Lugar de Encuentro de lo sagrado y lo profano

Las ambigua historia de un mapuche beatificado

11-Noviembre-2007    Atrio
    Hoy, en la Patagonia argentina, el salesiano cardenal Bertone, Secretario de Estado en el Vaticano, beatificará a un joven mapuche, hijo (ilegítimo) de un cacique derrotado por el ejército argentino. El nuevo beato, Ceferino Namuncurá, murió a los 18 años en Italia a donde lo habían llevado los salesianos. Si hemos atosigado a nuestros hermanos latinoamericanos con el carácter político de las 498 beatificaciones, ¿por qué no oír sus reflexiones críticas sobre esta beatificación aparentemente tan “edificante”?

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Ceferino, el beato

    Mañana será beatificado el joven mapuche. Aquí, los retazos de su historia que ignora la versión oficial de la Iglesia. Llegó el número dos del Vaticano. El mensaje de la asamblea episcopal.

Página/12, Sábado, 10 de Noviembre de 2007

“La Iglesia Católica obligó a Ceferino a mentir sobre su madre, porque no era la esposa legítima de su padre, el cacique Manuel Namuncurá, y la tuvo que ocultar. En las cartas que le enviaba desde Roma tenía que nombrarla como ama de leche, porque para aspirar a una carrera sacerdotal tenía que tener una familia dentro de los cánones eclesiales. Este es un ejemplo de hasta dónde se avasalló a esta persona y una muestra de que detrás de esta beatificación hay violencia y mentira”, dice la antropóloga social Diana Lenton, docente e investigadora de la UBA, estudiosa del contexto histórico en el que creció el indiecito mapuche que mañana trepará un escalón en su camino hacia la santidad oficial. Esta parte poco conocida de la historia de Ceferino es una de las perlitas de su relación con la Iglesia Católica. Pero no la única: sus primeras biografías ilustradas, hechas por miembros de la congregación salesiana a partir de la década del ’30, desdibujan sus rasgos indígenas y lo mostraban de piel más clara, según descubrió al analizar distintos textos la historiadora María Andrea Nicoletti, investigadora del Conicet en la Universidad Nacional del Comahue.

Estos retazos de la vida de Ceferino Namuncurá seguramente no saldrán a la luz mañana, en la ceremonia de beatificación que encabezará el enviado papal –llegado ayer al país–, cardenal italiano Tarcisio Bertone, secretario del Estado de la Santa Sede y número dos del Vaticano. La celebración comenzará a las 10.30 en Chimpay, Río Negro, el pueblo natal del indiecito mapuche. Ayer, la asamblea del Episcopado aprovechó el momento y en lugar de emitir, como se esperaba, un documento vinculado con la situación política, se centró en la figura del inminente beato. En un mensaje titulado “Ceferino, Hijo de Dios y hermano de todos”, los obispos reunidos en Pilar señalaron que “en nuestro caminar como Pueblo de Dios en la Argentina, Ceferino es una clara invitación a descubrirnos hijos de Dios, desterrando así toda autosuficiencia”.

El papa Benedicto XVI rubricó en julio la notificación oficial que le elevó la Congregación para las Causas de los Santos de la Santa Sede después de aceptar como milagro concedido por la intercesión de Ceferino la curación de una cordobesa.

Su beatificación ha generado gran polémica en las comunidades mapuches. “La Iglesia levanta la figura de Ceferino como una forma de justificar el exterminio de nuestro pueblo. La Iglesia acompañó a los ejércitos nacionales en esas matanzas”, opina Chacho Liempe, representante mapuche de Río Negro en el Consejo Asesor Indígena. Liempe vive en El Bolsón. “Se están aprovechando del sentimiento que hay entre los mapuches hacia Ceferino Namuncurá. Es una vieja política de la Iglesia Católica. Esto no es de ahora; se infiltran dentro de la espiritualidad y la religiosidad de los pueblos originarios para vaciarlos de contenido”, señaló, en diálogo con este diario. Una visión similar tiene Jorge Nahuel, titular de la Dirección de Pueblos Originarios de la Secretaría de Ambiente de la Nación y responsable de la Coordinadora de Organizaciones Mapuches. “Para nosotros es un acto de manipulación del Vaticano: toman una figura simbólica para propaganda con una cosmovisión totalmente distinta del pueblo mapuche”, sostuvo, y consideró que Ceferino es un símbolo de una persona arrancada de su tierra y su familia por la Iglesia, que lo terminó llevando a Roma, pero murió a los 18 años de tuberculosis, una de las enfermedades contagiadas a los pueblos originarios por soldados y misioneros.

Ceferino nació en Chimpay el 26 de agosto de 1896, donde su padre, el cacique Manuel Namuncurá, había instalado sus tolderías después de rendirse a las tropas militares que comandaba el general Julio Argentino Roca. Su madre, Rosario, era chilena. Era una de las varias mujeres de Namuncurá, que por entonces era polígamo como era costumbre entre los mapuches. “Para darle las tierras y que lo dejaran tranquilo, lo obligan a optar por una y las demás debieron irse a otros lugares”, cuenta la antropóloga social Diana Lenton, docente e investigadora de la UBA, quien ha estudiado el discurso político sobre indígenas en el Estado nacional en los últimos 125 años y ha documentado el exterminio de poblaciones civiles indígenas, la separación de las familias y su traslado al norte del país para ser usadas como esclavos. Rosario Burgos tuvo que irse a vivir a la tribu del cacique Coliqueo, en la localidad de Azul, provincia de Buenos Aires. Bajo la mirada del Ejército y la Iglesia Católica, Namuncurá se casó con la más antigua de sus mujeres, Ignacia. “Se casó y fue bautizado”, recuerda la historiadora María Andrea Nicoletti, investigadora del Conicet en la Universidad Nacional del Comahue, estudiosa de las misiones salesianas. Por esta razón Ceferino fue separado a la fuerza desde pequeño de su madre.

A los 11 años, como era habitual en la época con los hijos de caciques, fue enviado a Buenos Aires a estudiar. Su primer destino fue la escuela de oficios de los Talleres de Marina, en el Tigre. Pero no se habría adaptado y pidió a su padre que lo cambiara a otra escuela. Cuentan sus biografías que por recomendación del presidente Luis Sáenz Peña, Ceferino ingresó como pupilo al colegio salesiano Pío IX del barrio porteño de Almagro. Hacia 1901 estaba terminando la primaria, pero ya sentía los primeros síntomas de la tuberculosis. Tras un paso por el colegio San Francisco de Sales, de Viedma, en 1904 lo mandaron a Italia, en busca de cura y para profundizar su vocación sacerdotal. Allí fue recibido por Pío IX. Los relatos destacan la complacencia del Papa al escuchar al humilde aborigen expresarse en italiano.

En Italia, murió en 1905. Durante años la Iglesia lo olvidó. “Su historia no es conocida a principios de siglo. Queda olvidado en una tumba, hasta que por la gestión del salesiano Adolfo Tornquist, hijo de uno de los cómplices civiles del genocidio indígena, sus restos son repatriados en 1924. Tornquist se entera de la historia de Ceferino y descubre su tumba antes de que sus restos fueran a una fosa común”, sigue Lenton.

Es interesante cómo sus primeras biografías ilustradas, hechas entre los años ’30 y ’60, mayoritariamente por la congregación salesiana, desdibujan su rostro indígena. “Hay pocas fotos en esas producciones, y las que aparecen son retocadas, y su cara se muestra más blanca, menos cobriza. Lo muestran con traje, con el pelo engominado, parece Gardel, lo muestran como un indígena argentino superador de sus ancestros, del malón, del indígena bárbaro porque ha sido educado por los salesianos. Cuando se compara esas ilustraciones con las fotos originales de él de 1904 –la primera auténtica se publica en el año 2000– se observa que tienen poco que ver con su verdadero rostro. Este concepto empieza a cambiar a partir del ’70. Aparecen más fotografías en sus biografías y el discurso también se modifica. Se lo muestra cada vez más aborigen, se reafirma su origen, se lo muestra con poncho. Hay una mapuchización de su figura, y responde a un revisionismo de la historia después de la conquista al desierto”, revela la historiadora Nicoletti.

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    ¿Por qué Ceferino?

    Por Washington Uranga.
    Página/12, Domingo, 11 de Noviembre de 2007

A la pregunta del título la Iglesia dirá, de formas distintas, que la razón esencial de la beatificación de Ceferino Namuncurá, es decir, su reconocimiento como un católico ejemplar digno de ser imitado, tiene que ver con sus virtudes. Pero está claro también que, sin discutir las virtudes, toda ponderación de las mismas tiene el sentido de un valor de época: son destacadas y resaltadas en un momento dado y en determinadas circunstancias, en las que se cruzan cuestiones relativas a la vida de la Iglesia y de las sociedades donde ella está inserta. Y ello, es importante dejarlo en claro, no pone en tela de juicio ni el sentido del reconocimiento ni los méritos que, en este caso Ceferino Namuncurá, acumula, siempre a juicio de la Iglesia, para llegar a los altares.

Conviene tener en cuenta que es la Iglesia la única que puede oficial e institucionalmente declarar que alguien es digno de imitación, generando un proceso que culminará con su declaración como santo. Está claro que el poder simbólico de dicha declaración está en la institución. Se pondrá entender también por qué avanzó con tanta rapidez la canonización de José María Escrivá de Balaguer, el casi contemporáneo fundador del Opus Dei, mientras se demora la causa del obispo mártir de El Salvador, Oscar Romero. Ningún proceso de canonización está al margen de intereses institucionales, de influencias de poder y de estrategias que buscan posicionar a la Iglesia en un determinado escenario.

Parte de la celebración de hoy en Chimpay será en mapuche y habrá también tramos en otras lenguas originarias como quechua y guaraní. El hecho tampoco es casual. Si algo se quiere destacar en la vida de Ceferino es su condición indígena, miembro de un pueblo originario. La Iglesia ha sido severamente criticada por su participación en la conquista y por la forma en que acompañó a la colonización desde la perspectiva de la “evangelización”. En 1979 en la Conferencia de Puebla (México) aparecieron los primeros síntomas de una posición que revisaba aquellas prácticas. El reconocimiento al indio Juan Diego en México también sumó en el mismo sentido. La línea se profundizó en 1992 con ocasión del quinto centenario del comienzo de la conquista, oportunidad en la que se celebró la Conferencia General de los Obispos Latinoamericanos en Santo Domingo. En todo caso la institucionalidad católica no quiere perder hoy el paso frente al avance de corrientes como la “teología indígena” que algunos señalan como más “peligrosa” que la amenaza que en su momento representó la “teología de la liberación”. La beatificación de Ceferino se inscribe también en esta línea de rescate institucional a una figura de gran arraigo popular y de condición mapuche.

“Ceferino, hijo de Dios y hermano de todos”, dice uno de los lemas usados para la campaña. Allí radica otra de las razones –entre tantas y no las únicas– que llevan a promover la beatificación. Si la piedad popular ya lo entronizó como santo, la Iglesia –que tiene larga experiencia en esto– se encarama sobre esa religiosidad para cooptarla y no perder la iniciativa en ese campo. Siempre es mejor que un santo sea de la Iglesia, y que sea la institución la encargada de resaltar aquellas virtudes por las que lo considera tal y no que esto quede en manos de la piedad popular, que suele reparar bastante menos en cuestiones institucionales y formales. Más allá del intento está claro que la institución nunca estará en condiciones de encauzar todo lo que la religiosidad popular produce. Pero por lo menos le pondrá límites y cooptará la mayoría de las expresiones a su favor.

“La beatificación de Ceferino es una invitación a creer en los jóvenes, también en los que apenas han sido evangelizados”, escribió Pascual Chávez Villanueva, rector mayor (máxima autoridad mundial) de los salesianos. La juventud de Ceferino es otro de los motivos de su promoción, en un momento en que la Iglesia ve cómo los jóvenes toman distancia de la institución eclesiástica, aunque eso no signifique de manera directa su lejanía de la experiencia religiosa.

Por último vale decir que la beatificación de Ceferino es el resultado de una decisión de la jerarquía católica argentina para “producir” santos argentinos. Hace aproximadamente diez años que la jerarquía se lanzó en esta tarea. En los hechos Héctor Valdivielso es el primer santo argentino y fue canonizado en 1999. Pero este proceso fue promovido por España y no por la Argentina, donde no existe ni devoción ni mayor conocimiento acerca de san Héctor. Nacido en Buenos Aires, Valdivielso emigró a España con sus padres siendo muy pequeño y allá, en plena juventud, fue asesinado en la Guerra Civil Española. Pocos lo reconocen realmente como argentino más allá de su innegable cuna porteña. Hasta el momento, la Argentina cuenta con cinco beatos: Laura Vicuña, Nazaria Ignacia March Mesa, Artémides Zatti, Tránsito Cabanillas y María Ludovica de Angelis. Hay otros procesos iniciados. Pero por razones que ni siquiera es necesario explicar, la jerarquía católica argentina no ha puesto ningún empeño en el proceso de canonización para llevar a los altares al obispo mártir de La Rioja, Enrique Angelleli, asesinado por la dictadura militar en 1976. Seguramente porque Angelelli sería un santo que les quedaría menos cómodo a muchos y un modelo exigente hasta para los propios obispos.

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