nombró Juez Instructor a Mons. Casoria, consultor de la S. Congregación. Convocado oficialmente, Mons. Illich se presentó en Roma el día 17 de junio 1968. El Cardenal Seper lo recibió amablemente y lo dejó con Mons. Casoria quien le pidió el juramento de decir la verdad y de guardar secreto. Mons. Illich manifestó no estar dispuesto al secreto porque ello supondría indefensión, ni a responder, sin haber leído en su totalidad, el interrogatorio. Interviene el Cardenal Seper quien accede a cuanto pide Illich. Le es entregado el interrogatorio y promete responder. Al día siguiente Illich se niega a verse con Mons. Casoria y pide encontrase con el Cardenal Seper a quien promete una respuesta escrita que redacta y entrega ese mismo día 18.

El día 17 de junio 1968, Mons. Illich quiso verse en privado conmigo y nos encontramos en un restaurante romano llamado Carlotta donde cenamos juntos. Cualquiera puede suponer el tema de nuestra conversación y el sesgo que ambos intentábamos dar al asunto en el que yo estaba involucrado. En homenaje a Mons. Illich, puedo decir que me pareció una persona amable, sumamente inteligente y leal a sus principios y a sus compromisos, incluidos los clericales. Sufría por cuanto estaba sucediendo. Me dijo que sólo si seguían persiguiéndolo haría público el texto del interrogatorio que le había facilitado el Cardenal Seper. Estaba convencido de que su publicación sería el arma definitiva para su defensa.

Con el fin de que el lector se acerque al modo de proceder de la Curia romana, incluso después del Vaticano II, y de saber cómo concluyó este “affaire”, voy a reproducir aquí las 86 preguntas del interminable y espeluznante interrogatorio preparado por mi jefe Mons. De Magistris y Mons Casoria, con mínima colaboración mía. Fue tal la repugnancia que sentí cuando Mons. De Magistris me dictaba las dichas preguntas que me negué en redondo a colaborar y acudí al Cardenal Seper para que me relevase de tan odioso cometido. El Cardenal Seper accedió. Lo curioso es que el Cardenal Seper estaba conmigo, se mostraba favorable a Mons. Illich (yugoslavo como él) y contrario al método inquisitorial. Sin embargo, no se oponía a tal método, firmaba las decisiones del Santo Oficio y las proponía al Papa para su definitiva sanción. Fue por entonces cuando el Cardenal Seper, cándidamente, nos dijo a varios curiales que su teléfono estaba pinchado y que no era sólo él a ser vigilado por personajes de la Curia, supuestamente por la Secretaría de Estado.

Mis movimientos para impedir lo que yo creía una fechoría no terminaron ahí. Los Cardenales franceses Jean Villot y Gabriel Garrone, recientemente traídos a Roma y nombrados Prefectos respectivamente de la S. Congregación para el Clero y de la S. Congregación para la Educación Católica, eran también miembros de la S. Congregación para la Doctrina de la Fe. Ellos dos constituían, -pensaba yo– los más capacitados y receptivos de los que debían juzgar a Mons. Illich. Me aventuré a ponerlos en guardia y concerté con cada uno de ellos una entrevista al margen de mis superiores. A ambos les alerté de la inconsistencia del proceso y de lo absurdo del interrogatorio que estaban a punto de recibir para su aprobación. Mi propósito era que los dos hicieran valer su voz y su voto para impedir el proceso o para que se introdujera un mínimo de racionalidad en el mismo. Posteriormente, pude verificar, con gran desconcierto y lamento, que mis visitas a ambos no sólo no produjeron el fin deseado por mí sino que resultaron contraproducentes. “Vividores” como todos, no se mojaron.

INTERROGATORIO PARA MONS. IVAN ILLICH [Puede leerse el texto íntegro de las 86 preguntas en la página a parte, pinchando en el título en azul]

Al presentar el Interrogatorio a la consideración de los Cardenales, Mons. Casoria recomendaba mano dura y, en todo caso, obligarlo a irse de México y clausurar sus obras de Cuernavaca. Para el caso de desobediencia a la Santa Sede, Illich debería ser reducido al estado laical “in poenam” y “sine ulla spe admissionis”. Debería, además, retractarse de cuanto afirmó o escribió.

Como ya he escrito, Mons. Illich, el 18 de junio de 1968, se presentó en el Palacio del Santo Oficio. Rehusó verse con Mons. Casoria y pidió entrevistarse con el Cardenal Seper, a quien entregó una carta en perfecto italiano y cuya traducción es como sigue:

    “Roma, 18 junio 1968
    Eminencia Reverendísima
    Después de la entrevista que Usted con tanto sentido pastoral me concedió ayer, siento la obligación de relatar a Vuestra Eminencia lo que sucedió durante y después del interrogatorio llevado a cabo por Mons. De Magistris y por Mons. Casoria, y de manifestar a V. E. mi valoración de las cosas en este momento.
    Vaya por delante que de cara actos autoritarios tan discutibles (al menos a mi parecer) bien sea por el fondo bien por la forma, a un cristiano, a un sacerdote, sólo le es posible una alternativa rigurosa entre dos posturas, ambas igualmente consecuentes hasta el final. Ninguna posibilidad intermedia o híbrida.
    O uno se abandona (pudiendo hacerlo sin faltar a otros deberes aún más imperativos, especialmente respecto de terceros) hasta el final, sin ni siquiera exponer la reserva más razonable o la defensa más legítima,
    O uno debe (no por sí mismo, no “pro domo sua”, sino únicamente por motivo superior de la defensa de la misma constitución divina de la Iglesia y de la honorabilidad de las instituciones eclesiásticas) sistemáticamente oponerse a cuanto se aparte del Evangelio, de los principios divinos que regulan la Iglesia y de las mismas disposiciones de los Concilios y especialmente del Concilio Ecuménico Vaticano II e incluso de las afirmaciones más recientes y renovadas de los Órganos Superiores, como por ejemplo en ocasión de las ponencias realizadas en el Sínodo de los Obispos sobre los principios que han de regir el “codex iuris canonici”.
    O se opta por la primera solución o se opta por la segunda. No vale atenerse un poco a una y un poco a otra.
    Por lo que me toca, confieso que me he decidido por la primera solución y, llegado a este punto, para todo lo que es mi caso, haré mío el siguiente imperativo: “Si alguien quiere luchar contigo para quitarte la túnica, le cederás también el manto” (Mt. 5, 45).
    Por lo demás, desde el primer momento en que tuve noticia de la sospecha de la Congregación de D. F., ésa ha sido mi postura como reevidencia con mi carta del 22 de enero 1968 a Su Santidad, carta que no ha tenido respuesta y que adjunto en copia.
    Hoy me reafirmo en esta postura, sobre todo después de que ayer por la tarde se me haya entregado el elenco de las 86 preguntas. El interrogatorio, por el contenido de cada una de las preguntas, por su conjunto, por su espíritu, es “a priori” tal que no me consiente posibilidad alguna de clarificar (y de no consentir a un juez la posibilidad de captar) mi verdadero pensamiento, la realidad de mi personalidad cristiana, de mi fe; es decir de la fe en Cristo Señor y en su Evangelio, en la Iglesia visible como es en su Tradición y en su Magisterio, en la autoridad universal del Romano Pontífice y en mi relación de comunión con una Iglesia local y con su Obispo.
    Todavía más, un tal interrogatorio parece estar confeccionado adrede – además de para impedir un mínimo diálogo humano y cristiano entre juez y acusado – para inducir al encausado a convertirse él mismo en juez y acusador de otras personas: hasta el punto que algunas preguntas están formuladas de modo que parecen solicitar de mí, sacerdote y amigo, a involucrar o a acusar a otros amigos y hermanos, incluso al Obispo de la diócesis en la que vovo y trabajo.
    Por tanto, en modo alguno me parece posible:
    a) ni reconocer en el documento que me han entregado la base (prevista en el n. 5 del m.p. “Integrae servandae”) para ser oído y poder formular la propia defensa;
    b) ni intentar, partiendo de un tal posicionamiento, la manifestación – que yo tanto desearía - sincera, humilde, filial de mi fe, de mi plena disponibilidad a la Iglesia, de los criterios, de los fines y de los modos de mi actividad y de mi servicio.
    Frente a un tal documento, sólo me queda disponerme a dejarme quitar la túnica y el manto, y repetir cuanto escribía el 22 de enero 1968 al Papa, es decir, que estaba y estoy dispuesto a hacer todas las retractaciones necesarias cuando se pruebe con mis escritos auténticos, con mis gestos y hechos (y no con informaciones de tercera mano y deformadas) que me he separado de la fe y de la moral o que mi conducta haya podido ser causa de escándalo o de error para otros.
    Todo esto por lo que toca a mi caso y a mi destino.
    Sin embargo, todo cuanto ha venido sucediéndose en los últimos meses, y particularmente en el día de ayer, me han obligado y me obligan a tomar algunas actitudes y a hacer algunas precisiones, no en mi defensa, sino únicamente con el fin de contribuir al mayor –¦plendor de la Iglesia, al interés de terceros y, en definitiva, a la salvaguardia de la mismas instituciones eclesiásticas. Lo hago fundándome en mi experiencia de estos últimos días y no de manera puramente subjetiva.

      1) Ante todo, debo objetar haber sido sometido a un procedimiento instructorio sin haber podido conocer el ordenamiento procesal en base al cual yo era acusado, examinado y eventualmente juzgado: y ello contradiciendo el principio establecido en el n. 12 del m. p. “Integrae servandae” que hace tres años había establecido que el “Reglamento interno de la Congregación para la doctrina de la Fe fuese dado a la publicidad”.
      Esta objeción es radical y por sí misma suficiente para que, en el estado actual de las cosas, nadie pueda considerar satisfecho su derecho elemental (reconocido por el mismo motu proprio) a ser escuchado y a poder defenderse antes de ser juzgado. Sentado este punto, me parece que todo acto del procedimiento queda invalidado.
      2) En segundo lugar, quiero observar que, como primer acto, se me pidió el juramento de decir la verdad y de mantener el secreto. Nada que objetar al primer juramento. Pero no he podido y no podré nunca aceptar el segundo, porque tal juramento sería contra el derecho natural de la propia defensa, contra el derecho divino de la verdad en la Iglesia y contra el mismo derecho positivo de la Iglesia, según las intenciones declaradas en el Concilio acerca del procedimiento del S. Oficio y los principios generales sentados por el Sínodo de los Obispos para la reforma del “codex iuris canonici”. Y es precisamente por esto que estoy agradecido a V. Eminencia por haber aceptado inmediatamente mi objeción.
      3) Por los mismos motivos he pedido poder disponer por escrito de una copia de todo cuanto se refiere a mí y, particularmente, de los cargos que se me imputaba. También por eso agradezco a V. Eminencia a quien debo la posibilidad de expresarme a través de esta carta.
      4) Después de que en la audiencia se me haya prometido recibir los documentos escritos, me ha sido comunicado tan sólo un textote 86 preguntas, que abrazan el universo, y no sólo cuestiones de fe sino materias opinabilísimas, así resultantes de la páginas de cualquier Denzinger, y todavía más si se consultan los documentos de los Concilios Vaticano I y Vaticano II.
      5) Más aún, estando a las palabras de Mons. Casoria, el texto que me fue comunicado no corresponde al usado en la audiencia que iniciaba el interrogatorio. Además, se nota claramente la supresión de algunas páginas
      6) Muchas de las preguntas que se me hacen se refieren exclusivamente a otras personas: sacerdotes, laicos e incluso Obispos. Sostengo que, en principio, no debo hablar de ellas. No corresponde al investigado aportar noticias o formular juicios sobre otras personas. Toca a los órganos inquisidores procurarse de otros modos más ortodoxos las informaciones necesarias y asumir la responsabilidad de los consiguientes juicios.

    Conclusión

    1) No puedo y no debo aceptar la base inquisitiva que se me ha propuesto porque no corresponde ni a los principios de ordenamiento de la Iglesia ni a un modo humano y espiritual de relación entre la S. Madre Iglesia y sus hijos, y ello aunque fueran culpables.
    2) En cuanto a las preguntas, al tiempo que renuevo mi plena e incondicional profesión de fe, puedo sólo citar un documento que la Congregación para la Doctrina de la Fe parece desconocer. Se trata de un dossier sobre el C.I.D.O.C. elaborado por la Comisión enviada por el CELAM a Cuernavaca en noviembre de 1967 para explorar la naturaleza de los servicios que el Centro puede prestar en el campo pastoral. En aquella ocasión, espontáneamente, yo me sometí a un examen de mis posiciones doctrinales y de mis comportamientos. El examen llevado a cabo por la dicha Comisión cubre casi todos los puntos relevantes del cuestionario que ahora se me propone. Dicho dossier fue enviado al S, Padre, según informaciones del Presidente del CELAM.
    3) Además de reafirmar, en todo caso, mi plena disponibilidad a toda retractación que se me requiera con motivo fundado y probado, debo reafirmarme en cuanto escribí el 25 de marzo 1968 a S. E. Mons. Guido del Mestri, Delegado Apostólico en México; es decir que, a partir de aquella fecha, he suspendido: la celebración pública de la S. Misa, la publicación de artículos de materia teológica, las públicas conferencias en la misma materia, predicaciones de retiros, etc.
    4) Tengo intención de permanecer en este estado por todo el tiempo que dure una duda o una reserva de mis Superiores hacia mí, aunque se trate de duda y reserva infundada. Soy de la opinión de que en todo sacerdote se unen, y lamentablemente suelen confundirse, el carácter permanente del sacerdocio con el consiguiente “munus” participado de su Obispo de presidir la Eucaristía , y el estado clerical con la consiguiente representación de las instituciones eclesiásticas, de su autoridad y de sus poderes jurídicos y roles sociales. El “munus” sacerdotal es un don gratuito del Señor a través de la Iglesia: aunque permanezca indeleble, de hecho sólo debería ser ejercitado en plena comunión y con la plena confianza por parte de la misma Iglesia. El estado clerical y sus poderes y tareas de representación externa de las instituciones eclesiásticas no son indelebles y están condicionadas al reconocimiento por parte de la Iglesia. Mi interior me dice que no debo ejercitarlas si la Iglesia me niega la plena confianza y si estima que no puede reconocerse - aunque sea por motivos provisionales y opinables – en mis actitudes contingentes y relativas a una cierta situación histórica. “Quod gratis ab Ecclesia accepi, semper gratis renunciabo”

    Con la esperanza de que estas líneas, pensadas y escritas con toda simplicidad y sinceridad, logren expresar – no obstante el escaso tiempo disponible y las limitaciones inevitables de una carta – el fondo de mi ánimo, confiando en la comprensión por parte de V. Eminencia, me profeso
    De Vuestra Eminencia Rev.ma
    Humildísimo hijo
    Ivan Illich”

Dos días después de haber entregado la precedente carta al Card. Seper, Mons. Illich retorna a México y allí visita al Delegado Apostólico Mons. Del Mestri para informarle de lo sucedido en Roma. El Delegado Apostólico (Nuncio), si bien con poca esperanza de éxito, aconseja a Illich que responda, serenamente y por escrito, al Interrogatorio.

La Curia romana, defraudada u ofendida por la carta de Mons. Illich, continúa dando pasos para neutralizar o castigar a Illich a quien considera un rebelde y un osado. En ausencia, por vacaciones, del Cardenal Seper, S. E. Mons. Philippe, Secretario de la S. C. para la Doctrina de la Fe, convoca una reunión a nivel de Secretarios de los 5 Dicasterios interesados, si bien presidida por el Cardenal Antoniutti, Prefecto de la S. C. para los Religiosos (el Secretario estaba de vacaciones). La reunión, constituida en Comisión “ad hoc”, tiene lugar el 18 de julio de 1968. Asisten, además de los dos citados, los Arzobispos Secretarios de los siguientes Dicasterios: Obispos (Civardi), Clero (Palazzini) y Educación Católica (Schroeffer). Constatan que no es posible actuar directamente contra Illich. Y, en particular por su artículo “The vanishing clergymen” y por haberse negado a contestar a la Sagrada Congregación, se toman dos importantes decisiones:

    1) ordenar al nuevo Arzobispo de Nueva York, S. E. Mons. Cook, que obligue a Mons. Illich a dejar México y volver a Nueva York bajo pena de suspensión “a divinis”;
    2) vaciar de alumnos los centros fundados o dirigidos por Mons. Illich en México y en Brasil, para lo que se darían oportunas órdenes a los Episcopados de México, Francia, Canadá, España, Francia y U.S.A. La ejecución de tales decisiones se llevaría a cabo en septiembre, es decir, después del Congreso Eucarístico de Bogotá y de la Asamblea Plenaria de los Obispos Latino Americanos de Medellín.

Transmitidas las conclusiones de la Comisión de los cinco a los Delegados Apostólicos en U.S.A. y en México, este último, Mons. Del Mestri, contesta con una carta en la que manifiesta pocas esperanzas de que Illich vaya a obedecer las órdenes que pudiera recibir de Nueva York.

Por aquellas mismas fechas, conocedor de las últimas decisiones de la Curia romana, Mons. Illich hace público el texto del Interrogatorio del Santo Oficio y de sus cartas al Papa y al Cardenal Seper. Como bien había previsto, la publicación de tales documentos desarmó a la Curia de Roma y fue suficiente para dejar en paz a Mons. Illich y sus Centros por tiempo indefinido. Los medios de comunicación relacionaban el affaire Illich con los rescoldos de la Inquisición medieval. En Italia, dos excelentes periodistas, G. C. Zizola y A. Barbero, publicaban un libro: “La riforma del Sant’Uffizio e il caso Illich” (Gribaudi-Torino, 1969) con fuerte resonancia en los ámbitos católicos e inmediatas consecuencias en el comportamiento de la Curia. El opúsculo de 191 páginas pedía la renovación del ex-Sant’Uffizio, según la mente del “motu proprio” “Integrae servandae”. Así mismo, K. Rahner, en su artículo “Die Freiheit theologischer Forschung in der Kirche” (Stimmen der Zeit, 184, 1969, pp. 73-82), haciéndose eco de una carta colectiva de teólogos publicada en la revista “Concilium” (marzo, 1968), exigía una mínima adecuación del proceder de la Curia a los criterios del Concilio Vaticano II. La Congregación para la Doctrina de la Fe recogió el guante: además de dejar tranquilo a Illich, inició la elaboración del primer Reglamento para el examen de las doctrinas (el primero en la historia de la milenaria Iglesia), la “Nova agendi Ratio in Doctrinarum examine”. Este Reglamento, del que me ocuparé más adelante, fue comentado por mí en dos publicaciones periódicas españolas: “Revista Española de Derecho Canónico”, vol. XXVIII, 1974, pp. 61-91, y “Proyección”, 1976, pp. 51-64.

Mons. Illich siguió siendo fiel a la Iglesia, y trabajó hasta edad avanzada para atender a los católicos latinoamericanos. Querido por cuantos lo trataron y admirado por muchos eclesiásticos, algunos de ellos compañeros suyos de estudios (incluidos obispos y dignatarios), fue llorado por sus íntimos cuando la muerte lo sorprendió en diciembre de 2002. Con las matizaciones expuestas, es inexacto cuanto se lee en la Enciclopedia Larousse: “En 1969, un conflicto con el Vaticano le llevó a recuperar el estado laico”.

Un simple comentario: la solidez de ideas y la altura de sentimientos de la respuesta de Mons. Illich contrasta con la pobreza ideológica y la bajeza moral, incluso ruindad, del Interrogatorio de la Curia romana.

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